Han pasado muchos de ellos por aquí. Llegan mirando con ojos curiosos, decididos. Todos piensan “Muchas cosas van a cambiar” y nosotras sonreímos sin tener labios, porque hace cientos de años que se repite la misma historia y poco cambia.

El primero que llegó de esta familia nos visitó por última vez hace cuatro años. Él no sabía que era su última cosecha, pero nosotras vimos las señales. El andar torpe sobre los terroces de tierra, la falta de fuerzas al podar… Lo habíamos visto más veces. No quedaba en él más que la sombra del hombre joven que conocimos tiempo atrás.

El siguiente año sus hijos lo obligaron a quedarse en casa, ya no tenía edad para venir a vernos. Durante un tiempo no volvió,  le echamos de menos. Ahora oímos hablar de él desde el recuerdo y notamos cómo su espíritu regresa, planeando entre nuestras ramas y  las sonrisas de sus nietos cuando repiten las historias del abuelo. Aquellos cuentarrachos que se trajo de Teruel.

Los pequeños ya no juegan a amontonar ramas y hacer casetas, ni se entretienen hurgando en la tierra con camiones de juguete. Ya tienen edad para coger olivas y  ayudar en el campo, así que con semblante serio abrazan nuestra corteza y vapulean nuestros troncos. Son ya mayores y el aceite de todo el año es un tesoro  que hay que recolectar. Son lecciones que no se olvidan, porque no se enseñan con palabras.

Antes que ellos, su padre comenzó el mismo ciclo, fuimos testigos. Un día tomó las riendas, llegó con ojos nuevos, plantó ejemplares jóvenes en los huecos vacíos, descubrimos la maquinaria…. Dejará en herencia lo aprendido, el derecho a coger nuestra cosecha y la obligación de cuidarnos. Esos papeles que los humanos enarbolan tan orgullosos y que llevan su nombre con una fecha de caducidad bastante corta, comparada con los siglos que nosotras llevamos aquí.

Esta  familia nos gusta. Son agradables y ruidosos, traen mucha gente con ellos. Todos disfrutan de los días de campo, las comidas al aire libre y el breve descanso después en el rasero de la pared soleada.

Vienen a vernos a menudo, a coger espárragos de nuestros pies, cuidan nuestro aspecto y nos enseñan a crecer a su gusto. Ríen mucho, han vivido tiempos felices.

Pronto vendrán nuevos niños a jugar a nuestra sombra, a hacer casetas con las ramas y a intentar trepar por nuestros  troncos, para aprender después de los gestos de sus mayores nuestros cuidados y procesos.

Hemos sido testigos de muchas cosas,  muchos cambios en la historia del hombre. De malas épocas, de penurias, de hambrunas… de familias unidas a pesar de todo y  agricultores que nos entendían y  con los que casi podíamos hablar. Seguimos intentando llegar al cielo para poder pedir ojos nuevos, curiosos, que quieran pensar que poseen estos árboles que tanto saben. Queremos más humanos felices a los que cuidar. 

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