La pederastia en la antigua Grecia, las felaciones entre los hombres de las tribus de las tierras altas de Papúa Nueva Guinea, la sociedad secreta de la orquídea de oro en los campos de seda de China, o el incesto como iniciación sexual de la tribu sudamericana de los Kubeo.
El avión aterriza puntual. Son las cinco, la conferencia es a las siete.
Un chofer espera para ir directo al hotel. Parece que no hayan pasado los años por el antiguo edificio, por el contrario Lucio ha envejecido. Ha reservado una mesa en el restaurante del borgio San Jacopo.
El agua todavía sale fría.
En treinta minutos comienza la conferencia.
De nuevo el chofer espera, esta vez para ir al museo de antropología. A través de la ventanilla todo parece irreal, todo se mueve y sin embargo nada ha cambiado, tal vez algunos baches, los que hacían sonar los guardabarros de la destartalada bicicleta; quedó prisionera en la plaza que pasa del parabrisas al retrovisor, encadenada al transcurrir de estaciones, turistas y estudiantes borrachos.
Linda MacLeod. Su imagen desfigurada aquí cobra vida, en una noche inmortal, intangible; melancólica.
Son las siete.
Las sillas arrastran su peso sobre las losas del suelo, murmullos, luz.
Decenas de ojos ruedan por la palestra. La humedad de las axilas.
La mesa del restaurante está reservada para las nueve y media y son las nueve.
La mano, agarra el bolígrafo que se desliza sobre el papel para firmar un libro antiguo a una ninfula sin nombre.
Te vas?- La mirada inquietante y nerviosa de la sonrisa núbil.
Voy a cenar con un amigo.- Nostalgia del pasado. Quieres acompañarme?
– Sí
Lucio no muestra sorpresa.
La rodilla presiona una de las patas de la mesa para dos, la otra se arrima con vergüenza y el disimulo de la edad a la tensión de la joven.
Del bolso sobresale un cuaderno de dibujo.
A las once el paseo a pie es una obligación.
La pequeña mano delicada de dedos largos agarra la que había deslizado sobre el papel de su libro un nombre ilegible.
El paseo se ilustra con las historias que la memoria de la ciudad contiene.
Los brazos delgados rodean la cintura que años antes se hubiera girado para besarla en la boca, tan despacio como el tiempo permitiera.
En la puerta del hotel, los labios duros se dejan sentir resbalando como la barra de cacao que combate el frío y protege del sol, para rechazar la noche inmortal.
El cuerpo desnudo de la joven desconocida se separa para siempre del resto de las hojas del cuaderno de dibujo y escribe:
With love, Linda McLeod.
Habían pasado veinte años.
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