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¡Increíble! Es la palabra que nace en mi mente cada vez que veo esta imagen. Aunque su tono sepia parece expresar que el mundo, para ese momento, carecía de color; no es así. Reconocer que las fotografías pueden revelar un fragmento de la historia familiar resulta prodigioso; digno de admirar.

Cuando vuelvo a echar un vistazo al retrato, me parece mentira que quien aparece ahí es ahora mi papá; estático en la imagen, inmune al tiempo, los años, las enfermedades, los vicios y hasta de la muerte. Se pensaría que aquel día alguien oprimió el botón pausa y por ello no alcanzó a acariciar el perro; quizá, abrazarlo era la intención. Lo cierto es que la pausa quedó así para siempre. De los dos perros y sus nombres, los zapatos, las paredes, las puertas, el tejado e incluso la tierra capturada en esta foto no queda nada; sólo el recuerdo.

En cambio, él ha logrado ganarle la batalla al tiempo y sigue con vida. Hoy, algo de esa sonrisa se conserva en su rostro. Saber que ese niño se transformaría un día en mi padre, es sorprendente; imaginar que generara tristezas en algunos momentos de la historia, era posible; pero que se convirtiera el autor de eternas alegrías, innumerables éxitos e infinitas bendiciones para todos nosotros, su familia; resulta todavía más increíble.

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