El día que cumplí 14 años estaba triste. Nos habíamos trasladado a vivir a Burgos, pero no era el Burgos de mis veranos. Era un Burgos feo, en un barrio sin amigos, sin todo lo que me era familiar.
Salía y la gente no me saludaba, no me dejaron volver a mis clases y para remate, yo estaba haciendo tercero de bachillerato, que estaba siendo sustituido, y al curso siguiente no podría matricularme y tendría que perder dos cursos.
Me escondí para llorar sin que nadie me viera pero papa me vio, y tal como era él, sin preguntar por que lloraba, me dijo; “¿Quieres venir conmigo?” Le pregunte que a donde sin recordar su broma de siempre y riendo me contestó el consabido ¡”A comer mierda con aquel hombre!”.
Me puse el abrigo y salimos. Al llegar a la calle me agarró como siempre por el cuello, como era su modo de llevarnos, con orgullo, como diciendo “Mirad, es mi hija”. Nos metimos en el coche y empezamos a andar. No sabía dónde íbamos, pero estaba cada vez más tranquila.
Empezó a llover y sentía la lluvia en el capo, y pensé que la felicidad era lo que yo sentía en ese momento y que, mientras mi padre estuviera cerca, estuviera donde estuviera yo, sería feliz, porque él no dejaría que fuera de otra manera.
Hoy es su cumpleaños y le echo de menos. Tengo una vida razonablemente feliz, pero si me preguntan que es para mí la felicidad, lo tengo claro; Un paseo en coche bajo la lluvia con mi padre.
Fin.
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