Aquí estoy ¿Y ahora qué? Estoy sudando, mi corazón tartamudea. Es el miedo, mi viejo amigo me arrincona. Y si no viene, y si le pasó algo, y si me quedo sola entre tanta gente… Estoy pisando el suelo de Buenos Aires, que de buenos nada. Siento tanto frío. Todos hablan raro. Nos llevaron al hotel de inmigrantes, me ofrecieron trabajo. Al de los papeles le dije: -cocinera, lavandera, campesina- no he hecho otra cosa desde siempre. Por momentos me dan ganas de volver al barco, deprimente, maloliente, lentejas con gorgojos, pero los compañeros de viaje me hacían sentirme en casa. La pasarela fue terrible, me empujaban sin preguntarme si quería bajar y no quería. El hijo, mi Manolo, junto al dinero del pasaje, mandó una carta que leyó el maestro: «Usted me espera en el hotel que yo iré a buscarla». dice que le va bien, que voy a estar mejor con él, que allí estoy sola, pero «allí» es lo mío, lo único que conozco. Trato de no pensar en el pueblo con sus casas de piedra, su hambre, sus caras desoladas y sus tumbas conocidas: mis padres, mi Cipriano atrapado en la mina, mi niña tan guapa y tan frágil y yo sin leche, no pude salvarla. Hace tanto de eso…Traje una foto de los dos, de cuando era pequeñito, la única que tenía. La llevo apretada sin soltarla. Y si no viene, y si le pasó algo… Vuelve el miedo, me aplasta. Me piden que entre, que voy a estar mejor, pero no puedo respirar ahí dentro, debo esperar a mi niño aquí, afuera. Miedo…Miedo…Miedo…

       Creí escuchar dos veces ¡Madre! Hasta que lo vi llegar corriendo. Estaba distinto, más hombre, ocho años más hombre. Me puse de pie mostrándole la foto. Sus abrazos desanudaron mis lágrimas. El miedo, el pegajoso miedo se fue exiliando de mi cuerpo. Como haciéndome un favor, por esta vez…

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