“Erase una vez…”,  así empezaba  mi abuelo todos los cuentos que cada noche de verano que compartíamos con él mi hermano, mi primo y yo, se inventaba para nosotros. Sin embargo en su historia personal, la que le había tocado vivir, había un suceso que seguramente le marcó mucho, y a mí también, es una historia que seguramente será familiar para muchos, en un tiempo tan cruel como fue nuestra guerra civil.  Mi abuelo vivía en un pueblo de Murcia llamado Calasparra, era el mayor de cinco hermanos en el seno de una familia pobre y trabajadora que regentaba una casa de comidas. Un día como tantos otros a mi abuelo se lo llevaron a servir al frente, lo destinaron a Teruel. Pasado un tiempo, sin saber bien porque, le dieron por muerto. Mi bisabuela se hundió totalmente y cada día lloraba a ese hijo perdido.  Mientras tanto seguía vivo y el destino quiso que allí se encontrara con un conocido del pueblo que no podía dar crédito al verlo. Este hombre le contó que en su pueblo le daban por muerto y que su madre estaba sin vida por su pérdida. Aquello fue un golpe tan fuerte para mi abuelo que tomó una decisión bastante arriesgada, volvería a Calasparra a ver a su madre para que ya no sufriera más.  Si lo pillaban lo fusilarían ya que se trataba de deserción. Sin embargo aliviar el sufrimiento de su madre era lo único importante. Así que mi abuelo y su amigo se pusieron en camino y anduvieron nada más y nada menos que trescientos cincuenta y nueve kilómetros. Un camino que no fue nada fácil ya que tuvieron que ir escondiéndose, no podían descubrirlo porque si no, no podría cumplir su objetivo. Después de bastante tiempo mi abuelo consiguió llegar a casa y al entrar en el pueblo la gente que se lo iba encontrando no creían lo que veían. Alguien que lo vio fue corriendo a casa de mi bisabuela para darle la noticia ¡Encarna! le gritaba, ¡que tu hijo está vivo!, ¡que está aquí!, y ella le pidió por favor que no le dijera esas cosas, que su hijo estaba muerto.  Cuando mi bisabuela, ante el barullo que se formó en su puerta, salió a la calle casi se desmaya. ¡Su hijo estaba allí! ¡No podía creerlo! Se abrazaron durante mucho tiempo y mi bisabuela volvió a vivir, esa pena que la ahogaba se había ido. Mi abuelo se jugó la vida por volver a casa aunque solo fuese una vez más, pero lo importante no era eso, lo importante era que su madre recuperara la suya al abrazarlo una vez más.

Gracias por enseñarnos tantas cosas. Fin.

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