Personal e intransferible.

Personal e intransferible.

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No sé si en sus ojos ya estaba instalada la decepción o soy yo que lo sé. Mírala, joven de edad, pero con el alma anciana, más anciana que ahora si cabe. Mi madre lo veía venir, supongo. Siempre ha sido medio bruja.

Y mira mi hermana. La heroína. La que se crió con huevos y patatas. La que se bañaba en un barreño en al patio, con una manta de tiras por tejado. En Salamanca. En aquellos inviernos en Salamanca. Sería aquella la única vez en su vida que la pillaron mirando hacia el suelo.

Esa otra niña es mi prima, que entonces lo era mucho y ahora solo es de obligado saludo en Semana Santa, o en verano.

Vivían todos apiñados en un pisito. Cuatro familias llenas de remiendos, sopas e hijos. La vida por delante.

No como yo, con mis petit-suisse. Mi albornoz y mis sales de baño. Mi cuarto para mí sola. Mi pizza cuatro quesos. La vida por detrás, vista a través de la decepción en los ojos de mi madre.

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