Por las tardes aparece muchas veces sin dormir, con el pelo revuelto y restos de comida en la boca, revuelta la ropa y hecha un adefesio. Sonríe y me llama con su voz infantil y todavía poco formada, aprendiz de consonantes desconocidas.
Corre sin percatarse de obstáculo ninguno como si pudiera ser etérea, pero se tropieza con sus propios pies y se cae. Luego llora, buscando atención, pero su madre ha visto esto mismo repetido infinidad de veces y no atiende la los requerimientos, cansada ya de una niña que más bien es un huracán.
Los niños son incontrolables e impacientes, egoístas y narcisitas con todo el futuro que les espera y con conciencia de ello. Ella es mi sobrina, una inspiración para esta descripcion, un cuento que es ella misma y que comenzó hace más de tres años y terminará mucho más tarde que el mío, con las vivencias de este día olvidadas hace mucho. Es, sin duda, el premio de sus padres y el triunfo de su abuela, una promesa en bruto.
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