Es miércoles, esta época del año me gusta, empieza a aparecer el buen tiempo de manera tímida. Estoy en algún lugar que aún no soy capaz de reconocer, pero huele a mar.  Abro la ventanilla del coche y me dejo llevar…, así que aquí estoy, olvidada en el tiempo, escondiéndome del miedo por la realidad que me envuelve. 

          El silencio siempre fue mi mejor palabra, así que no tuve otra que ir a buscarlo, y me trajo aquí: un faro que susurraba a la mar, quedándome perdida en su silencio, hoy mío. 

Mi nombre es Lucía, y voy perdida porque mi alma se perdió con ella, mi abuela. La vi como se fugaba ante mis ojos y ahora soy yo la que necesito fugarme. He llegado.

Miro hacia arriba. 1, 2, 3… escalones y el que hacía 89 se abrió hasta hacerme  respirar de aquel mar que no sé porqué me encontró o encontré, mi Ítaca.

          

         Han pasado varios meses y la sigo echando de menos. Sus manos dibujaban mi camino de una manera susurradora, su sonrisa apretaba el eterno momento de la belleza, y ahora me doy cuenta que da igual el lugar, ella siempre está, pero a pesar de todo, sigo bajo la luz de este faro, por miedo a quedarme a oscuras, aunque tal vez llegue el día que pueda bajar y decirle…y a la vez poder encontrar la respuesta…

Tiempo…

             

                Un día más, es de noche, y empiezo a entender que no se puede huir de la realidad, y es que la luz de este faro, despacio, va marcando un camino, el mío…

Pienso en ella y recuerdo las veces que preguntaba por las fotos que le hacía…  y ¿Sabéis? Es ahora cuando al palpar una fotografía, suya… me acuerdo de otra imagen, nada que ver una con la otra, pero ambas con un sentimiento similar, traspasan: -dos enamorados besándose, parando el tiempo, mientras alrededor de ellos el mundo sigue girando-. y “-ella, sus manos-”, una misma frontera  en cada uno de esos besos, en cada una de sus arrugas, esa, que guarda la fotografía de lo humano El arte de la verdad, la suya… 

Sí,  este papel, como aquella pareja, refugia el recuerdo del olvido.  Lo sé porque cada uno de esos pliegues cuentan la historia de una mujer por la que no pasa el reloj, y en definitiva, una mujer, hija, madre, abuela y bisabuela que se queda allí, atrapada, dibujando un tiempo que no volverá, pero que a la vez evoluciona hacia otra realidad, mi presente, que hoy es recordarle.

 “Querida abuela… sigo en este faro perdida y a la vez encontrándome, y por ello hoy puedo escribirte, pues soy capaz de madurar que mi vida se compone de imágenes, de fotografías guardadas en la memoria… instantes que hoy me recuerdan lo hermoso que es vivir…

Decía Machado: ”-·…se hace camino al andar.”

Ella así lo querría…

                                                                   “Querida Lucía, estaré siempre allá  

donde la eternidad de tus recuerdos,

no tengas miedo a caminar…”

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