Carta a mi madre diez años después

Carta a mi madre diez años después

Hoy hace diez años que el sonido del teléfono rompió el silencio de la noche para darme esa noticia tan inesperada como cruel. Habías decidido iniciar nuevos caminos y alegrar con tu sonrisa a nuevos amigos que estoy seguro que estarán disfrutando a tu lado.  ¡Pero a los que te queríamos aquí nos dejaste tan solos!

Papá no pudo resistir su soledad, esa que tanto creía amar, en que le dejaste sumido y decidió salir en tu búsqueda tres meses y medio después de tu marcha.  Un día antes de que lo decidiera si que tuve la suerte de poder despedirme de él, cosa que no pude hacer contigo hoy hace diez años.

Pero antes, el 11 de marzo, nuestra amada Madrid se vio sacudida por el terror de la puta religión y la barbarie que siembra y comandos yihadistas pusieron bombas en cuatro trenes de cercanías de nuestra amada ciudad que tanto ha sufrido la intolerancia cuando siempre hemos estado abiertos a acoger a todos, sembrando de sangre y dolor todos nuestros corazones.  Fallecieron 191 personas y 1.858 resultaron heridas, dejando nuestra existencia con el alma encogida.

Mamá, las niñas están preciosas. Estoy muy orgulloso de ellas. Viven juntas  y están muy unidas. Ambas tienen trabajo que en los tiempos que corren es un triunfo. Son las mejores hijas que un padre puede soñar.

María vive con Dani. Está también guapísimo. Se lleva muy bien con sus primas y también me lleno de gozo volver a verle este último verano. Ha empezado a estudiar cocina, de casta le viene el galgo, y aunque está aún un poco perdido estoy seguro de que sabrá salir del atolladero en el que se encuentran metidos tantos jóvenes en esta España que les ha tocado vivir. Más les vale reaccionar y mostrarse rebeldes ante tamaña injusticia y luchar como luchamos los que tuvimos que vivir a su edad y con muchos menos años que él esos últimos momentos de la pesadilla franquista que ahora quieren volver a imponernos en nuestras vidas.

María se compró una casita al lado de los Salesianos de Estrecho. Esa zona por la que tanto paseamos tu y yo cogidos de la mano. Ya no están los cines. Los han cerrado. Pero quedan siempre los recuerdos. Siempre que voy a Madrid intento patear las calles de nuestro Cuatro Caminos en el que tan felices fuimos y en el que tan feliz sigo siendo cuando vuelvo a él. Siento, aunque ahora hay tantos emigrantes, los que quedan, que muchos han tenido que volver a su tierra por la puta crisis, en cada una de sus esquinas los años que allí pasé. Cada uno de sus rincones me lleva a mi niñez y juventud y disfruto en la ensoñación de tantos rostros y cuerpos que por allí vivíamos.

Estamos mamá sumidos en una llamada crisis económica que nos está haciendo retroceder en el tiempo. Ya estamos en esos tiempos oscuros que antes citaba. Pero esos eran tiempos de lucha y reivindicación. Lo pasamos mal pero teníamos ilusión y esperanza. Esa ilusión y esperanza que en España y en el sur de Europa parece que se ha perdido. Luchamos por volver a ser lo que éramos y es que por la mal llamada crisis económica que provocaron unos mal nacidos neoliberales (por llamarlos de una manera suave) el 20 de noviembre de 2011, un día antes de que entrara en el hospital con mi radiante plaza fija, los españoles engañados por ellos, provocadores y mentirosos canallas, decidieron darle una mayoría absoluta al infame Partido Popular heredero de todos aquellos que se han llamado patriotas y lo único que han hecho a lo largo de la Historia ha sido desangrar nuestra tierra.

España lo está pasando mal, muy mal mamá. Pero ahí estamos, intentando convencer con nuestro trabajo e ilusión inquebrantable para acabar con la falacia de que somos iguales a ese partido podrido que es el PP, y el día, cada vez más cercano, en que volvamos a ganar en las urnas mis ojos volverán a alzarse al cielo y sentir que tu sonrisa vuelve a llenar tu cara. Esa cara tan bonita y tan dulce y esa sonrisa que no pudieron borrar los canallas que te robaron tu infancia y juventud a sangre y fuego y que ahora se han reencarnado en los que nos malgobiernan robándonos día a día todos esos derechos que tan difícil fue conseguir.

Estamos bien mamá. Somos pocos pero fuertes aunque tengamos nuestros momentos de debilidad. Pero ahí estamos. Viviendo como tú con tu ejemplo nos enseñaste a vivir.

Y no se me olvida decirte una gran noticia. Somos pocos pero somos más. Hay dos nuevos miembros en nuestra familia que no has tenido la suerte de conocer. Yo te los presento.

Beli conoció hace unos años a Fran. Un chico fabuloso que yo, como sabes, cuando me enteré me reserve la opinión. Pero me ha ganado con su personalidad pausada. Y sobre todo me ganó cuando Beli me dijo que en poco me iba a hacer abuelo. Yo no se si va a ser verdad. ¡Lo deseo tanto! Deseo decir eso que te oí decir a ti que a los hijos se les quiero mucho pero que a los nietos, de forma diferente, se les quiere aún más y, eso lo digo yo, quizás por ser sangre de nuestra sangre. Quiero comprobar si tenías razón. Si la tenías se me va a desbordar el corazón porque quiero tanto a mis hijas. Las amo con locura.

Y para el final queda Beles. A Beles, mamá, la conocí en esos días en que escapé del infierno pero parecía que no salía de él. Me escuchó y poco a poco me enamoré de ella. Llevamos ahora siete años juntos y es mi apoyo y mi sostén. Es una mujer maravillosa. Cuando voy a verte a ese cementerio que es lo único que físicamente me une a ti ella está a mi lado y cuando mis lágrimas inundan mis ojos ella calla y ahí sigue a mi lado. A veces me acaricia el hombro. Otras veces, no. Pero sé que está a mi lado y pienso cuánto te habría gustado conocerla y cuanto habría disfrutado a ella conociéndote a ti. Habríais sido grandes amigas, amigas de verdad. yo que he tenido la gran suerte de estar rodeado siempre de grandes mujeres te digo, con tu permiso mamá, que ella es la mujer de mi vida.

Y aquí estamos mamá. Diez años después de esa puta llamada de teléfono que rompía la noche para que Carolina me diera tan negra noticia con esas lágrimas que no la dejaban hablar.

Carolina, esa niña que se me ha hecho mujer y que siempre tengo la sensación de que hablo poco de ella. Seguramente es que la amo tanto que me da pudor no quedar a la altura de lo que me dice el corazón. Es una niña tan dulce, tan hermosa, tan buena, tan bonita. Esa sonrisa. Esa voz. ¿Qué te voy a contar mamá que no sepas ya? La queremos los dos tanto. Tardó en llegar a nuestra vida pero llenó ese rinconcito que nos faltaba y que era tan importante para nosotros.

Estamos muy bien mamá. Estate tranquila. Ya se que me queda todavía algo por hacer. No me lo digas. Confía en mi. Ese coraje y esa lucha que tú me enseñaste lo conseguirá. Es tiempo de lucha y de trabajo. Ojalá que mi próxima carta te vea una sonrisa total en tu cara preciosa.

Te echamos muchísimo de menos. Te queremos cada día más. Sabemos que ahí estás disfrutando de nuestro éxitos y apoyándonos en nuestros pequeños fracasos, que los tenemos.

Mamá, me despido de ti con la palabra porque con la mente no puedo. Siempre estás dentro de ella.Te envío una rosa roja. Esa rosa roja que tan orgullosa llevabas los días de elecciones. Esa rosa roja que anida en nuestro corazón. Te mando un beso muy fuerte. Un beso que daría mi vida para poder dártelo en persona y que te debo desde hace diez años y que no pude darte pero que siento en lo más hondo de mi alma  que estás recibiendo porque mis ojos y mi cara se llenan de lágrimas  de congoja y de alegría. De congoja porque no estás a nuestro lado. De alegría porque siento tu boca en mi mejilla y tus maravillosas manos, como dice María, acariciándome para consolarme en este momento tan emocionante.

Te quiero. Te queremos. Siempre. Cada día más. Aunque hoy, puto 16 de febrero de 2014 hayan pasado diez años. Diez años después.

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