Gladiolos blancos y margaritas amarillas
—¡Necesito que alguien me enseñe a olvidarte! Yo no sé como hacerlo. Pasa el tiempo y no te puedo sacar de mis pensamientos.
Hoy vuelvo a llevarte tus flores preferidas.
Ni siquiera ahora que no me puedes contradecir, me siento capaz de ponerte un ramo de esos exuberantes con flores de todos los colores y muchas hojas verdes que a mí me gustan tanto.
Aún temo tus reproches y silencios por si me estás viendo desde alguna parte.
Aunque siempre me cuestionaras todo —¡no sé vivir sin ti!
Con la facilidad que me sacabas de mis casillas mientras te regocijabas, para después abrazarme y hacerme sentir la persona más feliz del mundo.
Ahora me veo andando hacia tu lecho y hablando conmigo lo mismo que llevo contándome desde que te fuiste.
—¡Mira como hablan esos…! Seguro que se lo cuentan todo. Seguro que son marido y mujer, o amantes, o que sé yo… pero sin duda que son felices, te lo aseguro. Yo lo sé, se les ve.
Todo el mundo camina y habla con el teléfono en la oreja. Yo no deseo hablar con nadie, ni nadie querrá hablar conmigo. —¿Para qué?, si no sé de que hablar.
—¡Te fuiste y se me acabó la conversación!
Yo no recuerdo si alguna vez me reía de esa manera al teléfono hablando contigo como lo hacen esas personas que caminan por la calle, pero era feliz, muy feliz, incluso cuando te oía respirar al otro lado del teléfono en silencio. Es cierto que yo no paraba de hablar y tu siempre me escuchabas. Asentías o discrepabas brevemente sin interrumpirme y dejándome soltarte el rollo que anduviera por mi cabeza.
—¿Pero porqué nunca me dijiste lo que estaba ocurriendo?
No entendía nada y por más que te preguntaba, tú siempre me convencías de que nada iba mal y dejaste pasar el tiempo… esperando…
—¿Qué esperabas? ¿eh…? ¿qué coño esperabas?
Eso no se hace. Dejar al margen de algo así a alguien que te amaba como yo te amé siempre. Desde tan joven…
—¿Te divertía discutir en la víspera de tu muerte?
Las parejas comparten esas cosas, las hablan. Buscan soluciones juntos o lo intentan. No dejo de pensar si pude hacer algo y no lo hice.
Entiendo que no quisieras compasión ni hablar de lo que te rondaba.
Pero tanto egoísmo… ¿para qué? ¿qué has ganado?.
Puede que hubiéramos llorado juntos. ¿crees que eso hubiera sido malo? ¿te hubiera hecho sentir peor?
Quizás de haberlo sabido te hubiéramos organizado una fiesta de despedida. ¿Recuerdas en México como festejaban con la muerte? bailaban, cantaban, comían…
—¡Yo que sé…! se cuentan esas cosas, ¿no?, o me muero y ya está.
—¿Ahora qué pasa conmigo? no consigo despertar de esta pesadilla.
No dejo de tener la misma conversación con mis padres y mis hermanos, y lo que es mucho peor, en mi cabeza no se habla de ninguna otra cosa.
—¡Debería de odiarte!
—Ahí tienes, ¡tus Gladiolos! y ¡tus Margaritas!
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