Por alguna extraña razón la vida me había situado allí, en ese preciso instante y en aquel lugar.
Una tarde de Navidad, en la Plaza Mayor, una niña desde un tiovivo sonreía a su abuelo. Yo era protagonista de ese efímero segundo. Un segundo que sin quererlo se convirtió en eternidad. Sin poderlo evitar y dejándome llevar por aquella escena, hice ese momento mío.
Como si fuera transportada a un momento del pasado y pudiera verlo mientras estuviese ocurriendo. Como un recuerdo en el presente. Éramos nosotros. Yo te sonreía y reducía todos nuestros momentos en uno en el que sólo existíamos tú y yo. No hacía falta nada más que una simple sonrisa para comprendernos. Hacerte saber que tú eras mi vida y entender, caer en la cuenta, de que tú nunca te irías de ella.
La vida no te había arrebatado de mi lado. Mi vida sin ti era como una sonrisa en un tiovivo, algo que parece tan insignificante pero que puede llegar a guardar tanto sentido.
Dicen que 0,01 segundos es el tiempo que nuestro cerebro tarda en procesar un momento de felicidad que involuntariamente nos haga sonreír. Para mí, 0,01 segundos fue lo que duró nuestra vida juntos y una sonrisa es lo único que necesito para recordarte, abuelo.
FIN
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