Fue como un gran Sol.

Fue como un gran Sol.

“Es como un gran Sol”. Esto fue lo último que supimos de mi abuelo. Lo dejó escrito en un papel roto y lo encontramos en la cabina de su pequeño barco de madera blanca raspada. El barco lo encontraron los guardacostas a 150 kilómetros de la costa de Almería. Nunca se fue tan lejos. Vivimos en un pueblo donde la gente no quiere irse lejos.

“Es como un gran Sol”. He intentado darle un sentido a esta frase desde que fui consciente de que no eran palabras huecas. La caligrafía de mi abuelo era impoluta. Perfecta en su ejecución. Jamás le vi un mal trazo. La suya era clásica, llena de curvas y formas fantásticas. Milimétricamente ni un fallo: todas a la misma altura, todas en su justa medida, todas como debían ser. Pero aquel papel no tenía nada de aquello. Estaba escrito con nervio, con prisa, pareciera que se lo iban a tragar y no tuviera tiempo para dedicarle la paciencia marcial que necesitaba para su escritura perfecta. Encontraron el barco sin daño alguno. No habían robado. No hubo tormenta. Nada. En ese barco lo único que faltaba era mi abuelo y lo único que sobraba era esta nota.

Hacía tiempo que mi abuelo había empezado a olvidar. Todas sus épocas fueron malas. El médico nos dijo que era una enfermedad degenerativa pero yo sé que empezó a olvidar por voluntad propia. Sé que fue un camino escogido. Decidió una mañana esconderse en los recovecos del alma, allá donde sólo él sabía lo que guardaba y ya no pudimos encontrarle. En su mirada se veían los rincones secretos de la memoria, de una vida áspera, de mugre y guerra. En ella veía su derrota ante el recuerdo. Era un león viejo y herido cubierto por pájaros negros.

Aquella madrugada se escapó en su barco. Olvidando todo, dejó sus macilentos bártulos de siempre y aquella foto de mi abuela que siempre se llevaba cuando iba a pescar y decidió navegar hasta que el horizonte lo frenara. Esa noche no hubo horizonte. Hubo un extraño sol que lo asustó y me lo arrebató para siempre. Nadie merece vivir con una duda tan cargada de porqués. Por mi parte no he aprendido a olvidar. Ojalá sepa algún día qué fue ese gran Sol que vio. Entre las estrellas volátiles y quedas me lo imagino navegando para siempre sobre las olas del universo, descubriendo misterios, olvidándolos inmediatamente para volverlos a descubrir. A veces me gusta pensar que está en otros mares de otros planetas, que es fuerte como siempre y que se acuerda de nosotros; que ese Sol lo eternizó.

Pero sé que el deseo es terco y la esperanza ingenua y que la memoria seguirá socavando la pena como el gusano a la manzana y que su recuerdo vivirá para siempre en el rostro de mi padre y en el mío y que su cara, que es la nuestra, será la de mis hijos, demorando una incertidumbre que acabará por olvidarse.

FIN

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