No recuerdo bien cómo llegué a esta casa, a esta cama, a este sofá, con las personas que me rodean. No comprendo lo que dicen, pero me sonríen y me acarician la cabeza. Me gusta eso. Es cálido. 

Entonces me acuerdo de mi vida de hace dos años. En la calle. Solo. Recuerdo el hambre y el sabor de la basura. La pena que mostraba la gente. Pero no hicieron nada. Un buen día, aparecieron dos personas y me llevaron con ellos mientras buscaba comida. Llegamos a un lugar cerrado, con cosas de madera con más cosas encima. A lo mejor eso se podía comer. Levanto el hocico. Huelo algo. Algo bueno. No sé si fiarme de ellos, pero se agradecería algo de comida. Me trajeron agua limpia y lo que olía tan bien. Después de beber, me acerco a la comida y le doy un bocado. Ooooh, se me cae la baba. Me termino el manjar en menos de tres minutos. Creo que podría confiar en estas personas.

Pasaron una o dos semanas cuando oí un sonido dolorosamente agudo al que fui a advertir para que se fuera, que nos dejase en paz. El hombre que me recogió fue a abrir la puerta. Tras esta, otros dos humanos de pie con pinta tranquila. En cuanto me vieron, se miraron, asintieron y sonrieron. Estuvieron hablando y diciendo cosas que no comprendía con mis protectores. Cuando terminaron, me cogieron y me llevaron con ellos. 

Llegamos a un lugar grande, con más de mi tipo. Fuimos conducidos hasta un tipo que parecía agradable. Hasta que me pinchó. Y no me dejó rascarme. Para nada. 

En el trayecto hacia el que supe más tarde que sería mi nuevo hogar no me dejaron tocar el suelo, estuve todo el rato en brazos. Mis nuevos humanos me trajeron a una casa para nada pequeña, con un poco de jardín y varios pisos. Abrieron la puerta y entraron conmigo.

Nada mas pisar la entrada, el hombre dijo algo en voz alta. Tras esto, llegó una chica que nada mas verme, me abrazó y se echó a llorar. No me gusta que la gente llore, así que le di unos cuantos besos por la cara y las manos, a lo que ella me sonrió y me abrazó más fuerte. Estaría bien en este sitio.


«¿Recuerdas cuando trajimos el perro a casa y empezaste a llorar? Llegué a pensar que no te había gustado.»

Comentó una mujer a su hija mientras observaban a dicho animal encima del sofá. 

«Me lo vas a recordar siempre, ¿verdad? Pero lloré de felicidad, creía que era obvio después de más de diez años rogando por uno.»

Contestó la menor.

«Se le ve tan tranquilo. Me pregunto en que pensará a veces. O si se acordará de cómo se lo encontraron.»

«No creo, ha pasado bastante tiempo ya de eso.»

«Bueno, ahora si que somos una familia numerosa, ¿eh?»

Las dos, sonriendo, observaron a la criatura durmiente junto a ellas.

«Sin duda.»

Fin.

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