Mi familia mantuvo siempre un buen pasar, sin embargo, mi abuelo materno llego al continente exiliado de la guerra, proveniente de la Italia, como muchos coterráneos solo provisto de sueños. Nadie sabe cómo, pero a los pocos años de su llegada, ya era un hombre acaudalado, todos pensábamos que había tenido algún golpe de suerte, a falta de mejor explicación.
Hasta el lunes pasado, era todo lo que sabía de mi ilustre antecesor, mas ese día me entere de la forma más brusca y directa de parte de su verdadera historia.
Atendí la puerta luego de varios insistentes timbrazos que rompieron la tranquilad de mi mañana. Se presentó ante mí un hombrecito de traje color caqui, muñido de un lustroso maletín marrón. Me extendió la mano y dijo: – Señor, Armiento, Dr. Cruz, a su servicio. Tome su manita y con un fuerte apretón me manifesté a la espera de que me indicara el motivo de su inoportuna visita. Vacilo y dijo:- Si es tan amable de recibirme unos momentos, tengo un asunto importante que discutir con usted. Con un gesto de vista, lo invite poco cortésmente a pasar.
Abriendo el portafolios, saco unos documentos y dijo:- Represento a la firma Gold & Price, debo notificarlo que al ser el primer descendiente varón, de su abuelo el Sr. Gregorio Armiento, la deuda que contrajera el occiso, según el presente contrato se le transfiere íntegramente y le requerimos que cumpla usted con el pago de $300.000.000.
Imagínense mi cara, mezcla de incredulidad, comicidad y pánico, todo junto y multiplicado por varios millones.
Creí que era alguna especie de broma de mal gusto, alguna cámara oculta, pero pronto al tener entre mis manos los papeles, comprobé que todo esto de chiste, no tenía nada.
Luego de solicitar mi firma el pequeño sujeto, saludo y salió por donde había entrado, dejándome parado en el dintel sumido en la relectura de los documentos.
Apurado por la proximidad de la supuesta fecha de cancelación, me vestí y dirigí mis pasos al bufete de mi letrado. Tenía la esperanza de que tomara todo esto a chanza y me dijera que no haga caso de tales tonterías.
Profundo fue mi pesar cuando con rostro de seriedad, me miro a los ojos y me dijo: – Amigo, el contrato es impecable, formato, firmas, sellos, no hay nada que hacer, solo podría exceptuarte el haber sido mujer…
Salí de aquella oficina mirando al piso, pateándome el alma, tratando de encontrar alguna explicación, como de un momento a otro todo se había enmarañado de tal forma que pronto estaría a las puertas de la más cruda pobreza.
Tome asiento en una banca de la acera, puse la cabeza entre las rodillas y al punto de estallar en llanto, alce la mirada y allí estaba, la solución se presentaba ante mí, en forma de cartel, como siempre no la deseada pero sin dudas la más oportuna. En grandes letras podía leerse “Cirugía plástica, implante de senos, cambio de sexo”.
Fin.
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