Nací en 1955 en medio de las bombas de la autollamada Revolución Libertadora, gracias al “tirano prófugo” y a su “esposa bastarda”, estudié en la universidad pública y pude ser la primera profesional en mi familia. Mi abuela paterna era hermosa, nació en un pueblito perdido de la Provincia de Buenos Aires que se llama Colonia Vela, cerquita de Tandil, donde el viento y la pobreza corren a la par. Su madre, mi bisabuela, era la prostituta del pueblo, a su casa llegaban peones, estancieros y algún viajante perdido. A la edad de 12 años la niña estuvo en edad de merecer, y los clientes empezaron a pedirla. Pero ella no quería ser como su madre, era demasiado altanera, quizá como una forma de defenderse. Un día pasó por el rancho mi abuelo, un hombre de piel negra y curtida, pobre, y bueno. Ella le rogó que la llevara de allí, se hizo pasar por mayor, pero apenas tenía 15 años. Mi abuelo debe haber tocado el cielo con las manos, y se fueron juntos una noche de invierno. En el viaje a Buenos Aires no hablaron una sola palabra, estoy segura, mi abuelo era muy poco para ella. Pero alguna noche debió bajar la barrera y así mi abuela quedó embarazada de mi papá. Debe haber sido un suplicio para ella, tener un hijo que no buscó, estar al lado de un hombre que no hubiera elegido jamás. A los cuatro años de mi papá, una tarde, se fue, con un abrigo de paño marrón y una valija de cartón, sin mirar hacia atrás. La esperaba un hombre alto. Mi abuelo crió a mi papá solo, como pudo, con muchísimos errores, pero con un profundo amor. Fueron dos hombres solitarios, uno hasta que conoció a mi mamá y formó una familia de verdad, el otro hasta que se murió. Mi papá, obrero y peronista, nos crió a mi hermano y a mí como dos principitos, teníamos una sola obligación: estudiar para ser libres, y poder elegir el camino. Mi hermano trastabilló, pero yo cumplí la consigna al pie de la letra, y a los 26 años me recibí de abogada. Y fui libre. Pero, obcecada por saber, en uno de mis tantos viajes a Tandil, busqué y encontré a mi abuela, estaba casada por tercera vez, y vivía en la Provincia de La Pampa. Cuando se lo conté a mi papá agradecí la pared que lo sostuvo, fue como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el medio del pecho. Se reencontraron 61 años después de aquella despedida sin palabras, tras el cristal de la ventana de una casa pobre. Mi papá la perdonó porque es un hombre bueno. Ella mostró la hilacha más de una vez, hasta que se murió. Nunca la quise. Mi abuelo en el cielo debió haber estado contento. De bisabuela puta a bisnieta abogada, y en el medio, la vida abriéndose camino. A como dé lugar. Fin.
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus