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Jules y su ayudante, un indígena de doce años -siempre los tenía cerca, en agradecimiento al índio que lo habia salvado cuando fuera timado por dos porteños que lo abandonaron golpeado y semi desnudo en el Tigre- intentaban sostener  el techo de la precaria escuela, colgados de los tirantes. Los vientos de la patagonia podían ser muy crueles a la hora de arreciar y esta vez venían en forma de tornado. No tenía idea cuanto duraría lo único que sabía era que la escuela no podía sucumbir.y su cargo de Director no lo eximia del trabajo de peón.

En ese momento toda su vida pasó por delante de sus ojos, recordó su acomodada vida  como señor de la nobleza, la perdida de la fortuna familiar por su adicción a las carreras de trote, su amada Bélgica. Pero lo que más atesoraban sus recuerdos era su boda con Marie, su amor por ella, a pesar que no lo correspondiera con igual pasión.el nunca tocaba el tema, sabía perfectamente de aquel amor frustrado por la negativa de su padre, sabia de la inmensa canasta de flores que el padre de ella recibió el día de su boda, con una tarjeta que rezaba «Lo felicito al fin encontró el mirlo blanco par su hija», El conocía todo lo que guardaba el corazón de su amor pero lo importante era que estaba allí. Sabía  todo lo que había resistido para reencontrarlo, el interminable viaje junto a sus cuatro hijos menores, la despedida de los dos mayores que quedaron con su abuela en Bélgica, la vida de privaciones a la que ella no estaba acostumbrada a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo y más tarde estando en Argentina, la noticia  que Pierre, el hijo varón que quedó en Bélgica, había muerto en la primera.guerra.

A pesar de todo, su familia era feliz, en especial su hija Julia, que ya manejaba el idioma a la perfección y que había adoptado este país como propio, a la cual no le incomodaba ser la doncella de su madre, tarea que desempeñaría hasta el fallecimiento de la misma. Pensó también que quizá algún día recuperaría su posición en la sociedad y su bella Marie volvería a sonreir.

El viento se hizo mas leve y la lluvia comenzó a caer. Por fin pudieron soltarse de los tirantes. Jules salió para reconocer los daños pero la mala suerte y el lodazal le hicieron tropezar y caer , dando la cabeza contra el tronco de un árbol que el viento había tirado. 

Pasó varios días inconsciente, el golpe y la fiebre provocada por la mojadura, no le dieron la posibilidad de recuperarse, El barón Jules falleció pero antes alcanzó a decirle a su amada, «Lo siento querida, el mirlo blanco no fue tal, no pude darte aquello que te correspondía». 

Esa noche los vientos de la patagónia susurraron el nombre, de aquel noble venido de tierras lejanas a salvar una humilde escuelita del sur.

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