Sin duda alguna esa foto era el eslabón más importante de la historia de nuestra familia, puesto que era la prueba más contundente de que él había existido. Cuando nos contaban nuestras tías, en las tertulias familiares, todas las cosas que había vivido mi abuelo, no podíamos creerlo. Para constatarlo, mi tía Luz traía su libro de cabecera, no recuerdo ahora cuál era el titulo y el autor, y sacaba la foto en la que nuestro antecesor posaba de pie junto a una enorme roca con una mano apoyada en la cintura y la otra sobre la enorme piedra. Era muy delgado y tenía el porte militar que le habían dejado muchos años de servicio en el ejercito. Era alemán y había escapado a América con unos niños judíos condenados a muerte. Éstos últimos eran cuatro niños que fueron educados sólo hasta los diez años porque después el abuelo desapareció sin dejar rastro. Con él se había desvanecido nuestra abuela Elena, una húngara, profesora de música que durante la Segunda Guerra se escapó con un grupo de soldados que estaban en contra del régimen germano.
Un día mi tía Lucha se mudó de casa y en el trayecto a la nueva vivienda se perdió una caja con el mentado libro y la preciada fotografía. De esa forma, por acto de magia, se borró toda la historia familiar y sucedieron algunos cambios: mi madre ya no había hablado en sueños en un idioma desconocido, mi primo dejo de tener cara de campesino polaco, mis otros primos ya no eran árabes porque había desaparecido su nariz y, lo peor, mis tías dejaron de ver esa imagen del teniente de pelo corto que trabajó para la policía montada en su exilio y que nunca se quitó la camisa enfrente de sus hijos para que no le vieran las heridas o los tatuajes que ocultaba.
Había que solucionar el problema y se trató de hacer un retrato hablado para que algún artista lo pintara, no resulto por la debilidad de la memoria. Pasó el tiempo y cuando la tía Luz había perdido todas las esperanzas de recobrar los recuerdos, se encontró una foto con cuatro niños sentados en el césped, no eran los originales porque pertenecían a la siguiente generación, pero ese pequeño papel rectangular tenía el poder de resurgir ese fragmento borrado de la leyenda de nuestra familia en la que unos infantes de diferentes nacionalidades y origen fueron amparados.
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