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Hicieron un rimero con todo lo que habían traído de la parroquial y  le prendieron fuego en la Cruz Cubierta, pero la Virgen no ardía. Así que decidieron decapitarla. Quien la descabezó fue el Abanto Pula, un anarquista  de genio avinagrado que tuvo luego muy mala muerte. Aunque para mala muerte la del tuerto Guirro, el que remató a don Casimiro en la tapia del cementerio de Sarrión. A don Casimiro fueron a buscarlo una mañana lluviosa de noviembre. Yo vi cómo lo subían a una camioneta, tiritando de frío y de miedo. Salíamos de la escuela de doña Pilar Espada y lo vi.« Por favor, pónganle esta manta, que está muy enfermo», suplicó su hermana, Conchita. «No se preocupe, no pasará frío», recuerdo, como si lo estuviera viendo, que le dijo el tuerto Guirro. 

  Al cura le dieron matarile nada más dejar la carretera de Teruel. El tuerto Guirro quiso pegarle  el tiro de gracia, porque pensó que matar a un cura sería un mérito cuando triunfara la revolución. Pero no sabía él que estaba cavando su tumba. Dicen que, cuando don Casimiro estaba agonizando como un guiñapo con la cara contra el suelo, lo cogió de la hombrera y, al darle la vuelta, un borbotón de sangre oscura le manchó la cara. Y el corazón también debió de manchárselo, porque desde aquel día no  vivió hora buena. Murió rabiando, con las entrañas retorcidas por un dolor insoportable. «La picadura de mil alacranes preferiría, me cago en dios», dicen que fueron sus últimas palabras.¡El tuerto Guirro, un pobre diablo analfabeto al que aguaron los sesos con ideas sucias y espesas!

  [ Mi abuela se queda varada, con sus manos temblorosas, sujetando la fotografía]

  Esto es el huerto de don Ricardo Alcalá, que tenía un caserón en la calle Mayor. Lo requisaron los del Comité.  De allí vi salir a aquellas tres milicianas  guapas, con gorro cuartelero y pañuelo rojo al cuello. Y un mono proletario con el nombre de su agrupación en la espalda. Los Tigres, Las Hienas y La Desesperada. Las vuelvo a ver ahora con los ojos de una niña de doce años. Marciales, altivas, guapas como diosas, detrás de cuatro pistoleros del Comité. Fue la mañana en que se llevaron a don Bruno, el que está jugando de espaldas. Lo fusilaron en una cuneta a la entrada de la Vall d’Uixò .

El que está enfrente es don Félix, un maestro que llegó al pueblo cuando Primo de Rivera. Vivía en la Casa Grande. Su hijo sí que descolló en los disturbios de octubre cuando Prendieron una gran fogata en mitad de la plaza de la Primicia y ardieron todos los papeles del archivo y los pagarés y una imagen de la Virgen que encontraron en la bodega de la casa de Pedro Onzino; pero don Félix era un pan bendito. Y aun así lo purgaron.

¡ Cuánta muerte inútil en esta fotografía!

[ Mi abuela llora sin lágrimas. Hace tiempo que se quedó sin lágrimas].

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