¿Otra cosa tendrás, no?

¿Otra cosa tendrás, no?

pilar cantero

01/09/2013

Esa maravillosa luz de octubre que no quema, ni asusta, más bien alimenta invita a salir a la calle. De entre los trabajos del verano quedaba por adecentar las puertas del garaje que abren y cierran el hogar de mis vehículos y aprovecho esa mañana para pintarlas de un azul luminoso como el cielo.

Subida en la escalera comienzo el trabajo y mientras salen dos niños de la casa de la esquina. Una niña de no más de diez años y un niño rubio que calculo aún no tiene aún tres.

Me pregunto porque no están en la escuela.

Salen jugando y aparece tras ellos una mujer casi niña, con un carrito y un bebe de pocos meses.

Vienen caminando hacia donde me encuentro y el niño rubio más atrevido, corre y se planta enfrente de mí.

La mujer casi niña llega y saluda. Es extranjera pero habla mi idioma. Vestida con ropas deslucidas muy humildes que resaltan más su juventud por contraste. Bajo de la escalera y les regalo un globo. Solo uno, se han agotado las reservas. Ella dice gracias y me los presenta. Él se llama Raúl, la niña María y la pequeña Rodica.

-Tienes unos niños muy guapos, le digo y ella sonríe. No me dice su nombre.

Siguen caminando despacio y al llegar a la esquina dan la vuelta.

Raúl comienza a correr de nuevo y se adelanta. Vuelve a mirarme como invitando a conversar con él. Le alcanzan y la mujer casi niña le insta a continuar, continúan paseando.

El furgón del frutero se viene acercando desde el otro lado de la calle y para a su altura enfrente de la casa que habitan.

-¿Cuanto valen las frutas? pregunta la mujer casi niña.

-Un euro la pieza, responde el hombre, ¿quieres?

Y ella le dice que si, que le de una pieza de sandía.

El vendedor quiere darle la más pequeña y ella protesta.

Dame otro más grande. Podrías darme dos.

Y el hombre niega esa posibilidad.

– ¡Te he dicho que un euro la pieza! ¡Si quieres más… cómpralas !

Ella dice, entre indignada  por el trato y triste por su pobreza, que no tiene más monedas.

Entonces él la mira despacio, paseando su mirada obscena de arriba abajo, pasando revista al cuerpo de  quien  es para él solo mercancía, sin dejar duda alguna sobre su insinuación y su demanda. Un tiempo interminable después levanta lentamente la cabeza.

-¿Pero otra cosa si tendrás, no?

Ella entiende y bajando sus ojos un momento vuelve a levantarlos y habla mientras traga saliva:

-Están los niños, dice.

-¿Cuándo estarás sola? A las tres y media? Entonces volveré.

Los niños y la mujer casi niña van a pasar a la casa y el hombre la sigue repitiendo el horario, asegurándose que ha entendido bien contrato y horario.

Vuelve al furgón, abre la puerta y le indica que vuelva, tiene un anticipo para ella. Le ofrece otra pieza de fruta. ¡Es la fianza!

Sube al vehículo, arranca y se marcha. Al pasar por mi lado, me pregunta si quiero comprar fruta.

Un asco infinito me impide ni tan siquiera mirarlo.

Hoy los niños comerán fruta y un trozo de la dignidad de su madre. Ella dejará de parecer una mujer casi niña. Él se agrisará mucho más.

Otra mujer educada hace mucho tiempo, en otros tiempos, que ha sido testigo como yo de la negociación, pasa murmurando cerca de mí. Distingo en su soliloquio la palabra «puta».

La mujer educada en otro tiempo y tiempos tiene razón. Entre los actores de esta escena hay una puta. La más puta de entre todas las putas, la más depravada, la más cultivada por otros más putos que ella, la que siempre ha estado y será  puta donde quiera que viva.

La puta pobreza

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