MI VIAJE

El tren llega puntual. Apago el cigarro y me subo al vagón más próximo. Estoy destrozado, esta noche casi no he pegado ojo y el café amargo que me he tomado por la mañana apenas me ha hecho efecto. Me siento e inclino mis codos sobre mis rodillas cansadas. Me duele la cabeza y tengo agujetas por todo el maldito cuerpo. La música a todo volumen que resuena de los cascos de una joven en la fila de asientos paralela a la mía sólo consigue agravar mis jaquecas. Tras un rato de fijar mi mirada asesina en ella tratando que se de cuenta de su error, me resigno y acepto la situación cabreado.

Molido y con el ceño fruncido me pregunto cómo será la entrevista de hoy. Hablé con la recepcionista del centro de Caritas de las Rozas la semana pasada, y me concertaron un primer encuentro a las 10 de esta mañana. Se llamaba Carmen y su cálida voz de anciana me apaciguó los nervios y el miedo que sentía de embarcarme en un voluntariado. Hoy aún siento esa inquietud, pero trato de calmarme recordando las dulces palabras de la recepcionista. Sigo sin entender que estoy haciendo realmente, ni por qué lo hago. Sólo sé que ahora que he terminado el Bachillerato y cumplido los dieciocho, siento un fuerte impulso de probar mí recién aquerida libertad y encaminarme en proyectos que me ayuden a encontrar mi dirección. ¿Por qué Caritas? Dese el principio me echaba un poco para atrás todo el tema religioso, nunca me han encandilado los valores que trata de inculcar la iglesia, pero tras acompañar a mi padre a una conferencia para posibles voluntarios, me di cuenta de que no era peor que otras ONGS, y de que además admitían igualmente a gente no creyente.  Y aun así… ¿Por qué quiero ayudar? ¿No es ese «ayudar´´ algo hipócrita? ¿Quizá por qué necesite sentirme bien conmigo mismo, sentirme más útil? Y además… ¿Quién soy yo, que ando desencaminado por la vida, para ayudar a nadie?

Cuando llega mi parada me bajo y saco el plano del bolsillo trasero. Lo he impreso de google maps esta mañana y está marcado con flechitas e indicaciones que me ayudarán a encontrar el camino hasta la calle Solana Blanco. Salgo de la estación, vuelvo a encenderme un cigarro, ya llevo cinco en tan sólo una hora, y me paro un momento para comprobar cuál es el sur. Abandono la autopista cruzando un puente y me introduzco en el laberinto de casa y calles todas iguales. Mientras ando sigo dándole vueltas a todo… ¿Y si estoy a punto de comprometerme con algo que no voy a poder cumplir? ¿Y si debería mejor esperar a tener algo más de  autonomía para continuar mi búsqueda?

Estoy siguiendo una de las calles del plano cuando me doy cuenta de que el final no conduce a ninguna otra de las indicadas. Miro a todos lados tratando de ver algo que me ayude a continuar pero un barullo de nombres bloquea mi mente y me quedo inmóvil mientras otras miles de preguntas asaltan mi cabeza… ¿A dónde voy? ¿Cuál es mi destino? Y quizá lo más importante… ¿Cuál es mi viaje? Cansado de buscar me siento en el bordillo de la acera. Y después de estar un rato lamentándome me doy cuenta de algo. Sí, estoy desorientado, no sé a dónde dirigir mi vida, no sé porque causa luchar, pero al menos sé que quiero romper con todo lo que nunca me gusto…y… ¿No es ya eso un gran paso? ¿No tengo toda la vida para elegir mi lucha?… y… ¿No empieza esta en el mismo momento en el que te embarcas en su búsqueda? Alzo la cabeza y entonces veo la calle que estaba buscando. No la había visto antes cuando estaba obcecado en tratar de llegar a mi destino sin contratiempos. Me levanto y prosigo mi andanza. Llego hasta al centro de Caritas en menos de cinco minutos, y una mujer me abre la puerta. Me presento y ella me deja pasar con una cálida sonrisa.

-Yo me llamo Carmen, soy la que hablé contigo la semana pasada. Enseguida viene Segundo, él te entrevistará.

Me siento en el sofá. Es una sala pequeñita, pero acogedora. Mi entrevistador no tarda en aparecer. Es un hombre mayor pero se le ve jovial, y parece tener todo una vida por delante para continuar con su lucha.

-¿Dónde está el chaval?-le pregunta a la recepcionista, quien me señala con el dedo.

-Hola, Jorge-dice Segundo tendiéndome la mano-¿Preparado?

Le estrecho la mano con fuerza y asiento con la cabeza.

FIN.

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