El último trayecto en autobús

El último trayecto en autobús

Pablito apagó de mal humor la alarma de su iphone a las 7.30. Todas las mañanas se despertaba a la misma hora para ir al colegio, pero aún no se acostumbraba a madrugar. Lo odiaba. Odiaba ir a clase. Estaba deseando que llegaran las vacaciones de verano.

Se vistió y se puso por primera vez sus converse all star nuevecitas. Las tenía de todos los colores, pero el día anterior se le habían encaprichado unas con dibujos de calaveras.

Una vez que se hubo peinado y lavado la cara caminó hacia la cocina, donde su madre le estaba preparando el desayuno. Se sentó a la mesa, y se le hizo la boca agua mirando la variedad de bollitos, cereales, galletas y zumos que tenía delante. No desayunaba siempre lo mismo, le gustaba probar cada día una cosa nueva. A veces hacía combinaciones de cereales, otras de galletas, otras se comía una manzana sin pelar y una taza de leche manchada calentita. Cuando su madre le colocó el colacao en la mesa recién salido del microondas, Pablito encendió la tv. Era una especie de ritual, así se evitaba que su madre le diera la lata recordándole todo lo que tenía que hacer ese día.

Pero se entretuvo con un programa, y sus sorbos y bocados eran más lentos y espaciados que de costumbre, así que cuando acabó solo le dio tiempo a ir corriendo a la habitación a por la mochila y salir sin despedirse de casa para coger el bus escolar, que lo recogía en su calle dos esquinas más abajo. Cuando salió del portal, podía ver el bus esperándole en la parada a unos metros de él, y tuvo que acelerar su ritmo de carrera.

Jorge se despertó demasiado temprano, debido a los lloros de su hermana pequeña. Casi todos los días despertaba a toda la familia, cuando tenía hambre o tenía el pañal sucio. Era inevitable cuando los cuatro dormían en la misma habitación. Compartían el pequeño piso con otras dos familias, y no había dormitorios suficientes para todos. No podían permitirse una casa para ellos solos.

Mientras su madre se desperezaba para levantarse y calmar a la hermana, el padre acompañó a Jorge a la cocina. Les gustaba desayunar juntos, aunque su padre hacía tiempo que no necesitaba madrugar, porque hacía dos años que estaba en el paro. Jorge abrió la nevera, pero en el estante correspondiente a su familia solo había un brick de leche. Lo sacó y dividió lo que quedaba en las dos tazas que el padre puso en la encimera. Apenas llegaba a la mitad de las tazas, pero tenían que repartirlo si querían desayunar los dos. Se tomaron la leche fría y una galleta resesa cada uno, mientras hablaban del tiempo, de los deberes de ese día, de los compañeros.

Como era muy temprano, aún tenía mucho tiempo antes de coger el bus, que lo recogía en su misma calle dos esquinas más abajo. En esa misma parada subía un compañero suyo que vivía en la misma calle, un tal Pablito. A pesar de verse todos los días nunca habían intercambiado palabra. Así pues, volvió a la habitación y se puso a jugar con su hermana para hacerle callar, ya que su madre no había conseguido calmarla, y acabaría despertando a los demás. Pero se le pasaron los minutos volando y no tenía reloj para controlarlos. Tuvo que avisarlo su padre de que tenía que salir corriendo para no llegar tarde. Cuando salió del portal, podía ver el bus esperándole en la parada a unos metros de él, y tuvo que acelerar su ritmo de carrera.

El conductor del bus había dormido mal aquella noche. Estaba con gripe y la tos y la nariz atascada no le habían permitido descanso. Tenía que frotarse los ojos continuamente, soltando el volante, porque la vista se le nublaba constantemente. Andaba un poco lento de reflejos, y aunque se conocía la ruta de memoria, se sentía como un extraño en una ciudad extraña.

El bus estaba acercándose a un cruce, pero justo cuando se puso el semáforo correspondiente en rojo, el conductor cerró los ojos durante demasiado tiempo y se quedó dormido. El pie que debía pisar el freno siguió acelerando. Se pasó el semáforo y se introdujo en el cruce, cuando otros vehículos tenían el paso permitido.

Jorge se dio cuenta del fallo del conductor y empezó a gritar, pero los otros niños estaban demasiado ocupados en sus ipod, blackberrys o charlando entre ellos criticando a otros.

El autobús barrió una furgoneta que salió desde la izquierda. El obstáculo en mitad del cruce hizo que otros vehículos se unisesen al choque sin tener posibilidad de frenar.

Cuando el caos se debilitó un poco, y otros conductores vieron lo que ocurría y reaccionaron a tiempo, algunos traseúntes ayudaron a los accidentados a salir de los coches y del autobús. Cuando sacaron a Jorge, ya estaba muerto.

Pablito estaba atrapado entre dos asientos, y hasta que los bomberos lograron abrir a machazos el autobús destrozado, no pudieron sacarlo y comprobar que ya era demasiado tarde para él también.

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