Ahora que aquellos dirigentes ineptos habían conseguido que el noventa por ciento de la población fuera pobre, se les había ocurrido una idea genial para justificar de manera plausible su absoluta ineficacia.
Habían decidido organizar un congreso, a nivel nacional por supuesto. A este evento se invitaría a un miembro/ miembra de cada una de las 50 provincias que componían dicho país -sin contar las autónomas .
Pretendían demostrar con este congreso que en el país no había pobreza, que todo era producto de una campaña desestabilizadora y/o acaso de una supuesta crisis que ellos no terminaban de ver por ninguna parte.
Evidentemente algo se movía en el ambiente pero no solo era en ese país, era una crisis mundial y por lo tanto, siendo mundial ellos no tenían por que estar preocupados.
¡La crisis, la crisis! Todo el mundo hablaba de la crisis pero ¿qué era exactamente? No se notaba la famosa crisis, vamos, al menos ellos no la notaban. La gente seguía viviendo, ergo tan malo no podía ser.
Lo que ocurría, sencillamente, es que el concepto de pobreza había cambiado.
Siempre había habido pobres, normalmente sujetos marginales que habían caído en desgracia por algún motivo palpable: drogas, alcohol u otro tipo de sustancia nociva para la salud, tanto física como psíquica y, claro en este sentido ellos tampoco tenían nada que ver, no iban a ser los guardianes de todo el mundo.
Ahora, sin embargo, había surgido un nuevo modelo de pobre que les desconcertaba profundamente. Solía ser este de un nivel cultural medio alto; quejicoso y protestón en demasía; inconformista, en una palabra; muy poco dócil y, para colmo de males, acusica. Les acusaban directamente del origen del problema a ellos.
¡Tamaña frivolidad no se podía consentir!
Con este proyecto les iban a demostrar que las cosas no eran como pensaba toda esa chusma enfebrecida. Lo demostrarían en el ámbito nacional y, a más a más en el internacional, ya que a aquel congreso, invitarían a algunos cámaras de algunos otros países extranjeros que cual notarios expertos darían fe de lo que allí estaba sucediendo.
Lo primero era definir muy claramente los objetivos que perseguían, para lo que se contrataron una piara de asesores, que si bien les iban a costar un pico, merecían la pena. El dinero no iba a ser un problema; con un par de impuestos de aquí y de allá se podría solucionar.
El evento que seria cubierto por todas las televisiones provinciales, tendría lugar, por supuesto, en el palacio de congresos; para lo cual se contrató al prestigioso arquitecto xxx ( o lo que es lo mismo, triple x ) que si bien no les hacia falta puesto que el palacio de congresos ya estaba construido, convenía su colaboración para planificar la distribución de los asientos ya que el disponía de la última versión del sofisticado programa informático Catia que, haciendo cálculos en el espacio tridimensional, daba como resultado una distribución infinitamente mejor, y sobre todo, una distribución sostenible: nada de espacios desperdiciados, nada de aglomeraciones a la hora de sentarse o levantarse para acceder al catering.
El arquitecto xxx, que no estaba acostumbrado a trabajar con estrecheces, subcontrató a su vez a varias empresas, a saber: de iluminación, interiorismo, maderas nobles, decoración floral, marketing , orquesta y un pintor de Nueva York que decoraría una pared entera de la sala con un motivo acorde al tema previsto, que por cierto no sabia exactamente, ni sin exactitud, cuál iba a ser. Pero ya se le ocurriría algo impactante como era su estilo y por el que era mundialmente famoso.
También se colocarían unas pantallas de televisión en cada asiento porque a pesar de que la distribución la haría xxxx – lo cual garantizaba una comodidad extraordinaria- sería conveniente que cada autoridad provincial pudiera, con el fin de no perderse detalle, manipular su propia pantalla, o en un momento determinado y en caso de aburrimiento letal, buscar un videojuego con el que pareciera que estaba concentrado en algo.
De igual manera, se instalarían unos mandos a distancia que permitirían, apretando un simple botón, marcar la x o la y según su adhesión o no a la pregunta formulada, sea cual fuera esta y aun de origen desconocido.
Posteriormente se cambio la x y la y por un sencillo si o no ya que se comprobó que la primera opción podía traer graves consecuencias y derivar el debate hacia las coordenadas x e y abriendo así un tema bien distinto que podía ser motivo de un nuevo proyecto.
Por último, en un rapto de genialidad, a uno de los asesores se le ocurrió que debían llevar un ponente pobre. Ahí le perdió la boca.
La propuesta levantó ampollas. Era inconcebible que en un congreso que versaría sobre la pobreza alguien pensase en traer a un pobre.
Bien, cuando dejaron de pelearse y estaban al borde de traer nuevos asesores, el autor de la idea, viendo peligrar su puesto, les volvió a explicar su proyecto.
Debían de darse cuenta que se trataba de algo completamente novedoso. Nunca y fíjense bien, nunca, en un congreso sobre cualquier tema, había un ponente que viviera en sus propias carnes aquello por lo que se debatía.
Ahí estaba el quid de la cuestión, el pelotazo seria mayúsculo. Por
supuesto no hablaba de traer un pobre cualquiera, no, ni mucho menos. Hablaba de un pobre de última generación, de alguien versado en las artes y las letras; humilde pero con un toque de dignidad; que supiera hablar a pesar de su pobreza; y sobre todo que diera bien a cámara.
Este nuevo proyecto dentro del proyecto, obligó a nuevos dispendios. Miríadas de asesores pululaban por los despachos definiendo el perfil del pobre que necesitaban. Cansados de no ponerse de acuerdo y viendo que se les estaba yendo de las manos económicamente, contrataron a la agencia Flanescopia que, mediante un sondeo de opinión, propuso a un pobre que se ajustaba a sus requerimientos dentro de este noventa por ciento de pobreza arriba indicado.
La elección recayó en D. Diego Pelaez, de profesión parado de larga duración.
Diego Pelaez, edad Cincuenta años, viudo desde hacia dos. Afortunadamente la señora había decidido morirse porque de haber estado viva y, viendo el estado lamentable en que se encontraba de forma general el país y de forma particular su familia, habría caído nuevamente fulminada de un ataque al corazón.
La mujer de D. Diego, había sido diagnosticada por los insignes doctores de un bulto impreciso o bien de un virus agazapado pero, al ser también pobre y, dada la celeridad con que se trabajo en dicho diagnostico, para cuando quisieron precisar algo mas preciso, el virus agazapado o bien bulto sin definir, galopaba ya por el resto de su cuerpo como el Cid Campeador por tierras castellanas .
La mujer había decidido morirse para no complicarles mucho mas el diagnostico.
D. Diego se había ganado muy bien la vida con una carpintería de perfiles de aluminio. Había dado unas buenas carreras a sus dos hijos, uno físico nuclear y otro ingeniero de caminos, canales y puertos.
Al comienzo de la crisis – la que no existía- el hombre tuvo que cerrar la carpintería: ya nadie necesitaba perfiles metálicos, ni siquiera frentes.
Al ser D. Diego autónomo por familia, no tuvo derecho a cobrar el paro y terminó quedándose en la mas negra de las indigencias entre la enfermedad de la mujer y las ayudas a los hijos hasta que estos decidieron abandonar suelo patrio para emigrar a países mas hostiles pero donde la crisis o no existía o era de otra manera.
Por tener cumplidos ya los cincuenta años nadie le contrataba para nada. hacía algunas chapucillas por su cuenta y con esto iba pagando los gastos del piso, aunque no sabia ni por cuánto tiempo podría mantenerse en el precioso piso de sesenta metros cuadrados que habían comprado hacia unos años y por el cual se habían hipotecado hasta la hebilla del cinturón. En fin ¡Dios proveería! pero a ver cuándo porque ya estaba tardando.
El se sentía afortunado, comía en un local social de los Hermanos de la Cruz Descuajaringada que se encontraba próximo a su casa, porque había otros que estaban peor que él, a fin de cuentas ahora no tenia cargas familiares; pero si, los había peores.
Cuando D. Diego recibió ,sin ninguna alegría, la noticia de que había sido seleccionado entre siete millones de personas como él para asistir de ponente a un congreso sobre la pobreza todo lo que se le ocurrió preguntar fue: “ ¿pero así, sin casting ni nada?.”
Consideró en primer lugar la posibilidad de mandarlos a la mierda. Después recapacitó y cayó en la cuenta de que esta oportunidad que le brindaban podría proporcionarle, aparte seguramente de disgustos, quizá algún trabajo de ínfima categoría que él recibiría con alborozo de niño chico.
Para esta partida la organización del congreso dotó un presupuesto discreto, es decir, nada.
A D. Diego se le informo debidamente cuándo, cómo y dónde debería presentarse.
El cuándo no presentaba ningún problema, así como el donde, ya que el ponente conocía de sobra dicho lugar, si no por dentro, sí desde la calle por haber paseado por delante en alguna que otra ocasión. El cómo era su mayor dificultad.
Se le comunicó que debía presentarse arregladito pero informal; no querían dar una imagen de dandy pero tampoco de filibustero recién bajado del barco. Lo dicho, no era necesario traje, lo cual fue un alivio dado que no tenía, pero sí algo como pantalón chino a ser posible azul marino; polo o similar en tonos azul pastel, algo parecido a un uniforme de taxista.
Con las prisas olvidaron que deberían instalar unos adminículos inalámbricos que cada miembro/miembra introduciría en su pabellón auricular para así poder contactar con el pertinente traductor. De esta sencilla manera los del norte , sur, este y oeste podrían entender perfectamente lo que el ponente dijera o dijese y, por otra parte, lo que cada miembro/miembra pudiera cuestionar, bien al ponente, bien a sus propios miembros. ( no se entienda esto como partes pudendas.)
Le comunicaron mediante llamada telefónica que se maquillara él mismo en su casa pero al echarse a llorar y decir que: por una parte, él no estaba dotado para estos menesteres, y por otra, y no por eso menos importante, que no poseía una caja con los enseres necesarios, el comunicador se apiadó de él y le sugirió que si no quería salir a cámara como uno de los Hermanos Tonetti, estuviera en el servicio de maquillaje dos horas antes: que le darían unos retoques, porque aquel servicio era única y exclusivamente para los miembros/miembras del congreso.
Llegado el dia, D. Diego, financiado a través de su propio bolsillo tomó el autobús; no quiso ir andando por si llegaba demasiado sudado y sin muda de repuesto.
Ya todo estaba preparado. Lo subieron a un pódium. Abrieron micros. Encendieron luces, pantallas, cámaras y esperaron expectantes la contestación de la primera pregunta de los asistentes, que vino muy alegre y jacarandosa de una provincia del sur.
La pregunta fue:” ¿Cómo interpreta usted el tema de la pobreza desde un punto de vista conceptual , ateniéndonos al ámbito nacional y con una trayectoria claramente dirigida al crecimiento económico inverso o negativo?”
D. Diego, que se había quedado en blanco durante la pregunta, miró a su alrededor y calculó así por encima cuánto dinero habría costado aquello. Le salieron muchos, muchísimos euros (y eso que no le salieron todos). Se acercó el micro a la boca y para que los del norte, sur, este y oeste le entendiera perfectamente, rugió “ ¡Hijos de puta, espero que ardáis en el infierno!”.
Cuando torpemente trataban de arrancarle el micro de las manos, aun se le oyó gritar embravecido: riau, riau.
¡Dios que placer¡ solo por ver las caras que pusieron mereció la pena – le cuenta D. Diego a su compañero de celda en Soto del Relax.
Finalmente D. Diego ha perdido el piso que no pudo seguir pagando al ser encarcelado. Se lo quedó el banco como dación por dación, cosa que ya no le importa porque, al menos ahora, puede comer tres veces al día gratis, por cuenta del Estado. Jamás pensó que el Estado haría algo por darle de comer.
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