– Señor Terranio, ¿qué hace usted llorando de nuevo? La gente de su planeta se está empezando a preocupar por tantos días de lluvia seguidos.
– Ay, don Lunense, es que veo tanta injusticia que ha salido de mis manos, que no puedo parar de llorar. Al menos, usted creó algo que inspira el amor.
– Sí, la verdad es que sí que me siento orgulloso de ese logro, aunque la parte de los hombres lobo la tendré que arreglar en algún momento.
– Piense que lo suyo es unos días al mes, lo mío ocurre cada día.
– Peor lo tiene el señor Pluto, primero hacen un dibujo animado con su nombre y es un perro ¡y ahora ni siquiera consideran su creación como un planeta!
– Sé que hay otros que lo están pasando peor, pero creo que esto me está pasando por haberme reído de don Marteíno. Lo de decirle que iba tan lento en su creación que los míos se tuvieron que inventar a los marcianos fue pasarme de la raya.
– No se lapide por esas cosas. La verdad es que don Marteíno no se distingue por su rapidez. Logró el milagro del agua y vive de las rentas desde entonces.

El señor Terranio se quedó un momento pensativo y de repente miró a don Lunense con los ojos muy abiertos.
– Tengo una idea, don Lunense.
– ¿Qué idea? Tenga cuidado, que lo de construir las pirámides de un día para otro ha dado mucho de que hablar.
– No, tengo una idea para cambiar mi planeta. Siempre hablamos de que hay mucha injusticia social, que hay unos que lo tienen todo y otros que no tienen nada. Pues voy a hacer que cada vez que haya una injusticia, se cambien los papeles de las personas implicadas. ¿Qué te parece?
– Muy buena idea. Eso se llama empatía a la fuerza…¡creo que funcionará!
– Pues me pongo manos a la obra. ¿Te vienes?
– No, me quedo por aquí leyendo, que esto de leer «Un mundo sin fin» me está llevando más de lo pensado. ¡Qué título más bien elegido!
– De acuerdo, pues volveré contándote el resultado.

Al cabo de un tiempo el señor Terranio volvió con cara triste y don Lunense se temió lo peor.
-¿Qué ha pasado?
– Ay don Lunense, cómo son estos terrícolas. Parece que al acceder al poder se olvidan de su vida anterior y hacen lo mismo que hacían antes los poderosos. Creo que es el dinero que inventaron, que corrompe. ¿Debería hacer que empezaran de cero y todos tuvieran lo mismo?
– No sé, cuando usted los creó, todos partieron de la misma base y al final siempre hay unos que dirigen y otros que son dirigidos. Unos que tienen mucho y otros que no tienen nada. Sólo conseguiría posponer el problema.

Ahora es don Lunense el que cavila y grita con júbilo al triste señor Terranio.
– ¡Lo tengo!
– ¿Qué tiene? No será una idea similar a la de las mareas. Menos a los surfistas, que están encantados, al resto de gente creo que no les ha afectado mucho en sus vidas.
– No, no. Esto es mejor. He observado bastante tu planeta y he visto que los niños son más justos que los adultos, que les da igual jugar con un niño más pobre o de otra nacionalidad o etnia. Supongo que van captando de la sociedad que lo importante es el dinero, que todo el mundo no es igual y hay que tratarles de forma diferente según quién sean. Si evitamos que aprendan eso, podemos salvar la Tierra. ¿Qué te parece?
– Tú siempre tan romántico, don Lunense. Me parece muy bien, voy a ponerme con ello. ¿Te vienes?
– No, no, estoy en una parte muy interesante del libro y ya estoy casi terminándolo.
– De acuerdo, pues volveré para contarte qué ha pasado.

Don Lunense sigue leyendo y cuando termina el libro, ve que ha pasado mucho tiempo y el señor Terranio no ha vuelto. Mira a la Tierra a ver si ha cambiado algo y ve que de nuevo está lloviendo. Sin embargo, ve mucha más gente sonriendo, mucha más gente en las calles y muchos grupos de gente mezclados y pasándolo bien. Y entonces ve que no muy lejos el señor Terranio está llorando.
– ¿Por qué llora usted, señor Terranio? Creo que usted está consiguiendo cambiar el planeta. Seguro que ahora la gente compartirá más y se tratará de una forma más igualitaria.
– Por eso lloro. Me parece demasiado bonito para ser verdad. ¿Y si esto sólo fuera un sueño, don Lunense?

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