En mi casa de la Orcasitas profunda. al sur del sur de Madrid donde se convive con vecinos multicolores, chinos, colorados, pálidos del Este y plaga de cucharachas ancestrales que se han hecho fuertes y resistentes a las fumigaciones, vivimos seis adultos y dos niños en 50 metros cuadrados. El primero en volver fué mi hermano Santi tras su matrimonio fallido con Marjorie del Rosario. Llegó con su hijo Iker , de piel bruñida mulata. silencioso como un cachorro de puma como si supiera que es conveniente no hacer ruido y que nada altere la actual placidez de su corta vida.
Luego llegó mi hermana Elizabeth con su hija Nora recién nacida y sin marido. Mi madre la puso como la Taylor pero no contó con que nunca le gustaría RICHARD BURTON. Enamorada sin remedio de una jueza sevillana que la dejó por volver con su marido, se gastó el dinero de su despido en una inseminación en la Clínica Dator. El donante debió ser un hombre hermoso. Elizabeth es alta y flaca y no muy agraciada y ha tenido una niña bellísima, pelo rizado y ojos violeta que ríe de día y llora de noche medio perdida en mi cama nido de adolescente con mis barriguitas y mi Nenuco.
Y yo que nunca me fuí. Tengo 47 años y no conozco más varón que el ciego del cupon que alguna tarde sube a mi cuarto.
Pero los sábados por la noche hacemos una timba de parchis. Nos reímos y nos chispamos con whisky DYC y cola del Mercadona. Mi madre hace roscos de anis y hasta parece que la vida duele menos y hay sitio para una carcajada.
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