Me llamo Gaston Poisson. Soy ginecólogo, y tengo que reconocer, que pensaba que durante mis casi cuarenta años de experiencia, ya debía haber visto todo lo que hay que ver en esta profesión. Sin embargo, lo acontecido hoy, me ha demostrado lo equivocado que estaba.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

Los medios y las redes sociales ya han empezado a hacerse eco del hecho insólito que ha tenido lugar en Landoc, esta pequeña y plácida ciudad del Sur de Francia en la que vivo, por lo que oirán hablar del asunto hasta aburrirse. Pero yo, Señores míos, quisiera exponerles aquí, en exclusiva, una pequeña crónica de mi participación en esta historia.

Doy fe de que hoy, 20 de febrero de 2013, a las 10.35 de la mañana, ha nacido un ejemplar único.

Ha pesado trece kilos y cuatrocientos ochenta gramos, y ha medido noventa y cinco centímetros exactos. Asimismo, venía con dentadura completa –una caries incluida- y una melena castaña que le hacía parecer una estrella de rock. Además, Golliat, que así han llamado a la criatura -por razones obvias- sólo tenía dedos pulgares.

Y esto, mis queridos amigos, no ha sido ni tan siquiera lo más peculiar…

 La madre, Marie La Ronde,  mujer también de enormes dimensiones y convicciones religiosas de igual proporción, había planeado parir “como Dios manda”. O sea, como las vacas: en casa y sin anestesia. “Parirás con dolor” es una de esas máximas que ella no estaba dispuesta a discutirle al Altísimo, por muy grande que fuese aquella criatura que “Él” había tenido a bien plantar en su vientre. El hecho de que su marido, como se empeñaba en repetirle, hubiera tenido también algo que ver con el asunto, era completamente irrelevante para ella.

Sin embargo, sus planes de parto “natural” se fueron al traste cuando aquel inmenso bebé decidió que era hora de salir y empezó a retorcerse y a empujar desde el escaso espacio que tenía, lanzando violentamente a su madre de un lado a otro de la casa como si estuviese poseída por el diablo.

Tras ocho largas horas de zarandeos y contracciones uterinas, Madame La Ronde, convencida por su marido -que no soportaba verla más así-  pero, sobre todo por agotamiento, dijo que, quizás, Dios no se enfadaría demasiado si venían al hospital a ver qué opinábamos los médicos del asunto.

Al recibir a la parturienta, yo, como buen hombre de ciencia que no cree en pamplinas, le he dicho bien clarito a la beata madre primeriza:

        “Muy señora mía, con todos los respetos, pero con los avances de hoy en día, de parir a lo bestia, nada de nada… La voy a tener que anestesiar y sacarle al bebé por la barriga inmediatamente si no quiere  romperse en dos”

        A lo que Marie La Ronde ha contestado que “Muy señor mío, sin ánimo de ofender, pero las hembras de mi familia somos todas de gran tamaño y con un cuerpo diseñado para traer al mundo criaturas de igual calibre”

Ante lo cual, no me ha quedado otra que cambiar de táctica y decirle que no se preocupara, que Dios se iba a quedar muy satisfecho cuando viera el corte que le iba a hacer en el cuerpo a modo de penitencia.

Acto seguido, mi equipo y yo hemos procedido a administrar una epidural a la paciente y practicarle una cesárea, que le ha dejado una cicatriz de 30 centímetros de largo, y quedará para la posteridad como una gran sonrisa que le recorre el vientre de lado a lado.

Aunque la cuestión del tamaño del bebé, para mí ha pasado  inmediatamente a un segundo plano cuando, al salir del vientre de su madre, Golliat se ha puesto en pie y ha empezado a quejarse de que si estaba hecho un asquito y que se quería duchar,  y que qué pasaba con la cobertura, que llevaba dos horas intentando WhatsAppear con su colega de la incubadora de al lado, que el pobre estaba más aburrido que un bocata de pan solo, y que no había manera.

Vamos, que el bebé…bien podría decirles en confianza, el niño de los cojones, nos ha dejado a todos con la boca del tamaño de un pozo. Eso sí, simpático era el chaval, y antes de marcharse, nos ha prometido amistad eterna en Facebook.

Y el Dios de la Tecnología, mientras observa la situación desde lo alto y mordisquea otra manzana, teclea un email al Dios de los Hombres y le suelta:

 -¡Hala, y tú, a ver si puedes sacar ahora otro modelito mejor que éste!

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