REDACTAR. ASUNTO: Cena. 

Cariño, siento no haber estado muy comunicativa estos últimos días. Me gustaría que habláramos e intentar arreglarlo. 

No me coges el móvil y el fijo comunica, debe de estar mal colgado. Tu hijo no contesta al teléfono cuando está con la «wii» y tu madre ya me ha mandado tres «WhatsApps» para lo de la cena de esta noche. ¿Qué le digo?

Sigo en la oficina, por favor, cuando puedas,  dime algo. Beso.

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Abstraída delante del ordenador mientras plancha arrugas invisibles en su falda.

No te cansas de ver tu reflejo en la pantalla negra. No quieres reconocerte en esa mujer usada y triste. Tampoco tienes edad para parecer tan vieja. 

Sabes que no habrá nada de él en la bandeja de entrada. Ya sientes la amargura anticipada de lo inevitable, muy en el fondo de tus tripas, allí donde hace mucho tiempo hubo mariposas. Tienes miedo a  salir de este despacho que es más tu hogar que la casa donde vives. 

REDACTAR. ASUNTO: Por favor, contesta. 

Ya se han marchado todos. Sigo aquí sola. Supongo que ya es tarde para la cena de tu  madre. No le he contestado, no sabía qué decir, es tu madre. Y tu hijo, tu casa…

Me da igual la cena, y tu madre. Y que te pases la vida mirando tu tableta y que yo no exista. Que cada noche, después de cenar te metas en Internet hasta las tantas, y yo haga como si te espera llorando con la cabeza metida en la almohada. Y que me duerma de madrugada y que el sueño me sepa a sal. 

Ya no recuerdo la última vez que me besaste. 

Sólo quiero que me digas algo, lo que sea. No me lo pongas tan fácil, no dejes que me vaya así…

ENVIAR

REDACTAR. ASUNTO: Hasta aquí. 

Hasta aquí. Ya no puedo más. No quiero volver a tu casa. Mandaré a alguien a por mis cosas.

ENVIAR. 

REDACTAR. ASUNTO: (sin asunto)

Di algo, hijo de puta, cobarde. Te estoy dejando, te estoy dando una patada en el culo. ¿No piensas hacer nada? ¿Por qué me ignoras? ¿Por qué me haces tanto daño?

ENVIAR

Se quedó mirando el portátil y la pantalla negra le reflejó su silueta. Con aquella falda verde parecía una vaina seca. Dio un paso y abrió la ventana. Se aseguró de que no había nadie a la vista y dejó caer el ordenador los diez pisos abajo hasta el suelo del patio. Siguió la caída con una sonrisa incrédula y perpleja. Cuando la disquetera salió despedida por el golpe y se rompió la pantalla soltó un grito y se tapó la boca con las dos manos. 

Agarró su bolso y sacó el móvil. Lo miró con codicia y asco y lo lanzó por la ventana también. 

Se agachó por debajo de la mesa y arrancó el teléfono de un tirón. Fax, módem e impresora salieron por el mismo sitio.Todos esos cacharros destripados yacían en el suelo como la naturaleza muerta de un bodegón. Ya no quedaba nada. 

De pie en medio de la habitación con los brazos abiertos parecía flotar. 

Se acercó a la ventana y con medio cuerpo fuera miró el cielo gris. Sintió un viento frío en la cara. Cuando era pequeña solía soñar que volaba. 

Estaba empezando a llover y no olía a tierra mojada. 

                                                                                                              MARÍA E. PÉREZ

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