Una de las historias que encierra este lugar tiene que ver con una hermosa mujer morena, que llegué a conocer muy bien en mi vida y de un hombre que quizás nunca conoceré. Juana, quien recibió su nombre de la impronta española en su sangre mexicana, había tomado de su ascendencia una variada mezcla de insignias, que le daban un carácter contradictorio que no lograba dominar, amaba su tierra aunque deseaba salir al mundo, aquel mundo tan lejano del norte. Gustaba mucho de caminar por las playas de Quintana Roo, en la península de Yucatán, donde sus padres se instalaron cansados de la contaminación y los ruidos del DF. Todas las mañanas las recorría para dar un vistazo a sus arenas interminables, relucientes al sol, que le llenaban el alma,  su mente se perdía  soñando muchas veces con ese caballero extranjero que la enamorara, galante y visionario como su padre en otros tiempos, rescatándola de aquella pasividad que la enfurecía por momentos, estaba bien para sus padres o los turistas, pero no para ella, tan inquieta y rebelde.

Una de esas mañanas en que se encontraba embelecida por unos cangrejos, descubrió sobre sus hombros una presencia solitaria, un hombre con una cámara fotográfica. Ese hombre la capturo, en sus fotos y en su mirada. Aquel  día comenzó esta historia de amor que ya tenía su nido preparado en la mente de Juana, con solo coincidir en esa playa, el hombre, inocente de lo que generaba, despertaba una entrega ciega en aquella mujer de cabellos largos y piel curtida.

El fotógrafo, llamémoslo antojadizamente John, traía consigo un mundo de novedades. Le comentó sobre  su trabajo por lo cual había viajado hasta las playas de México, las  fotografías que tomaba le servían para desarrollar espacios virtuales que vendía a aquellas personas en su país que no tenían tiempo, decía. Por medio de realidades hologramáticas les permitía pasar de su oficina en nueva york a las playas paradisíacas de Mexico o isla Margarita, o las montañas nevadas de los Alpes, sin moverse de sus sillones vibratorios.

Poco a poco quedo fascinada por ese nuevo mundo y se comprometió a entregarle su vida a aquel ser que adoraba todo lo que su familia materna había rechazado, la civilización, la tecnología  y la capacidad de despertar sensaciones para ella inexistentes hasta ese momento. Lo natural en ella quedó negado, así renunció a sus raíces y lo acompaño en la promesa de un mundo más interesante.

Sus primeros años juntos transcurrieron en un departamento de Nueva york, podían despertarse donde ellos quisieran, él programaba un amanecer en Paris, las noches más románticas, o en la mismísima Quintana Roo cuando la veía más melancólica, sobre todo en su embarazo,  o en cualquier lugar que los ayudara a sentirse dioses, capaces de vivir intensamente carias vidas.

Con el nacimiento de Juan, todo empezó a cambiar. Ella estaba lejos de su madre y sus tías y  tenía miles de dudas con el cuidado de su niño, él googleaba todo lo que podía y creaba ambientes relajados ante la exasperación de su esposa, pero el niño no se calmaba, no toleraba no poder controlarlo, se desbordaba. Algo se estaba bifurcando, poco a poco ya no les divertían a Juana las imágines que la transportaban, ella vivía, quiérase o no, en esta realidad, Juan lloraba y no se lo podía engañar con habitaciones llenas de animalitos o con animaciones en 3 D, él sentía la intranquilidad de su madre.

A donde terminaría este facsímil de realidad? que pasaría cuando se rompiese esa jaula imaginaria?. Un día Juana decidió viajar a México, pero de verdad.

Se distanciaron por un mes, él no podía dejar de atender a sus clientes que lo llamaban o le twetteaban  en cualquier momento para arreglar una nube demasiado oscura o colocar una chica más en bikini o conformar a uno de sus hijos con un compañero o competidor de juego así no tenían que ser ellos quienes perdieran su valioso tiempo de trabajo para entretenerlos. Además de las obligaciones, John se sentía con un poder fastuoso, no solo económico sino personal, era casi un dios, podía crear a su antojo lo que quisiera, mejor que lo que la naturaleza le había proporcionado en sus años de fotógrafo. No había límites para él, todo se podía, todos sus deseos se hacían realidad.

Sin darse mucha cuenta habían pasado 23 días de la partida de su mujer, quizás el tener su holograma en todas las habitaciones le permitía no extrañarla, hasta ese día que se percato que él no podía reproducir la cantidad de palabras que ella era capaz de decir, las caricias que le prodigaba, los grititos de Juan a través de la puerta del estudio, los olores de las comidas (aunque estaba desarrollando un programa para eso) la creatividad de su mujer que lo sorprendía con sus ideas y comentarios de lo que vivía con otras personas.

Al tomar el avión que lo llevaba hasta la península, John dudo mucho, agobiado por salir a ese mundo de gente desordenado, donde no tenia poder alguno, no podía predecir lo que iban a hacer o decir, se sentía en peligro. Sus manos comenzaron a sudar, corrió por su cuerpo un escalofrío intenso, la cabeza la sentía pesada, se mareaba, a medida que su pecho se iba cerrando, el aire en sus pulmones escaseaba, se sintió morir. Pensó en la infinidad de bacterias y alérgenos que podían surcar el aire y tuvo la certeza de no salir con vida. No podía hablar, mando un whatsapp a su taxi para que lo recogiera y con su respiración agitada apenas pudo subir al coche. Le dio las coordenadas de su departamento y poco a poco se fue recuperando hasta sentir el alivio total en los confines de su casa. El camino a tomar era claro, todo aquello había sido una señal, no podría salir más de su casa, la domótica le permitiría lograrlo, había pagado caro la traición a su estilo de vida, después de ese episodio estuvo más seguro que nunca de su destino, la vida le había dado la posibilidad de ser un mesías para mucha gente y él no desestimaría ese designio, seguiría fiel a su tecnología ahí, en su santuario, nada podría pasarle… ni siquiera las caricias pendientes que me perdí de mi padre.

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