Como cualquier religión que se precie de tal mérito, ésta también tiene sus orígenes. A diferencia del resto del mercado, ésta no fue creada por ningún dios todopoderoso, sino por nuestra destreza a la hora de transformar los materiales que tenemos alrededor.

La necesidad es la chispa que enciende el motor de nuestra inspiración. De ahí que inventáramos la rueda para mejorar los transportes. Ruedas que han recorrido primero los caminos de tierra que hicimos al andar. Después, por caminos reforzados con piedras para acabar en autopistas negras de alquitrán, que en ocasiones fueron manchadas con nuestra propia sangre. Todo por el progreso. Pero cada inauguración de una de estas autopistas conllevaba “aislar” poco a poco cada pueblo por los que el anterior camino cruzaba y ahora nos vemos obligados a desviarnos para ver humanidad en nuestro camino.

Al igual que esas arterias de alquitrán, habéis progresado tanto en la comunicación que fulminamos las distancias debido a las autopistas de la comunicación. Ahora es posible mantener una conversación con otras personas que estén en cualquier punto del planeta. Podemos conocer lugares en los que quizás jamás imaginamos poner nuestros pies, perdernos en una multitud de gente sin siquiera interaccionar con ninguna de ellas, pero sí hacerlo con alguien que está a miles de kilómetros de donde estoy ahora.

Os recomiendo redefinir el término soledad, que según la R.A.E. Es la carencia de compañía, y ahora podría decirse que soledad es no tener acceso a esas autopistas virtuales que nos “unen”. Como por ejemplo dejarnos el móvil en casa, o sin batería.

Dejemos de mirarnos las palmas de las manos y empecemos girar las cabezas a donde tenemos a alguien que, puede sin que lo sepamos nos echa de menos.

Todo tiene su tiempo y hay tiempo para todos. Avancemos, pero solo lo conseguiremos permaneciendo juntos, ya que en conjunto somos invencibles.

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