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Olvido

María Besandi

Papá no olvides coger tu chaqueta cuando vengan a buscarte los de la clínica, allí hace frío, decía Adelina, mientras pensaba: “no olvides”, he estado fina yo también con la dichosa expresión.

Aquella mañana Adelina estaba más cansada de lo acostumbrado, llevaba ya varios días encargándose de su padre, los niños, Carlos, el Despacho; el día a día la estaba superando; hasta ahora había conseguido compaginarlo todo dignamente pero hoy sólo pensaba en un buen baño y en un masaje tailandés. Pensó que pronto llegaría el turno de su hermano, prepararía la maleta de su padre y le llevaría al chalet; la verdad es que allí está más cómodo, pensó para justificarse.

Andrés la observaba desde su butaca, la mirada perdida, como quien ve pasar las imágenes por televisión sin atisbo alguno de interés; a veces parecía que le hubiesen robado el entendimiento, la mente vacía, ahuecado el cerebro. Su expresión no denotaba ni placer, ni dolor, sólo enajenación. Tampoco parecía sentir frío ni calor o parecía no importarle y tragaba forzadamente las cucharadas que sus nietos, jocosamente introducían en su boca, cada día más hermética. De vez en cuando canturreaba alguna cancioncilla infantil de moda en su época de colegio y entonces soltaba una carcajada para desembocar en menos de medio minuto en una seriedad grave.

Adelina plantó a su padre un enérgico beso en la mejilla y a punto estuvo de estamparse las narices cuando corría apresuradamente hacia la puerta, hoy tenía una reunión importante y ya llegaba tarde.

Andrés continuaba impertérrito cuando media hora después sonó el claxon del mini bus que debía acercarle al centro de día.

-Vamos Andrés ya estamos aquí, ¿cómo vamos chaval? Ayer ganó el Madrid, contento estarás eh…, Miguel bromeaba con él y no perdía la esperanza de que cualquier mañana le regalara una sonrisa.

Cuando llegaron al centro de día, Miguel observó alarmado cómo unas vivas llamas iban apoderándose del pequeño jardín que rodeaba el edificio; de inmediato se lanzó del mini bus deshaciéndose de su chaqueta de franela, arrojándola al fuego con contundencia, pero para su asombro, lejos de extinguirse, el fuego iba en aumento.

Andrés, deslumbrado por los fogonazos, descendió del mini bus, parecía que aquellas exuberantes llamaradas le hubieran despertado de un largo y profundo sueño, el fuego había avivado su expresión y sus enormes ojos azul pajizo se tornaban ahora de un brillante azul cielo. Miraba con asombro cómo el fuego iba extendiéndose sin que Miguel, ni los celadores del centro pudieran evitarlo; de pronto la calle comenzó a llenarse de gente; Andrés fue retrocediendo viéndose finalmente rodeado por aquella muchedumbre que, inerte, observaba el espectáculo. Una mujer le preguntó qué había sucedido, se quedó largo rato mirándola fijamente pero no supo o no pudo decirle nada. Un hombre mantuvo un monólogo haciéndole partícipe de una conversación ficticia, y, sin saber cómo, se encontró caminando calle abajo mientras un coche de bomberos se cruzaba con él sobresaltándole con su alarma ensordecedora; Andrés se volvió a mirar el espectacular coche rojo.

 

 

      Señor mire por donde va, le contestó bruscamente una mujer mientras recogía las naranjas y las volvía a introducir en un carro de cuadros escoceses igual de rojo que el coche apagafuegos.

Continuó caminando aturdido; a medida que avanzaba en sus pasos, toda la algarabía anterior fue desapareciendo para dejar paso al silencio y la tranquilidad del barrio residencial; tras un buen rato de marcha ligera se sintió agotado y decidió sentarse en el primer banco que encontró.

Mientras tanto, el teléfono sonaba en el Despacho de Adelina.

-¿Diga?, sí soy yo, dígame. Sí, soy su hija, ¿qué ha sucedido?

-Señora Suarez, siento decirle que su padre ha desaparecido, bueno realmente le tenemos localizado.

-¿Desaparecido dice?, ¿cómo es posible?.

– Lo sentimos mucho señora, reconocemos nuestro error, pero afortunadamente, como ya sabe usted, gracias a la implantación de los nuevos sistemas de localización GPS, tenemos sus coordenadas; en estos momentos un equipo ha salido en su busca; por nuestro receptor hemos comprobado que se encuentra en la calle alondra en el barrio residencial Las Villas, próximo a nuestro centro; su padre traspasó los cinco kilómetros del radio de seguridad y nos saltó la alarma. No es que intentemos justificarnos, de hecho es un error inexcusable, pero la persona encargada de su traslado al centro se vio implicada en la extinción de un fuego incontrolado en el jardín del edificio, los enfermos se encontraban en el autocar pero su padre, no sabemos cómo abandonó el vehículo y, el resto puede imaginárselo.

– Desde luego se trata de un error inexcusable, inquirió Adelina.

– Lo sentimos de verdad, señora pero debemos agradecer que la tecnología nos acompañe. Es la primera vez que hacemos uso de este nuevo dispositivo, ojalá hubiéramos dispuesto de ello hace dos años con el caso del Sr. Ordóñez; entonces no tuvimos tanta suerte, fue como buscar una aguja en un pajar, tardamos varios días en localizarle, y para entonces fue demasiado tarde; no pudo tomar su medicación y falleció a los pocos días.

Cuando Miguel se sentó en el banco junto a Andrés éste temblaba, el frío le había encogido los músculos y su mirada estaba más ausente que nunca.

-Andrés, ¿cómo estás?, ¿estás cansado, tienes frío? ¿no quieres decirme nada?, pregunto Miguel con timidez.

Entonces Andrés se percató de su presencia y con su mirada más infantil le regaló a Miguel una tierna sonrisa; en los ojos de Miguel aparecieron entonces –tan temblorosas como Andrés- dos gotitas de rocío.

 

 

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