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El 20 de noviembre de 2012, Sara, al fin, haría públicos los resultados de sus investigaciones. Cuatro años atrás, el mundo científico le retiraba el apoyo por considerar que sus propuestas no sólo eran inviables, sino anti-éticas. Pero sus dos colaboradores se aportarían como  la prueba viviente de que los nanochip implantados en la corteza cerebral no sólo no dañaban el entramado neuronal, sino que potenciaban la discutida capacidad telepática del cerebro.

En la mañana de ese día,  Unai tomó la carretera hacia el pueblo de Romina, pues habían acordado viajar juntos al Centro de Conferencias. Ambos se habían mantenido en contacto permanentemente, a fin de ir puliendo detalles para el gran día. Por otro lado, la ocasión se había presentado idónea para generar un  universo de emociones, capaz de permitir ejercitar la precepción de los estados anímicos del otro y evaluar su interferencia en la transmisión de la información, de un cerebro al otro, sin mediar el lenguaje gestual u otra pista. Poder descifrar, sencillamente,  la actividad cerebral de alguien, llevaría a descubrir modelos universales de comunicación propios de la especie, más allá de los idiomas y la impronta cultural. Pero, tal vez, lo más importante, resultaba ser  comprobar el sello de la individualidad  de cada uno modelando la uniformidad de aquella actividad cerebral, como  pieza única. Así, mientras Unai parecía consumir gran cantidad de energía para poner orden en los datos al punto de llegar a soñar con ellos, Romina, desde hacía más o menos dos días, parecía sumergida en un desasosiego nada común en ella. En varias ocasiones había referido a sentirse perdida y asustada. Su cerebro enviaba imágenes sueltas, sin ningún orden lógico, que aludían tanto a datos de su infancia como otros del presente. La frase “dolor de cabeza”, durante ese lapso, la repitió varias veces, casi en forma compulsiva. Con igual intensidad mencionaba su inquietud ante la niebla espesa que la rodeaba, remarcando que tan sólo podía intuir a la gente u oírla hablar vagamente, más que verla con claridad. Y bien sabido era que su química cerebral se alteraba notablemente durante los días nublados, abundantes en esos días en su pueblo, precipitándola a un estado de apatía y tristeza. En síntesis, Romina había resultado una especie de panacea para Sara.

Apenas diez kilómetros separaban a Unai del pueblo de Romina, cuando la voz de la muchacha irrumpió en su cerebro, casi luego de diez horas de silencio

-¿Dónde estás?

-Camino a tu casa. Veo que te has despertado. He estado captando un desquicio de imágenes que no pueden ser más que un sueño.

-¿Si? Yo he estado buscándote. ¿Seguro que estás camino a casa? No logro saber dónde estás. Sólo capto una sopa de palabras, ruidos, interferencias…

-Deben ser mis proyectos. Estoy sobrado de entusiasmo. Lo que para Sara es un éxito de la ciencia, para mí es un desafío filosófico.

-A veces te pierdo.

-Circulo bajo una colosal tormenta con muchas descargas eléctricas. Debe ser por eso. Y avanza hacia tu pueblo.

-Aquí está muy claro y luminoso.

-¿Seguro? Quisiera que fuese verdad porque has estado desquiciada con el temita de la “niebla espesa”. Hoy tienes que estar serena como de costumbre.

-Lo estoy. Tengo una sensación difícil de explicar. Me siento liviana, como si me hubiera desecho de algún lastre. Veo las cosas de otra manera. No tengo miedo a nada.

-Así debe ser. Todo saldrá bien. Hemos alcanzado un nivel insospechado de comunicación. Ya verás las caras de todos aquellos que nos trataron de locos. 

-Me sorprende que podamos comunicarnos de esta forma. ¿A ti no?

-Nunca ha dejado de sorprenderme. Bueno, estoy llegando

-¿A  casa? ¡Qué alegría me das!

-¿Me estás vacilando?

-Nooo. ¡Es verdad! Es muy difícil llegar a  casa.

-¡Anda ya, exagerada! He llegado en tres horas, sin perderme

Unai, aparcó el coche frente a la casa y corrió hacia el porche. Ahora la lluvia comenzaba a caer con furia en el pequeño pueblo. Llamó una vez y tras esperar un momento lo intentó nuevamente. Para entonces,  su calidad de forastero, había comenzado a llamar la atención de los vecinos.

-No hay nadie- escuchó a sus espaldas y se volvió- Están en la Iglesia – le informó un anciano apoyado en el marco de su puerta, sosteniendo un paraguas- Es por esa misma acera a dos casas.

Unai dudó unos segundos si volver a insistir o hacer caso al anciano. Finalmente, en un intento de cobijarse de la lluvia, se subió el abrigo y corrió hacia la Iglesia. Atravesó la plazuela y entró en el humilde templo de puro estilo románico. La buscó con la mirada entre la gente que, en suave murmullo, rezaba el Rosario. No conocía a la familia de Romina, pero tampoco alcanzaba a verla a ella.

-No te veo, Romina.

-Yo tampoco.

-¿Dónde estás?

-¡En casa!

-Me han mandado a la Iglesia.

-Yo te estoy esperando aquí.

Afuera la lluvia golpeaba con fuerza y los truenos parecían rasgar el cielo.

-Algo pasa a causa de la tormenta. Lo tendremos en cuenta para hablarlo con Sara. Es un dato importante.

-Yo te estaré esperando, Unai. No te preocupes. Tómate tu tiempo.

“Cómo si quedara mucho tiempo”, se dijo en vos baja y decidió,  con la intención de no perder ni un segundo más,  dirigirse al hombre que seguía las oraciones de pie cerca de él.

-Perdón, ¿conoce usted a Romina Fuentes Balbán?

-Claro que sí. La vi crecer. ¡Pobrecita! Habiendo tantos viejos en este pueblo, le viene a tocar a ella. La familia está destrozada. Si quiere, aún puede ir al cementerio. Cierra en una hora.

Unai sintió que las piernas le flaqueaban y, como pudo, salió de la Iglesia.  Sin poder dar crédito a lo escuchado, caminó bajo la lluvia hasta llegar a la acera  y a pesar de experimentar un terror paralizante, tomó coraje para enunciar en su mente la clave a la que sólo podía responder la mente de Romina.

-NinetXX4 respondiendo a NinetXY4-fue la respuesta…y correcta- ¿Por qué usas la clave, Unai?

-¿Dónde estás, Romina?

-Estoy en casa esperándote.

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