Hacía frío; una de esas tardes tontas de domingo en las que hace sol engaña. Pero detrás de la ventana, al calor del hogar, la cosa prometía. Juanillo llevaba todo el día pegado a ese trasto del diablo que no dejaba de emitir pitiditos; su abuelo, Rafael, pensaba mientras intentaba leer el periódico, que podía tener ese aparato que atrajera tanto a su nieto. Cosas de los adolescentes de hoy en día, pensó.  En mis tiempos…

–  Oye, enano, ¿vas a salir esta tarde?

El enano le sacaba una cabeza, como poco. ¿Qué le darán de comer a estos críos? Juanillo, sin dejar de atender los mensajes entrantes de su móvil y mientras teclea moviendo los dedos por la pantalla en una danza de dedos ininteligible farfulla:

–  Abuelo, qué te doy capones con la barbilla…

La relación entre los dos era esa extraña mezcla entre insustancial, cálida y respetuosa. Se querían, aunque no eran mucho de decírselo. A Juanillo le gustaban las temporadas que pasaba su abuelo en casa; era un aliado en las pequeñas batallas que libraba cada día con sus padres. ¡Esos sí que no me entienden! Pero el abuelo…

–  No me has contestado, enano. Yo me voy a las 5; he quedado en la plaza con Sebas y Fermín para echar la partida. Si te quieres venir…

El abuelo Rafael aprovechaba estas estancias en casa de su hija para juntarse con sus amigos de toda la vida; una timba de mus en toda la extensión del término. Juanillo no entendía cómo podían pasarse las tardes de domingo jugando en el bar de la plaza; por no entender, no entendía ni las reglas de ese juego. Cosas de viejos. Y, encima, había que utilizar cartas ¡en papel!

–  ¡Pero si son todavía las 4 y media! Ahora quedaré…

Rafael continúo con su periódico; le gustaba el papel. Además, ¿cómo se podía hacer un crucigrama o eso del sudoku que tanto le costaba en una pantallita? Su nieto le veía acumular el papel, semana tras semana, y le llamaba antiguo. ¡Qué eres un antiguo, abuelo!, le decía. ¡Que sabrán estos pitufos! pensó Rafael mientras ponía el último número en el sudoku del domingo.

–  Bueno, pues yo me voy preparando que no quiero llegar tarde. Tu, a tu bola, pero luego no me digas que te espere…

A Rafael le gustaba la puntualidad; no llegaba a comprender como podían ir cargados de todo tipo de aparatitos y, encima, siempre llegar tarde a todos los sitios. Siempre que alguno de los tres se compraba un nuevo aparatito salía la frase de “esto me va a ayudar a…” Pero la cosa no mejoraba; Rafael creía que empeoraba. Pero haya ellos…

–  Abuelo, me voy contigo. He quedado a echar unas canastas. Bueno, creo…

–  ¿Cómo que crees? La verdad es que no hay quien os entienda…

–  Es que eres un anticuado. Verás, te cuento… -intentaba explicarse Juanillo con esa paciencia que sólo tenía con su abuelo.- En el grupo del WhatsApp…

–  ¿En el grupo de qué…?

–  Joé abuelo… si te lo he contado mil veces.

–  Niño, no digas tacos.

Juanillo miró a su abuelo, pero se calló la respuesta. ¡Qué no diga tacos! ¡Coño! Si no he dicho nada.

–  Bueno, pues eso, que he quedado a echar unas canastas y que vamos la panda. Creo que nos da hasta para un partidillo…

–  ¿Va esa Alicia…?

¡Coño con el abuelo! No recuerda un nombre, pero para un día que le cuento algo, se ha quedado con el temita… Ya ha levantado los ojos mi madre. Es que no se le puede contar nada…

–  Humm, no sé. Creo que también se pasan las chicas. Pero luego… Vamos, venga, que no llegamos.

–  ¿Ahora con prisas? Ya te vale…

–  Ya, pero es que luego vas tan despacio que no llegamos…

–  Mira, niñato, yo te gano a ti con una pierna atada a la espalda. ¿Pero que se han creído estos imberbes?, refufuño Rafael.

La puerta se cerró a sus espaldas mientras Juanillo no dejaba de apretar el botón del ascensor.

–  ¡Estos trastos!

–  Niño, estate quieto, que lo vas a romper…

Salieron a la calle y el frio les golpeo en la cara.

–  ¡Joder con este airazo!

–  ¡Abuelo! Luego me dices…

–  Venga, leches. Oye, ¿tú con quien has quedado?

–  Pero que cotillo eres, abuelo. Pues con todos. Ya te dije que en el grupo del whatsapp…

–  Ya, ese trasto. No os entiendo, Juanillo. Nosotros quedamos la semana pasada para echar la partida esta tarde y no tenemos “guachas” de esos. Y seguro que somos puntuales… ¿Te he contado que cuando yo tenía tu edad no había ni teléfono en casa y éramos capaces de quedar y todo?

–  ¡La prehistoria, abuelo!

Según se acercaban a la plaza desierta, Juanillo se dio cuenta que algo no cuadraba. Comprobó si le había entrado algo en el móvil pero no había  cobertura; Rafael le miró por el rabillo del ojo…

–  Oye, chaval ¿Qué te parece si te vienes con nosotros mientras aclaras que haces esta tarde? Y te tomas un chocolate con churros de los de siempre; Sebas y Fermín siempre me están preguntando cómo te va…

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus