El aparato ha tenido un éxito rotundo. En la oficina donde trabaja Misaphila varios compañeros lo tienen y varias de sus amigas también. Parece una epidemia. La empresa que lo comercializa ha registrado el crecimiento más acelerado de los últimos diez años, el precio de sus acciones está eufórico. 

Misaphila no esta muy clara de lo que es ni como funciona, parece un portarretrato, ha oído decir que es un consejero, que le puedes consultar cualquier cosa y que el aparato te recomienda que hacer. Eso es precisamente lo que la tiene un poco dudosa: A ella ya le cuesta bastante saber qué hacer o qué decir en muchas circunstancias, ¿cómo va a saberlo un aparato?

La semana pasada se quedó a mirar la vidriera de la tienda, era el lanzamiento del nuevo modelo, el XT. Le gusta ver esa tienda toda blanca llena de vendedores con franelas azules pegadas, es un bonito azul, como el mar en verano, le gusta. Uno de ellos le hizo señas que entrara, como si la invitara a una fiesta, ella se enrojeció pero él insistía asi que se atrevió a entrar.

“Pecario” indicaba la placa que tenía pegada el vendedor en el pecho, Pecario la llevó a la mesa de exhibición y le presentó el último modelo del Asistente, el XT.

Empezó con la parte trasera, Misaphila se fijó en sus manos largas, “este pie no es un pie ordinario” dijo el vendedor solemnemente como un cirujano que muestra a sus alumnos las entrañas de un paciente abierto frente a él, “Este pie es el elemento más importante del equipo, allí están ubicados sus conocimientos y su intuición.” Manos largas y fuertes se volvió a fijar Misaphila, “es gracias a su pie que el asistente logra saber, en todo momento, qué conviene a su usuario, qué hacer, qué pensar o qué decidir.” El tono era triunfante, la sonrisa algo extraña, Misaphila no sabía qué decir y tampoco creía que esa cosa, ese aparato pudiera ayudarla, por ejemplo, en un momento como éste.

“Cuando haces la compra, el pie se ajusta en función de tu perfil. Nos das tus datos, el ámbito principal de sus dudas, ya sabes, si son cuestiones profesionales o sentimentales, tu edad, tu sexo y tu grado de instrucción. Todo eso lo introducimos digitalmente aquí mismo en la tienda, no dura ni quince minutos.”

Precario le tiende el portarretrato para que ella lo sostenga y aprecie sus texturas. Misaphila no quiere parecer tonta, no se atreve a rechazar el ofrecimiento pero sostiene aquello como si fuera uno de los órganos del paciente del cirujano. El vendedor sigue con su parlamento, “Luego en tu casa ajustas la personalidad y las modalidades de expresión. Igual las puedes cambiar cuando quieras, eso se regula en el marco. El modelo XT tiene una novedad: un menú de palabras coloquiales y además silbidos, onomatopeyas, risas o aplausos, está genial, te va a encantar.”

”Ahora fíjate en el vidrio, es un vidrio especial. Es a través de él que se establece la comunicación, por el vidrio tu asistente te escucha y tú a él, o a ella, como prefieras llamarle. Es un vidrio anti-reflejo para que puedas consultarlo sin la incomodad de ver reflejada tu propia imagen.”

“Qué bien” responde Misaphila mientras piensa que es un buen detalle porque uno debe sentirse muy incómodo de hacerle preguntas a un aparato y esperar sus respuestas, por más último modelo que sea.

Pecario se da cuenta de su falta de entusiasmo, ya no sonríe, “Te dejo para que lo pienses” le dice al dirigirse hacia otra clienta que acababa de entrar a la tienda.

Misaphila no tiene intenciones de pensar en nada, ella duda de que le pueda ser útil ese tal asistente. A ella no le molesta equivocarse. De hecho se equivoca a menudo. Si dejara de hacerlo, su vida ya no sería su vida, sería algo extraño. Eso es lo que piensa, y se va.

Eso fue la semana pasada. Ahora esta con su amiga Geneva. Ella tiene tiempo tratando de convencer a Misaphila para que dé el gran paso, para que se lance a la revolución de la asistencia tecnológica, a la garantía del éxito.

“¿Para qué quiero un aparato si te tengo a ti?” le dice sonriente, sus ojos marrones gran abiertos.

“Porque es mucho más sabio que yo, porque esta disponible veinticuatro horas al día todos los días y porque te va a ayudar en todo.”

“No sé si quiero la ayuda de un portarretrato.”

“Claro que la quieres.” Le dice Geneva casi con un grito, luego baja la voz y apoya su mano sobre la de su amiga, “aunque no la quieras, yo te digo que la necesitas, ¿Hasta cuándo vas a seguir enamorada del hombre equivocado? ¿Hasta cuándo vas a seguir dejándote explotar por tus jefes?”

“¿Y eso a qué viene?”

“Viene que de eso se trata: con el asistente se acabaron las decisiones equivocadas: si el hombre no funciona, se deja. Si el jefe abusa, se demanda. Con el asistente se acabaron los problemas. ”

Misaphila se queda en silencio, mira su taza de café y arruga sus labios.

“¿A ti se te acabaron?”

“No hablemos de mi, no me cambies el tema. ¿Qué pierdes probando?”

Misaphila sigue callada.

“Fíjate, esta mañana le pregunté dónde ir a tomarme un café contigo y me recomendó que viniera aquí.”

“O sea que estamos aquí por el” exclama Misaphila como si hubiera comido un caramelo amargo.

“Si. Me dijo que el lugar tenia buen ambiente, que la música era agradable y que permitía conversar y me dijo que el café era bueno, ¿Se equivocó?”

“No. Para nada. Estuvo totalmente acertado, tu asistente debería buscar trabajo en las revistas especializadas.”

“Te burlas porque no sabes como justificar ser tan retrógrada. Ya no voy a discutir contigo. ¿Sabes que voy a hacer? Me acabo de comprar el XT, mañana te voy a dar mi modelo viejo y te lo dejo por un mes. ¿Qué dices?”

Misaphila balancea la cabeza y vuelve a hacer una mueca con su boca como si fuera a colocar un beso en la punta de su propia nariz.

¿Qué dices? lanza de nuevo Geneva. No vas a decir nada?

Esta bien, lo probaré.

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