Le avisaron a través de un mensaje que recibió en su  móvil que el paquete  llegaría al día siguiente. Por la noche apenas pegó ojo, de tal manera que se le pegaron las sábanas y el timbre de la puerta le despertó. Miró tras la mirilla y allí estaba ella y el mensajero. Le pidió que la depositara en el salón. Una vez firmado el albarán de entrega, le invitó a abandonar su casa. Era el momento para que el que se había preparado toda su vida. Las ansias le hicieron romper el embalaje sin orden ni concierto en un sinfín de añicos. Conectó la máquina al enchufe y tras una pequeña duda que le hizo suspender sus manos a escasos milímetros de ella, apretó el botón y  una sensual voz femenina le dijo: Su tabaco, gracias. Y sintió que nunca más volvería a estar solo.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

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