Había sido un día soleado de esquí, los Alpes nunca nos defraudan, ver su figura aserrada te alegra el alma. Habíamos pasado toda la jornada esquiando en el glaciar y era momento de cenar y prepararnos para salir de fiesta.

Es lo bueno de ser del club de show- esqui los Antorchas, donde solo van chicos, este viaje es nuestra única válvula de  escape de la rutina familiar y laboral, es la mejor forma de salir de esa jaula dorada llamada Madrid que nos tiene atrapados desde hace años.

Antes de fundirnos la noche, tomamos unas copas en casa para calentar motores. Pero la historia ha cambiado, ya no es como otros años donde comentábamos las anécdotas del día y si hemos acabado doloridos, no ; ese año estábamos todos callados, mirando las pantallas de nuestros smartphones, whasappeando con amigos a miles de kilómetros y generando la envidia justa para que nuestro ego quede satisfecho.

Una vez colgados en facebook y twiter los vídeos con nuestros mejores saltos, bajadas y alguna foto preciosista del paisaje alpino, salimos de marcha.

La noche fue una locura, bailes, chupitos y bastantes Gin Tonics. La mitad del grupo borracho y la otra mitad riéndose de ellos y haciendo fotos y vídeos. Yo era de los primeros.

A la mañana siguiente, me levanté resacoso para el desayuno, las agujas en mi cerebro no daban tregua, me senté en la mesa del salón con un ojo aún cerrado.

Alguno aún dormía y los que estaban desayunando me miraban con sonrisa malévola.

– Menudo fiera estás hecho tío – dijo Jorge.

– ¿Que? -Respondí, – ya ves, se me fue el tema de las manos con las copas.

– y con otra cosa – dijo Jorge.

Todos rieron, y yo les miraba con cara de no coger el chiste.

– ¿No te acuerdas tio? La rubia esa que te comió la boca, estaba buenísima – dijo Luis.

En ese momento empezaron a aparecer una serie de imágenes inconexas en mi cerebro, finalmente que llegó el flash donde veo una cara redonda, ojos azulados y una sonrisa con dos hoyuelos en cada mejilla. Miré a mis amigos y sonreí.

– ¿Era sueca no? Dije.

– No, -dijo Jorge- hablé con ella un rato y me dijo que era danesa. Pero mira el vídeo y las fotos que te hizo Antonio, están colgados en su facebook.

Esas palabras me dieron el golpe definitivo para despertar todo mi cuerpo, ni el café mas cargado del mundo hubiese conseguido ese efecto. Me levanté de la mesa y entré como un gritando en la habitación de Antonio, este aún dormía, cuando le saqué de la cama a empujones, su cara de estupefacción y miedo, me hizo cierta gracia.

Del último empujón llegó al salón del apartamento donde me miraban el resto con cara de haberse perdido un capítulo de su serie favorita.

– ¿Eres gilipollas? -Grité

– ¿Que pasa tío? – Contestó Antonio con cara de boxeador noqueado.

– ¿No te das cuenta que Marta me va a matar? ¡Para que coño cuelgas las putas fotos en facebook! ¡Estoy harto de tus fotitos con el móvil, y de tus videos de flipao! Eres un capullo, sabes que tengo una hija y esto me va a joder la vida. – dije.

La cara de Antonio pasó de la sorpresa a la de desafío.

– No pasa nada tío, no te mosquees, ya le explicaré yo a tu mujer.- Dijo con sonrisa de hiena.

Cuando quise darme cuenta mi puño ya le había golpeado en la mejilla, y los brazos de Luis y Jorge me inmovilizaban con fuerza.

Una vez se relajaron los ánimos en el apartamento, mientras Antonio borraba las fotos de los besos de su perfil de facebook, yo me ponía el equipo de showboard, decidí que lo mejor era evitar contestar las llamadas de Marta ese día y explicarle lo ocurrido a mi vuelta a Madrid. Aunque no se me iba de la cabeza la sonrisa perversa de Antonio mientras me hacía la foto y sobretodo al ver mi cabreo… le tenía que devolverle la faena.

Mientras ellos terminaban de desayunar, me colé en la habitación de Antonio, cogí su querido móvil de última generación de su mochila y lo guardé en mi cazadora.

A primera hora de la mañana llegamos a las pistas e hicimos las primeras bajadas, al poco tiempo nos dispersamos cada uno por nuestra parte de la estación favorita. En uno de esos momentos de soledad que únicamente te da un lugar como los Alpes, cogí el teléfono de Antonio y lo lancé desde el telesilla a un valle de rocas calizas escarpadas como navajas.

A última hora de la tarde, con agujetas en las piernas, me encontré en la cafetería de la estación con Jorge y Luis. Estaban histéricos, me dijeron que Antonio había hecho un fuera de pista bastante complicado y que ellos no se habían atrevido. Y que al poco tiempo se había producido un alud en esa zona, y que los técnicos de la estación les habían echado de allí.

Llevaban un buen rato llamando a Antonio al móvil y que no daba señal. Jorge se derrumbó y con lágrimas en los ojos nos dijo que sin el móvil, Antonio estaba perdido.

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