EL DIOS TECNOLOGÍA

Es la nueva religión pujante. Una religión más con su Dios, su casta sacerdotal, sus fieles y seguidores y sus detractores. Una religión en toda regla. Como Dios manda, o como Windows innove.

En este caso, el verbo es byte, y no se hizo carne, sino ipad. No exige presencia dominical, sino conexión puntual. Si no, estás fuera, desconectado, condenado al ostracismo analógico, expulsado de la comunidad, comunidad ciberconectada por miles de redes, wire-less o wire-plus, sustentadas por aparatajes diversos de mil colores y tamaños, hoy revolucionarios, mañana obsoletos.

Pero, ¿qué mensaje aporta esta nueva religión? ¿Qué bien hace a la comunidad? Pues cumple la misma función que todas las religiones anteriores y venideras. Hacer sentir al Human@ que no está sol@ en el ciberespacio, darle un sentido a levantarse cada mañana, que es ver cuántos wasaps tiene, y explorar con Google el interior de su ser… ¡Para comunicárselo a los cuatro vient@s! a través de webs, redes sociales, twitters, sms o cualquiera de estos nuevos tecnológicos campanarios y minaretes que ya no llaman a la oración, pero sí siguen congregando virtualmente a sus fieles.

Los pecados ya no son confesados en la privacidad sino que son expuestos abiertamente sin pudor, buscando, sin embargo, el mismo fin, es decir, el consuelo y la absolución por parte del resto de la comunidad tecnoreligiosa, que marca sus nuevas reglas morales. Y pobre de aquel que ose comportarse diferente, pues será twitteado al infierno, sin perdón alguno, linchado, no ya por lapidación o crucifixión, sino por un continuo e incesante flujo de wasaps desalentadores, o despeñado directamente desde su muro de Facebook. Porque es la nueva religión universal, que admite las opiniones de tod@s, ya sepan de qué hablan o no, ya estén bien amuebladas sus cabezas o sean unos completos imbéciles. Y son los nuevos líderes, creadores de trending-topics. Así, todos y todas y todes y tod@sinformad@s, ya sea bien@ o mal@, pero informad@s.

No nos queda sino reciclarnos o morir. ¡Que las redes nos pillen confesados!