A las puertas del abismo

A las puertas del abismo

Almudena Villalba

16/02/2013

Allí estaba Yo, a la deriva en un océano de eternidad, donde el tiempo se evapora como el agua y es imposible medir, flotando en la tabla de mi pensamiento. Me encontraba ahogado en cuándos y porqués, sobreviviendo con el único oxigeno que me proporcionaba el como, porque lo que si sé es como empezó todo.

Ella, con su carácter creativo e innovador, había tomado aquella ínfima parte del universo para crear un rincón fruto de su más pura esencia. Ese lugar, estaba lleno de vida y de luz. Todo lo creado por Ella, que hoy llamamos naturaleza, convivía en perfecta armonía sustentada por una máquina compleja, movida por la rueda de vida y muerte.

Aquella obra suya, había sido dotada con cierta autonomía para que la evolución diera paso a la incertidumbre y hubo seres que tuvieron que extinguirse por no poder convivir a un tiempo. De esta manera, todo cambiaba y aparecían nuevas formas de vida que se creaban a partir de otras. Desaparecían aquellas que no podían coexistir y otras evolucionaban con el aliento de su entorno.

Hubo un día en que Ella, aún no sé porqué, me ofreció la posibilidad de aportar parte de mi esencia a una de las criaturas ya creadas. Hoy puedo intuir que lo hizo por amistad, por complicidad, por cariño o quizá por la suma de todo ello: el amor. Yo, con mi habitual egocentrismo, no lo dudé un instante y acepté. Así que elegimos a una de las criaturas al azar: el hombre.

Nuestra intención era que la suma de nuestras aptitudes le ayudaran a transformar su entorno, tomando parte de la naturaleza y creando con mi aportación, la tecnología, nuevos instrumentos que le permitieran mejorar su calidad de vida.

Con esa ingenuidad que acompaña a las buenas intenciones, no fuimos capaces de ver que al conceder esa parte de mí al hombre, también le estaba transfundiendo retales de mi egoísmo, de mis ansias de conocimiento, de mi amor por el poder, que se convierte en insaciable cuando se trata de engordar mi ego. Todas estas características forman parte del todo que soy Yo y que conviven en perfecto equilibrio con mi sabiduría, con mi paciencia y con mis eternas ganas de descubrimiento. Por ello, la savia de la tecnología que corre por las venas de los hombres, no sólo alimenta sus buenas obras sino también las malas que luchan cuerpo a cuerpo, durante siglos, en una pugna sin fin.

En esta batalla milenaria nunca había habido vencedores ni vencidos, pero en los últimos tiempos la parte de mí que habita en el hombre, le convierte a sus ojos en un semidiós que prefiere con más fuerza sus propias creaciones a aquéllas que la diosa le regaló. Desprecia lo que tiene y valora sobremanera lo que fabrica, creando un mundo totalmente virtual, al margen de la naturaleza y en el que los hombres olvidan disfrutar de su contacto mutuo. Encuadran en artefactos de vértices perfectos sus conversaciones, sus sueños, su literatura, sus amores, sus deseos y sus relaciones.

Ella celosa de su obra se rebela en forma de catástrofes que ellos, ilusos, pretenden predecir y controlar, sin sospechar siquiera, que de la misma forma que los creó podría acabar con estos seres que han acuñado con tanto descaro la palabra dios.

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