Alejandra Pi y Fernando Vivian juntos pero muy distantes comían en la misma mesa, oían las mismas canciones, y cogían en los mismos lugares, sus sueños navegaban por el mismo espacio. Fue en junio cuando empezaron su estrecha relación, ella comenzó a contar los días y él se dio cuenta pero no dijo nada porque a él eso de llevar las cuentas y acordarse de las fecha nomás no se le daba. Las discusiones eran cosa de diario, las lluvias eran frías y distantes, y lo peor de todo era que el trolebús nunca hacía parada frente al templo de San “Juditas”, las noticias lastimaban su vanidad y a la hora de comer estaban tristes.

A los dos les gustaban las poesías de Benedetti por eso cada quien tenía a su amante particular y se amaban desnudos o con ropa y viceversa, muchas letras se escribían a través del chat, a veces nada se escribían pero otras se masturbaban con palabras candentes aunque en ocasiones distintas se sintieran distantes, lloraban, reían, peleaban, se perdonaban y se volvían a dar  caricias cachondas, pero casi siempre, uno de los dos se iba sin decir adiós.

En abril, (que de haber cogido el primer día), serían padres de un lindo bebé morenito y con ojos verdes, se empezaron a despedir, él porque tenía que hacer sus cosas en agosto y ella un viaje a las vegas en octubre, la despedida tenía que ser larga para provocar más discusiones y “tes lo dije” y lloraron como casi seguido, sin decírselo uno al otro, para no provocar la pena del “viceverso” pero en el fondo sabían que podían no irse ninguno, lo peor fue que nunca se embarazaron y parieron a un niño medio loco y medio poeta…

Los que conocían a Alejandra Pi no podían creer que a través del chat lo hubieran logrado, por no usar un troyano, no tanto por los virus o los contagios más bien para evitar la concepción.

Por las tardes ella arrullaba al nene y le cantaba una canción de frutas para que se durmiera  y desde casi entonces no la dejaba chatear con Fernando porque cuando esto ocurría soltaba un llanto muy grande, la pobre Alejandra Pi se sentía invadida por la tristeza, las lagrimas se desprendían a pausas del lagrimal, como no queriendo descolgarse nunca y al hacerlo se desparramaban por su rostro y caían sobre el cuerpecito del bebé que trataba de consolarla abrazándola sin abrazarla porque sus brazos no le bastaban y su cuerpo era inexistente, por eso extrañaba cada día más a Fernando y le dolía su ausencia y su distancia, y ese dolor hacía eco en el sonido del viento que hacia su computador por la parte de atrás mientras permanecía encendido.

Un día repentinamente y cuando más lo esperaba, el niño se quedó dormido, y Fernando apareció en la pantalla dándole las gracias por la libertad que ella no le había dado, el lloraba como siempre por la alegría tan triste de saber que el niño en realidad moría y ya no habría ataduras entre ellos, ella no lo quiso creer y corrió hacia el bebé que permanecía en silencio; ¡por fin! En realidad el nene se fingía muerto mientras dormía para que ellos pudieran platicar de sus cosas antes de que se despidieran por completo, porque él tenía que ir a las vegas a arreglar unos negocios y ella a lo de un asunto a no sé dónde… o viceversa.

La conciencia de la ausencia de un nene que nunca nació porque nunca cogieron en junio, les dio más libertad por eso seguían chateando para -con troyano o sin el-, desnudarse todos los días sin importar que el maldito camión de la ruta 218 pasara por donde fuera y coger aunque fuera sobre la mesa y seguir oyendo los poemas tan mal dichos cuando los recitaba Benedetti…

 

 

FERNANDO BARRAZA.

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