Todas las mañanas iniciaban de la misma manera. El celular ordenaba a Altaír despertarse. Este tomaba la tableta digital que descansaba junto a su cabeza, sobre la almohada. Antes siquiera de abrir los ojos, en esta se desplegaban todas las redes sociales. Entonces el mundo sabía que, Altaír, abría de nuevo los ojos a la vida.

Aquella tableta era el contacto de Altaír con el mundo. Pedía vía internet que le llevasen las compras del supermercado. Ordenaba accesorios, leía libros. No había cosa alguna que Altaír no hiciera con aquel maravilloso artefacto, quizás y aun no podría limpiarse con ella el trasero pero bien no la soltaba ni haciendo sus necesidades orgánicas.

Un buen día el celular sonó, pero la tableta no volvió a encenderse. Altaír se sintió perdido. Ese día no comió, No pudo trabajar, comenzaba a dudar de su existencia. Además hacia mucho tiempo que no salía  de casa por demasiado tiempo, sino fuese para recibir sus alimentos. Solía trabajar desde casa y recibir sus pagos vía correo.

Altaír paso sus días sentado sobre la cama, con aquella tableta cual grillete digital. Sus ojos miraban al infinito a través de la ventana de su habitación. Contemplando aquellas imágenes que no comprendía, que le aterraban, que no empataban con sus mundos pixelados ni incluso con los de alta resolución. El celular sonaba día con día, mientras Altaír permanecía inmóvil. Y para el mundo, para el mundo desaparecía.

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