Con ochenta y cinco años, y las facultades físicas algo disminuidas, aunque, eso si, psíquicamente perfecto, mi padre me plantea que antes de morir quiere navegar por internet. ¡Joder!, a su edad. No me lo podía creer. Le pregunté porque quería aprender ahora, en plena vejez, cuando está más allá que acá. Su respuesta fue clara y contundente: “ Precisamente por eso, porque ya no me queda tiempo y necesito llegar hasta Dios, por medios artificiales, antes de alcanzar el cielo de forma natural y, que yo sepa, la manera más rápida esaprendiendo las nuevas tecnologías.” Seguía sin poder creérmelo. En un principio pensé que, su decrepitud, se había acentuado e intenté persuadirle. Fue en vano, su testarudez venció a mi vehemencia.

Durante dos largos meses le enseñé lo básico, o sea: Abrir y cerrar páginas y buscar por medio de google. Le enseñé la wikipedia para que se culturizara, y el google earth para que viajara. Incluso le dí de alta en gmail, para que enviara correos electrónicos a Dios o a quién quisiera. Le compré un hp compaq de segunda mano y un monitor, nuevo, de diecisiete pulgadas, y le instalé la wifi. Una vez que todo estaba operativo, se enclaustró en su habitación. Pasaron los meses y, durante en ese tiempo, abandonó sus partidas de dominó, sus viajes del imserso, y a sus mejores amigos. Tan solo se alejaba de su cuarto para asearse y alimentarse. Una noche, mientras cenábamos, mi mujer, que es muy sarcástica e incisiva, le preguntó que si había conseguido capturar a Dios en el espacio virtual. Él, muy flemático, le contestó que estaba en ello, y que lo atraparía como se apresa a una mariposa, con la red. A partir de aquella noche solo abandonaba la habitación cuando tenía que ir al cuarto de baño. La comida se la dejábamos en la puerta. Con el tiempo se convirtió en un ser más lúcido e inteligente aunque, también, irascible, indolente y solitario.

Toda esta situación me preocupaba, y como no se podía conversar con él, intenté, por mi cuenta, introducirme desde mi ordenador hasta su correo electrónico. Ya se que no es ético, pero como conocía su contraseña y la curiosidad me corroía pues,¡adelante!. Mi gozo en un pozo, era de esperar, había cambiado la contraseña. Intenté, como último recurso, buscar en google introduciendo su nombre y apellidos. ¡Bingo!, se había abierto una cuenta en facebook. No se como era posible, pero estaba abierta, y con una fotografía, reciente, en su perfil. Todo lo demás estaba en blanco, con una salvedad; arriba, en el apartado de amigos, solo existía uno. Piqué con el ratón, y apareció el rostro de una mujer joven y rubia, de piel lunar, ojos de miel y labios de amapola. Abajo, con letras doradas, un nombre: Dios. Segundos después, la joven se difuminó y la página recobró el color blanco. Inmediatamente sonó el timbre de la puerta, me sobresalte debido a lo intempestiva de la hora (eran las tres de la noche). Abrí, y un escalofrió recorrió todo mi cuerpo cuando la observé. Allí estaba, delante de mi, en mi propia casa. Joven, alta, bella, de porcelana. No preguntó. Se encaminó, directamente, hacía la habitación de mi padre, y éste le abrió, antes de que llamara. A partir de entonces, el cuarto ha quedado sellado, y la única forma de comunicarme con mi padre es navegando por las redes del universo.

Valencia – febrero-2013

FIN

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