Termino mi café mientras hago pasar los titulares de las noticias por la tridi en busca de algo aprovechable pero, como de costumbre, no encuentro nada que valga la pena: más subvenciones para quien no las necesita, un resurgir del tema del calentamiento global, que esta vez parece afectar a todo el mundo menos a mi novia, nuevos disturbios provocados por radicales islamistas y otros temas igual de válidos para su uso en una novela de capa y espada.

Bueeno, arranca el plan B; agarro mi montoncito de folios y mi pluma y empiezo a escribir lo que se me pasa por la cabeza, vigilando la aparición de ese par de palabras a cuyo alrededor crecerá la historia, pero dos horas y seis folios llenos de chorradas después me encuentro como al principio, sólo que más nervioso y de un humor de perros.

Me preparo otro café y me siento en el sillón de no hacer nada, tratando de relajarme y esperar ese fogonazo de las musas que en otras ocasiones me ha sacado del black-out mental, pero pasa más de una hora antes de convencerme de que las musas tienen hoy la pólvora mojada y no habrá fogonazo, así que finalmente me decido y tiro de teléfono.

Al segundo timbrazo la dulce y automática voz de un contestador me informa que he contactado con Inspiration Services y que si quiero Ideas pulse 1, Tramas 2, Personajes 3, Rimas 4, Otros 5, pulso 5 y mi robot (¿robota?) me transfiere a un operador.

– Buenas tardes, Inspiration Services, le atiende Alfonso ¿en qué puedo ayudarle? – esta rutina de la maquinita y la introducción impersonal del pobre Alfonso terminan de con­sumir mi ya castigado temperamento, así que le monto un espectáculo en 3D total, que si llevo toda la mañana sin escribir nada sensato, que si piensan que pago ese montón de dinero por pura filantropía, que si tal, que si cual…

Alfonso es un gran profesional, aguanta el chaparrón si decir palabra, y la tercera vez que hago una pausa para tomar aliento me pide, por favor, mi código personal. Se lo doy apretando los dientes y oigo cómo lo teclea en su terminal, un breve silencio y Al­fonso me comunica que mi servicio ha sido temporalmente suspendido por falta de pago de los dos últimos recibos.

El tiempo se detiene, me siento como una bomba nuclear a punto de hacer explosión, como un asesino en serie con la motosierra en la mano en el dormitorio de un internado de señoritas…, de pronto, una pequeña señal se ilumina en mi cabeza: ¿seguro que cuando cambiaste de banco hace dos meses domiciliaste adecuadamente todos los reci­bos…?

El ansia homicida se transforma poco a poco en una creciente sensación de calor en mi cara, ahora me siento como un manojo de yesca a punto de transformarse en cenizas; miro al espejo y compruebo que el hombre puede sonrojarse más allá de cualquier ex­pectativa. Con mi voz más humilde pido a Alfonso que verifique contra qué banco se giran los recibos, pero sé la respuesta: se giran contra el antiguo, cosa que mi interlocu­tor me confirma inmediatamente.

Excusas, rectificaciones, nuevos datos, ¿podría pagar con la tarjeta de crédito para res­tablecer el servicio?, sí, podría, pero tardará 10 minutos, así que pago y me disculpo con Alfonso, mi amigo y paño de lágrimas de los últimos minutos.

Coloco el reloj sobre las hojas de papel y lo miro fijamente, casi sin parpadear mientras los segundos y los minutos transcurren como si fueran días y meses, hasta que, por fin, los diez minutos han pasado.

Bebo un poco de agua, cierro los ojos y dejo la mente en blanco y permanezco inmóvil unos momentos; de súbito, noto que algo está creciendo en mi cabeza, tomo la pluma, me concentro y poco a poco se me forma una sonrisa de oreja a oreja y, ¡ahora sí!, em­piezo a escribir: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo…”

J.Munera
Febrero 2013

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus