Saludos a todo el Orbe. Permítanme presentarme, soy Dios. Sí, el de verdad, con “d” mayúscula, tal y como les gusta escribirlo cuando se refieren a mi persona. No se asusten, no es necesaria la reverencia, a fin de cuentas, estoy hecho de la misma materia que hustedes. Ops, disculpen, ustedes sin “h”. A veces me despisto con detalles menores, me parece que tengo demasiadas cosas en la cabeza. Y se preguntarán que hago aquí, después de eones sin dar señales de vida, después de toda una Historia Humana buscándome entre la niebla, con ansia deseante,  intuyéndome en los detalles, y cuando se diría que ya nadie me espera aparezco, a buenas horas mangas verdes que diría el otro.

La razón es que mi contrato estipulaba que debía crearles y después retirarme elegantemente. Lo decía así, “elegantemente”, sin alharacas, sin dejar rastros. Efectivamente, apologetas del libre albedrío, tenían razón. Enhorabuena, pues, Agustín. Bien pensado, Tomás. Pero otra cláusula me obligaba a volver al cabo de cierto tiempo y redactar un memorándum para presentárselo a mi Jefe. En el tiempo en que un gato cae de un árbol y llega al suelo (estoy  muy contento de cómo me quedaron los gatos, dicho sea de paso) me he puesto al día de la Historia Jeneral del Planeta Tierra. Perdón, general con “g”.

Han tenido tiempo para darse cuenta, y por ello sabrán que el Universo, la Naturaleza, lo Inmanente o como quieran calificarlo no atiende a moral alguna. No hay bien ni mal en la estratosfera, pero sí lo hay a escala humana. Existe una ley moral implantada en ustedes de la misma manera que hay pulsiones, instintos y tendencia a la belleza y al amor.

Divago en exceso. Sabrán disculparme, la soledad favorece la verborrea. Lo que quiero decirles es que tienen una responsabilidad sobre sus actos. Ser perverso (entendido como contrario a la propia naturaleza) no sale gratis, pero no porque yo vaya a juzgarles en una multitudinaria reunión final de almas, sino porque a sus propias conciencias les repugna, diseñadas como están para el bien, el mal. Y vivir con una conciencia humillada es un auténtico infierno.

Lo que he visto es que parecen haber olvidado cual es su esencia. Una descorazonadora mayoría de ustedes viven fascinados con el poder, el dinero, los objetos, con la idea de progreso y con la tecnología. Matan, someten, son hinjustos (ésta ha sido buena…) con sus semejantes a cambio de poder y de dinero. Ahí no hay belleza, olviden esos anhelos. Creen que el progreso tecnológico les va a transportar a algún tipo de verdad, cuando es tan sólo un instrumento que les he dado para hacer de su vida algo más llevadero. En cambio, sus esfuerzos por desentrañar la realidad a través de disciplinas tales como la llamada por ustedes Física de partículas si me parecen mencionables, porque ahí sí están cumpliendo su esencia, ahí son desinteresados y nobles. Pero en general, han confundido los términos. Siento expresarme con crudeza, pero ésta es la desnuda verdad de lo que he visto.

No estoy autorizado a obligarles a nada. Pero sí me atrevo a aconsejarles que reconsideren su posición. Vivan. Sean alegres, ligeros, ingenuos. Busquen la belleza. Conózcanse a sí mismos. Haciendo esto, descubrirán el mundo. Enamórense. Para esto les creé. Lo demás, carece de importancia.

Y entonces, se materializó a su lado algo similar a un diminuto Big Crunch, y cuando aún resonaba el eco de sus últimas palabras, desapareció en él tan súbitamente como apareció.

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