Masturbación gatuna: para leer en pantalla

Masturbación gatuna: para leer en pantalla

No sé si les ha pasado, a mí, me pasa. Hoy desperté, tome el Ipad del buró, lo encendí y directo al correo. Abrí el primero: romanc@yahoo.com. Asunto: ¡HOLA AURORA! Roman Canseco es un amigo de  quien estuve enamorada. Con el tiempo, el amor se difuminó hasta hacerse recuerdo. Él se casó, yo hice lo mismo. De esto, hace veinte años. El tamaño de las letras del mensaje acaparaba la pantalla del Ipad y el color, un amarillo chillante, daba la sensación olor a caca. “Pinche, Román” pensé y leí:

“nos quedamos sorprendidos, cuando uno se da cuenta en el periodico, que el sicario no superava los 18 años. Cuando los cuerpos de los 3 o 4 egecutados, correspondían a adolecentes de asta 14 años…”

Al terminar el párrafo, pensé que se trataba de una Cadena. No sé a ustedes, a mí me deprime y repugna encontrar mi bandeja atestada de esos mensajes. Aun así, seguí leyendo. Mi mente se inundó con un diluvio de imágenes. Escuché a Ernesto chiflar “Out of Tears” de los Rolling; preparaba el desayuno. Continúe leyendo. De pronto, una lágrima, otra, otra; paré la lectura y lloré como una loca; los recuerdos se agolparon de tajo en mi cabeza, dejé el Ipad sobre la almohada, levanté las cobijas, me senté en la orilla de la cama, estiré la mano y tome un pañuelo. Sacudí mi aguileña nariz; el ruido atrajo a Ernesto, se sentó a mi lado, me dió un beso y regresó a la cocina. Volví a recostarme, tomé el Ipad, y pensé que sería mejor enviar el mensaje a Papelera. Suspiré profundo el imaginario olor a caca, tallé los ojos y continúe leyendo:

“A los jóbenes de este siglo hay que llamarlos varias veces en la mañana para llevarlos a la escuela…se levantan generalmente irritados…Hoy los hijos presumen el celular más novedoso. Viven encontrándoles defectos a los padres…contestan con desfachatez…”.

Hasta este punto, el mensaje me hundía en la depresión. boté el Ipad y me incorporé. Sentí un leve mareo, me agarré de la cómoda, tenía ganas de vomitar, corrí hacia el baño; parada frente al espejo observé el rostro de Román C, igual que hace veinte años, como cuando nos mirábamos estando en pelotas frente al espejo pegado al techo del cuarto del hotel de paso. Así, contemplando nuestros sexos, le preguntaba: ¿Qué sientes? Él contestaba: “Estamos jodidos.” Me dieron pena mis pensamientos, sólo por respeto a Ernesto. Sentí deseos de decirle a Román C. que era un hijoeputa al perder el tiempo escribiendo porquerías con tantas faltas ortográficas. Ya casado me invitó al mismo hotel en donde acostumbrábamos pasar la tarde. Escapábamos de la escuela para tener sexo, alcoholizarnos y fumar marihuana. Claro, me encantaba estar con él en ese sitio; tanto, que todavía traigo pegado al cuerpo el olor a jabón Venus Rosa. Por supuesto, no acepté. Había dejado de llorar, volví a la cama, encimé las cobijas sobre mis piernas, acomodé el Ipad y seguí leyendo por pura masturbación gatuna:

“Definitivamente estamos jodidos”.

Al terminar de leer, percibí un aliento a menta y recordé el día que Román C. y yo nos despedimos; los comensales del café La Habana miraban de soslayo y escuchaban los gritos de mi ex. Él era así, no le importaba gritar en sitios concurridos; sacaba de la bolsa de su chaqueta una halls, se la echaba a la boca, tragaba saliva, respiraba, soplaba a mi cara e impostaba la voz; una voz de locutor; imposible no voltear a verlo; generalizaba el discurso y me incluía en  sentimientos y pensamientos. Reconozco, lo amaba y cuando él me respondía: “estamos jodidos” lanzando el eco de su gruesa voz hacia el espejo del techo del cuarto del hotel, me excitaba. Recostada sobre su pecho veía su pene erecto salir entre una maleza de vellos, eso me encantaba, sabía que estaba cerca el momento más feliz de la escapada diurna de la escuela. Después de separados, sufrí día y noche; parada frente al espejo hacía soliloquios, inventaba discursos, trataba de ordenarlos convenciéndome de ellos para decirlos en cuanto él regresara. Ilusiones, Roman se volvió aire. El Ipad cayó al suelo, el golpe me hizo reaccionar; antes de agacharme, Ernesto ya lo había puesto sobre mis piernas. Me dio un beso, fue al baño y salió hacia la cocina. Me avergoncé al sentir la humedad que inundaba mi pantaleta, sólo contraje mi vagina y apreté las piernas. Volví la mirada a la pantalla y leí el último párrafo:

“Este mensage es para los que tienen hijos y que pueden todabía moldearlos.”

Paré la lectura, hacía esfuerzos mentales tratando de decifrar el mensaje; puse el Ipad sobre el buró, me envolví en las cobijas; me pesaba la depresión. Tenía calor, frío; tiré las cobijas al piso y me incorporé. Recordé que había dejado abierto el mensaje y pensé en Ernesto. Estaba a punto de enviar el correo a la Papelera, bajé la vista al fondo de la pantalla y vi dos renglones con letras amarillas tamaño ocho; estiré la mano, toqué la pantalla, agrandé las letras y leí:

“Saludos Aurora, te envío mis reflecciones que seguro te serviran para tranquilizarte y dar entrada a nuestra treintaba seción. Tu psiquiatra en red, Dr. Román Calvillo. Resibe saludos desde Puerto Rico.”

Al terminar, estaba más deprimida que al despertar. Pegué a la tecla enter,  reenvié el mensaje al correo de Román Calvillo. Boté el Ipad sobre la cama, me dirigí al baño, aseguré la puerta, me hinqué frente a la taza y vomité; sentí alivio, me senté a orinar, intenté que mi cuerpo expulsara lo que aún quedaba de Román Calvillo: su semen, la saliva de sus besos, sus olores y sobre todo, sus pensamientos limitados. Sentí la necesidad de limpiar mi sexo hasta terminar el rollo de papel, lavé mis manos y eché agua sobre mi rostro, alineé mis espesas cejas y escuché la voz pausada de Ernesto; el desayuno estaba servido. Volví a rociar mi rostro con agua, tenía la sensación de suciedad, quería arrancarme la pena y tirarla por el caño. Caminé hacia el comedor; al percibir los olores a cebolla y tomate, recordé que los chilaquiles eran el platillo preferido de Román Canseco.

 

 

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