Había oído decir que iban a reemplazarlo… pero, ¡si aún era muy joven! ¿Cómo iba a vivir sin sentir cada día la caricia de su mano, los toques  que unos dedos hábiles le daban,  ya a la izquierda, ya a la derecha …  y lo que más apreciaba, cuando hacían rotar la ruedecilla de su cabeza, haciéndole cosquillitas? ¡No, no podía ser,  no podían deshacerse de él después de apenas dos años de leales servicios!

Recordó el día en que lo sacaron de una cajita de cartón donde había estado durmiendo durante un tiempo que no supo definir. Había iniciado su carrera, feliz, en un ambiente sereno y limpio; ni siquiera le había dado importancia al hecho de que durante un par de días, otro ratón como él lo había estada mirando de manera extraña, con melancolía o  tal vez recelo…  o ¿acaso fuera envidia?,  ni a que le dijera  que él llevaba seis años trabajando y que de pronto, por un simple fallo debido a un cierto cansancio a la hora de subir y bajar por la pantalla, lo habían arrinconado sin piedad. Añadió que no  había sido fácil,  al principio el ama lo trataba de manera imprevista y torpe,  a menudo lo sacaba de la alfombrilla  y casi lo dejaba en volandas por encima de la mesa,  incluso llegó a golpearlo porque  no atinaba a darle las órdenes adecuadas. Ese trato se prolongó durante unos meses hasta que poco a poco ella fue adquiriendo seguridad y destreza y, ahora que todo iba sobre ruedas  y que él respondía tan bien como el que más, lo abandonaba. Reconoció que no era tan moderno ni tan bonito como el nuevo, pero   nunca pudo imaginar que  sufriría tanto por sentirse viejo e inútil. Él, un flamante ratón óptico, oyó aquello con poco interés,  pensando únicamente que  era  joven y con todo el futuro por delante.

Pero ahora se preguntaba qué habría sido del otro… porque claro,  aquel ratón era viejo, más gordo que él,  de diseño prehistórico  y  ni siquiera tenía ruedecilla, ni lucecitas como las suyas que centelleaban en azul y rojo…  además el otro llevaba una cola de cable  larguísima conectada al jefe mientras que él tenía total libertad, sólo dependía de un pequeño conector USB  inalámbrico… bueno, tenía que reconocer que a veces iba perdiendo fuerzas…  pilas, como decía la voz de su ama. Entonces lo cogía, le abría la barriguita y se las cambiaba. ¡Ahhh! ¡Qué bien se sentía entonces,   lleno de energía,  con ganas de descubrir el mundo entero, aunque sólo fuera virtualmente a través de la pantalla  cuando transmitía las órdenes que le daba su ama! ¡Qué suerte! No tenía más ambición que la de servirla,  porque dicen que no puede haber mayor felicidad que la de disfrutar con su trabajo.

Entonces, ¿por qué iban a remplazarlo? ¿Acaso habían encontrado uno mejor que él, más alegre y servicial? Además,  aún estaba lleno de vida y durante la que había vivido ya, lo habían cogido otros dedos, pero siempre reconocía la mano de su ama que tan dulcemente lo trataba.  Incluso un día lo manipularon unos dedos, más pequeñitos y nerviosos, que lo hacían correr de un lado para otro sin descanso, que lo sacaron bruscamente de su pequeña alfombrilla redonda…,  pero no protestó porque oyó que alababan su perfil elegante, su colorido y sobre todo aquello de lo que tanto se enorgullecía: sus destellos de colores.

De nuevo se interrogó qué habría sido del viejo que al cabo de dos días desapareció de su vista.  Su lucecita roja empezó a chispear y lo recorrió un temblor, como una sacudida  eléctrica. En aquel momento  cayó también en la cuenta  de  que   pocos días después de su llegada, le trajeron una alfombrilla nueva, ovalada,  mullida y lisa, de color verde y azul, sobre la cual se deslizaba con una suavidad deliciosa. La antigua la pusieron junto al viejo  ratón y al poco se esfumaron los dos.  Entonces,  y  a pesar de negarse a creerlo,  comprendió lo  que les había pasado al infortunado  ratón y a su vetusta alfombrilla grisácea: se habían deshecho de ellos  de la misma manera que ahora lo harían con él.

Sintió una punzada en la ruedecilla y su lado izquierdo, el que más usaba su ama, experimentó de pronto un cansancio inexplicable y desconocido.  No podían  hacerle eso, seguramente había oído mal y pensaban reemplazar otra cosa, quizás  al jefe…  al PC, como ella lo llamaba.  Recobró entonces un cierto sosiego y optimismo, asumiendo que todo había sido una confusión por su parte.

Cuando su ama se sentó delante de la pantalla y lo tocó, sintió un estremecimiento interno  que le  hizo titilar sus lucecillas más tiempo que de costumbre. Funcionó mejor que nunca, con los clics a izquierda y derecha, él movía el puntero con precisión y  sin un solo titubeo, tenía que demostrar que era capaz de resistir muchos años así, sólo con que le sustituyeran  las pilas de vez en cuando… incluso se comprometía a hacerlas durar más aún, porque reconoció que alguna  vez se había hecho el remolón para que su ama se las reemplazara antes de tiempo… ¡le gustaba tanto que le trasteara  la tripita y se sentía tan bien después! Lanzó un destello azul  y otro rojo  en señal de satisfacción y a modo de sonrisa.

Durante una semana, día a día fue recuperando la seguridad en sí mismo  y siguió deleitándose con el roce de sus manos expertas. Casi olvidó  el comentario que había oído unas fechas atrás.  Sin embargo, una mañana vio que unas manazas agarraban el teclado, el monitor,  los altavoces y el PC, no sin antes quitarle su conector USB. Lo metieron todo  en una caja grande y se la llevaron. Si hubiera tenido saliva, se la habría tragado. A él lo dejaron  sobre su  alfombrilla, solo,  encima de la mesa, con el alma en vilo. Se le ocurrió pensar que todo desaparecería menos él… pero entonces,  ¿para qué iba  a servir? La pregunta casi le desintegra los circuitos del miedo que sintió… pero no dispuso de mucho más tiempo para seguir especulando.

De pronto su ama sacó un pequeño ordenador portátil, de esos que había visto en algunas ocasiones en la pantalla. Lo dejó con cuidado sobre la mesa, apartó la alfombrilla del ratón y lo abrió. Lo encendió,  probó el ratón táctil integrado en el teclado y,  tras unos intentos,  acopló  el conector USB a su nuevo ordenador. En aquel momento  posó la mano sobre la forma familiar de su ratón y este volvió a sentirse vivo.  Enseguida  el puntero recorrió la nueva pantalla, sin el menor problema,  al ritmo de las órdenes que ella  le impulsaba. Pensó que ya no tendría que temer nunca más por   su fin, porque   volvían a acariciarle como antes y así transcurrieron unos años.

Sin embargo hacía ya unos meses que había empezado a sentir los efectos de la edad y algunas veces, sin darse cuenta, retenía el puntero como si estuviera  adormilado.  Su ama empezó a darle pequeños toques para despertarlo y a pensar seriamente en reemplazar todo el equipo informático.

Un triste día,  cuando su ama adquirió un portátil  con unos controles de almohadilla táctil  de última generación, estimó que el ratón táctil era mucho más práctico por no tener que trasladarlo con el portátil… y perdió la costumbre de posar su mano sobre su bonito ratón iluminado.

Después de unos meses en los que estuvo  aislado en un rincón de la mesa, sin previo aviso, su ama lo metió  en su cajita de origen y lo almacenó definitivamente junto a unos cables y otros chismes viejos de informática.

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