«Amo las limitaciones, porque son la causa de la inspiración»  Susan Sontag

Durante el invierno permanezco en la caverna. El tiempo hace que cada año sea más complejo salir. El frío me inhabilitaba pero la estación gélida también tiene su magia. Cada mañana el mismo protocolo: el calor del fuego, la taza de chocolate y la ventana indiscreta.

Mis manos pequeñas, de palmas grandes y dedos finos se han modificado. Todo muta condicionándose a las circunstancias. Los dedos son la llave que abre la puerta de un prodigioso cosmos, insertan la clave. Una luz perlada desborda el habitáculo. Allí está todo un universo sin mover un ápice: los correos, unos personales de amigos, otros de páginas suscritas; el navegador con sus marcadores favoritos y las redes sociales con los últimos posts de los camaradas internautas.

Ese panel fusco lleno de letras y el procesador de textos donde cada día es un placer impregnar de caracteres la pantalla, es lo más trascendental. Vuelo con ellos dando alas a mi mente. Dependiendo de dónde sopla el viento, unos días escribo pequeños relatos, otros poemas y otros las iniquidades que laceran la piel tras las luchas cotidianas.

No es fácil correr tras las hojas que dejan desnudos a los árboles cuando las piernas no responden. Por eso idolatro al Dios Tecnología pues me da la oportunidad de que cada jornada sea una nueva aventura, un viaje a cualquier lugar sin necesidad de billete ni monedas.

El frío entumece mi cuerpo con sólo pasear por el parque durante diez minutos; por eso permanezco en la caverna. Es la estación idónea para las migraciones imaginarias, para los desenfrenos creativos al calor del amaranto fuego de la chimenea.

Mi novela inacabada avanza con ritmo vertiginoso al caer los primeros copos. Paso largas horas con Ardindra, aquella que mezcla el fuego y el trueno, la dama cuentacuentos de mis ficciones, acompañada de su viejo y fiel amigo Darlon. En el mercado de Nanmilia con con su extraordinario cuadro de colores que conforman cada tenderete, cada calle y cada mercader obtenemos todo lo que necesitamos. Y al caer la tarde, cuelgo el diario de navegación en el blog donde mis seguidores esperan impacientes las andanzas épicas de los viajes de Ardindra.

Y así paso las horas, los días y los meses hasta que vuelve a salir el sol y el calor hace renacer la tierra. Por un lado, ansío respirar el aire fresco de la mañana empujando con las manos la silla de ruedas pero por otro, anhelo los viajes condimentados con el humeante chocolate, pilotando la nave de la imaginación también con las manos.  Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. En el verano la mente almacena imágenes y dibuja las luces de las historias venideras.

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