Un hombre marca desde su casa un número de teléfono y alguien al otro lado de la línea responde:

—¡Diga…!

—Tengo a tu hijo, escucha lo que voy a decirte…

—Se equivoca —le contestan interrumpiendo su discurso—, yo no tengo hijos, soy soltero.

—Perdón, habré marcado mal.

—No se preocupe, ¿a qué número llama? —Responde paciente el desconocido.

—Al 6663425, ¿es el suyo? —Pregunta receloso el sujeto.

—No, el mío acaba en 35.

—Ya le digo, habré marcado mal, perdone.

—No pasa nada, es un error corriente.

El personaje cuelga sin más y se dirige al niño que tiene en su poder para preguntarle de nuevo el número de teléfono de su casa. El pequeño, titubeando y con cara de circunstancias, piensa atropelladamente y le da otra vez los dígitos que guarda en su memoria.

El individuo hace una nueva llamada y antes de que le contesten al otro lado dice:

—Tengo a tu hijo, escucha las condiciones…

—Central de policía, dígame —.Responde, interrumpiéndolo, una voz monótona.

El que llama cuelga desesperado. Ha marcado el número de la policía y su teléfono y dirección ya estarán automáticamente registrados en el ordenador de la central.

—¿Estás loco, cómo se te ocurre darme el número de la policía? —Reprende al niño con los ojos desorbitados por el pánico.

—Es que mi papá es el comisario y ese número es el que me dijo que tenía que marcar cuando hubiera un problema gordo y usted ahora tiene uno así, ¿no? —Dice el niño extendiendo sus bracitos todo lo que le es posible.

No ha terminado de hablar el pequeño aún cuando, bajo la vivienda donde ocurren los hechos, se escucha la estridencia sonora de una sirena de coche policial.

“¡Malditos GPS de mierda!”, maldice irritado el interfecto mordiéndose los labios.

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