Como cada noche, a las 12 en punto nuestro hombre sentado delante de su ordenador, con una sonrisa en los labios, tecleaba con letra cursiva, que era su preferida, esas tres palabras emulando a Roberto Benigni en su película “La vida es bella”: BUENAS NOCHES PRINCESA.

Desde hacía 20 años y sin jamás esperar contestación alguna, realizaba la misma acción.

Era un hombre de su tiempo. Cumplidos los 60 descubrió que INTERNET era la mejor forma de comunicación, y a partir de entonces la “Red de Redes” la empleaba para darle una razón a su vida tras  la pérdida de su querida esposa.

A continuación de las tres palabras del encabezamiento ponía “negro sobre blanco” todas sus vivencias tenidas en el día: alegrías, tristezas, trabajo desarrollado, problemas que se le presentaban de forma puntual etc., al final signaba el mensaje con un apasionado “Tu fiel y amante esposo”. Esta forma de comportarse fue a raíz de una desilusión amorosa allá por la primera década del siglo XXI. Para tratar de superarla, se aferró con fuerza al ordenador. Hizo infinidad de nuevos amigos, se puso al día con los antiguos y entre todos llenaron su bandeja de entrada de su  correo electrónico con bellos “pps”, conteniendo buenas imágenes, extraordinaria música  y mejores consejos. Disfrutaba con ellos, solamente le disgustaban aquellos que trataban los temas de política o de religión. Ambos los tenía considerados como “tabú” y todos  iban a parar a la papelera de reciclaje. Los demás los abría con la esperanza de que alguno de ellos fueran en contestación, a los que él enviaba todas las noches encabezado por las tres palabras mágicas: “Buenas noches Princesa”

Él en compensación se creó la obligación de mandar cada día a todos sus amigos un mensaje –solamente uno para no agobiarlos- dándoles los buenos días, comentando algún hecho interesante acaecido en el mundo, recordándoles en que día vivían, que festividad se celebraba en él. Les mandaba en “archivo adjunto” el “pps” más interesante que había recibido durante el día anterior. Contaba sus vivencias  y como su afición era escribir relatos cortos, cada día mandaba uno y para darles suerte, acompañaba sus correos con un bonito búho de su colección.

Pero aquella calurosa noche del mes de agosto iba a ser para el distinta, su crédito más valioso: EL TIEMPO  estaba a punto concluir. Como bien había escrito Miguel Delibes, la “Hoja roja” hacía días que había aparecido en su librito de papel de fumar.

Nuestro hombre lo sabía, y consciente de ello había dejado una nota a sus hijos indicándoles la forma en que se tenía que desarrollar su sepelio, para ello usó lo que había visto en uno de los últimos mensajes recibidos que hacía referencia al gran Alejandro Magno, el cual ordenó a sus generales que cuando el falleciera debía ser conducido su féretro a la pila funeraria  a hombros de sus médicos, para que el gremio fuera consciente que todo su saber no tenía ningún valor a la hora de la  muerte. Que sus riquezas fueran esparcidas tras su cadáver, para demostrar al mundo  que todo lo obtenido con sus conquistas eran cosas terrenales, y por lo tanto en la tierra debían de quedar, y por último que sus manos vacías quedaran fuera del ataúd, para hacer ver que sin nada nacemos y sin  nada morimos.

A la mañana siguiente sus hijos encontraron su cuerpo con una sonrisa en su rostro  sobre el teclado del ordenador, al tiempo que en la pantalla parpadeaba un mensaje que decía “Esta noche nos encontraremos en el país de nunca jamás”. Tu princesa.<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

 

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