Amores de vadeo

                Él jugaba inexorable y sistemáticamente con los corazones. Conociendo su frialdad, justificaba su desamor. Manipulador vil y desalmado.

                Ella, en su ilusión, recibió un violento golpe de crueldad, palabras dañinas que brotaban naturalmente. Se desengañó, sufrió, lloró, gritó, cayó en un profundo desaliento. Razonó la importunidad de ese denso sentir, pero… nuevamente creyó en la mágica ilusión del retorno traicionero, aquella  fatal tardecita.

                Estrenó palabras nuevas –con ella-, caricias cuasi sentidas, miradas húmedas y sexo ardiente. Ella renació. Prometió volver –con ella, pero también con las otras-,…y así lo hizo. Juró que nunca había sentido tanto –un nuevo órgano latente?-. Ella apostó al futuro.

                Su felicidad fue más breve aún que en la primera ronda. Y más cruel. Casi…mortal. Estocada final de torero ganador -de costado y sonriendo- al babeante animal, licuado en la arena infértil.

                Gozaba la ignominia provocada en ese corazón exprimido. Se complacía en la vibración de sus palabras “no sentimos lo mismo…” “quiero que me den más…”

                MÁS? Qué más? Si lo dio todo. Se humilló, arrastró, lamió cada centímetro de su piel con lengua transmutada en pluma, en anguila electroetérica amorosa…Si abandonó todo por él! …Si se abandonó.

                No rogó más. Arrancó con estilete mental, cada huella, cada tatuaje de ese amor maldito.  Se autofagocitó.

 Un día y sin saber cómo, comenzó a expandirse, a crecer en fuerza. Absorbió suero de autoestima reforzado en cada cavidad cordial. Se recordó, mimó. Crecieron sus uñas. Conjuró -en espíritu de justicia- magia de luna llena. Delimitó estrategias.

Supo dónde buscarlo: la página de encuentros. Se ocultó medidamente en su virtualidad. Delineó el perfil, fotos y personalidad creíbles. Lo suficientemente perfecta como para desear un nuevo trofeo.

Y él picó. Casi bueno, ingenuo, se presentó ante la presa. Lo cebó con belleza, glamour,  gustos en común, viajes.

 Jugó peligrosamente con la visibilidad y ante la desconfianza, se agazapó,  inmóvil. Y nuevamente el cazador entró en la jungla virtual.

Pintó imposibilidades: ex marido celoso, peligro de perder sus niños, que algún héroe la salve de ese monstruo… y el ego lo pudo!

Quería encontrarla ya! Claro, mirá si no!!

La negativa se sustentaba en “miedo paralizante”, “seguridad virtual”; lo justificaba con su diferencia de edad, anzuelo perfecto para el orgulloso macho, eventualmente poseedor de un trofeo valioso y joven.

Y ella afinó las mismas armas que él había usado en su contra: “Tengo muchas ganas, pero…no puedo, no debo, no me atrevo…”

Lo traicionó el deseo. Comenzó a rondar espacios, pistas, datos falsos. Se apostó. Transitó. Buscó rasgos que pudieran asemejarse a las fotos.

En su casa esperaba las conexiones de ella. Dejó de ir al trabajo. Por primera vez, su corazón latió de impotencia, ansiedad y miedo. Angustia. Se ahogaba si ella no le escribía. Se moría si lo hacía.

Le confesó extrañarla, tanto tiempo que no sentía eso! Que cesara la tortura y  permitiera verla….aunque nunca le pidió el celular! Acaso en su inconsciencia lo sabía?

Ella lo maltrató, le pidió perdón, lo bastardeó; lo citó y nunca apareció.

No era venganza, nada de eso! Devolvía los regalos recibidos. Los desencarnaba de su corazón,  envolvía con piel multicolor y aseguraba que se encapsulen en el jugador taimado.

Bailaba al borde de la cornisa con palabras y gustos disfrutados en la historia real. “Plena de pasión”, repitió caprichos y el cursor titiló un largo tiempo.  Le preguntó si lo conocía….ella disolvió la duda encantadoramente…

Entre gimoteos y súplicas pedía más amor. Dijo que el finde estaría sola. Él estalló de placer!

Un día antes, con él planeó cómo compartirían los días maravillosos. Mirarse, charlar, bailar en la privacidad de su casa –nadie debía verla-, hacer el amor!!!

Le preguntó una y otra vez si iba a estar todita para él. Y ella redoblaba su apuesta: “vivir para él, esperarlo con la cena, acostarse muy juntitos”. Él aulló de placer “nadie le dijo eso!” Maldito mentiroso! Una y mil veces que se ahogue en sus mentiras!

El día del encuentro: silencio de radio. Ni un solo mensaje.  Él giraba y taloneaba de uno a otro lado. Era un león enjaulado. Qué había pasado? Por qué no daba señales de vida? Había arreglado el nido para ella!

…Tres días después se conectó. Le repitió lo que nueve meses atrás él le había dicho tan impasiblemente: “Me encontré con alguien y me fui de mini-vacaciones…”

Pudo palpar la estocada, vivirla nuevamente a través del estupor de él, porque ella ya conocía qué era lo que se sentía ante esas palabras. Sabía de la ruptura irreparable de la ilusión, de la rasgadura del velo que protege la felicidad de todo enamorado.

 Al devolverle ese regalo, una daga afilada hasta el infinito se clavaría certeramente en el corazón. Ella quedaría más aliviada…pero tampoco sentiría el suyo.

 Él explotó de ira! Era la manera de reaccionar desde su infancia: caprichos, ira, violencia, estupidez…

No podía dejarlo todo así. Le obligó que se diera a conocer! Le  suplicó, lloró, la amenazó. Y ella, con cada palabra, recordaba sus propios sentimientos, los originales, los que había sentido cuando estaba en el lugar que él padecía ahora.

Y no tuvo piedad.

Comenzó a darle las estocadas finales…primero en las últimas vértebras: “no podés darme lujos”.

Luego en las torácicas: “no tengo ganas de estar con otro viejo”…

Y finalmente en las cervicales: “conocí un hombre que me hizo sentir cosas nunca vividas”…

Y con ese último puntazo cayó paralizado, impotente, cuajado de un veneno inmovilizador, aunque su conciencia le producía explosión de órganos…

 Luego de nueve meses de gestar, ella parió un dolor monstruoso, pleno de vida propia. Y se lo regaló a su procreador.

Así fue como se quedó a vivir con él. Pero antes, mucho antes de llegar a la adolescencia, el hijo mató al padre…

Fue encontrado desnudo y cubierto de cables dentro de la ducha. El cursor aún titilaba en la página de encuentros…<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />

 

 

 

 

 

 

               

 

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