¡Presten atención, niños,  adultos y ancianos! Les voy a relatar el cuento de una mujer que por su vanidad, sus ansias de fama y obsesión por la belleza y la tecnología vio arruinada su vida para siempre, hasta el punto de que le llevaron a la muerte.

Érase una vez una mujer famosa en el mundo entero por ser la primera en probar todas las nuevas tecnologías en el área de la cirujía estética. Tanto era así que su imagen salía en las revistas de belleza y tecnología más leídas y glamorousas. Doña Presumida, que era el nombre de tal mujer, estaba particularmente orgullosa de la primera vez que había salido en una portada; el motivo había sido  convertirse en la primera fémina en probar unos implantes que podían cambiar el color de la piel a lila, azul, amarillo, rojo, o cualquier otro con tan solo usar sus pensamientos. Después de la rápida recuperación, la fama creciente y las entrevistas para los medios de comunicación, y se volvió adicta a las operaciones estéticas que implicasen la nueva tecnología todavía no probada en el público.

La última vez que volvió al quirófano fue para realizarse varios implantes en una sola operación, algo que hasta la iniciativa de Doña Presumida no había sucedido jamás. El mundo entero estaba expectante  e incluso ella permitió que cámaras de diferentes canales televisivos transmitieran la operación en directo para todo el planeta.

La operación, tal y como se esperaba, fue todo un éxito, y solo tuvo que pasar dos días en el hospital antes de recibir el alta. Cuando salió descubrió que un grupo numeroso de seguidoras chillando la estaba esperando en la explanada del edificio. Muchas se empujaron, repartieron codazos e insultos por poder acercarse un poco más a ella, tocarla, pedirle un autógrafo o hacerse una foto. También estaban presentes periodistas portando cámaras fotográficas o grabando el momento. Sin embargo, ella no estaba de humor para soportar durante más de dos minutos los gritos de las fans, sus lágrimas de emoción, los flashes de las cámaras que la cegaban sin parar y las preguntas de los periodistas. Se tomó apenas treinta segundos para formar una gran sonrisa blanca posando para los periodistas, y luego se internó en la comodidad e intimidad de su limusina privada.

Su marido y su hija, los criados, el jardinero y el médico de la familia la esperaban en la puerta de su mansión. Ese día todos estuvieron pendientes de que estuviera cómoda en el sofá, de que descansara, no hiciera esfuerzos y comiera mucho. En realidad se sentía bastante bien, pero le encantaba ser el centro de atención.

Al día siguiente no pudo resistir la tentación de probar sus nuevos implantes, a pesar de que los cirujanos se lo habían prohibido durante al menos dos semanas. Sin embargo, estaba tan contenta que ignoró el sentido común. Así que se metió en el baño y se colocó desnuda delante del espejo de cuerpo entero para contemplarse en todo su esplendor.

Lamió la punta del índice derecho y un pequeño círculo plateado se activó en él. Mantuvo el índice estirado delante de su cara y dijo:

  • Llamar a Lola.

  • Llamando a Lola.- Respondió una voz artificial que salía de su dedo.

A continuación presionó el implante contra el espejo, y este se convirtió en una pantalla improvisada que recibía las imágenes del otro lado de la línea. Mantuvo una pequeña conversación con Lola y después de cortar la comunicación soltó un gritito de satisfacción y pataleó en el suelo para materializar su alegría. Sonriendo con picardía activó la visión de rayos láser implantada en sus córneas. A través de las paredes, el techo y el suelo podía ver todas las estancias de la casa al mismo tiempo y las personas que se movían en ellas. Ya nada podría escaparse a su control. Se acarició la clavícula y milimétricos robots dentro de su piel desprendieron un fragante aroma a lavanda, y luego a rosas, limón, chocolate. Podía desprender el perfume que eligiese con solo un gesto de los dedos. Nadie podía hacer todas las cosas que eran posibles para ella gracias a sus nuevos implantes.

Empezó a cantar y su garganta emitió una perfeca voz de cantante de ópera. Muchos verdaderos cantantes tendrían envidia de ella, ya que Doña Presumida podía cantar sin esfuerzo mientras que ellos habían tenido que estudiar, sufrir y ensayar durante años.

Estiró el brazo derecho y con una orden de su voz mejorada sus dedos, su mano y la mitad de su brazo se transformaron en un aspirador de fuerte potencia.

Inspeccionó la casa usando la tecnología de su cuerpo para localizar a su hija y a Don Presumido hablando en la cocina de la mansión. Se presentaría ante ellos con el aspirador activado en el brazo. Sería divertido que le regañasen por no obedecer a los médicos.

Sin embargo, niños, jóvenes, adultos y ancianos, ocurrió algo que no tenía previsto mientras bajaba la escalera.

Algunas piezas del aspirador se desprendieron sin motivo aparente y cayeron en todas direcciones. No tuvo tiempo para reaccionar y pisó una, cayendo hacia atrás y golpeándose la cabeza en un escalón. Los implantes de los oídos sufrieron por el impacto provocando pequeñas corrientes eléctricas intermitentes, matando miles de neuronas cada cinco segundos. Los implantes en las córneas a su vez tuvieron un cortociruito, quemándole los ojos.

Gritando de dolor, intentó levantarse agarrándose a la barandilla, pero rodó escalera abajo.

Y así fue como, por un fatal accidente producto de su vanidad y su falta de sentido común, Doña Presumida abandonó este mundo sin poder decir adiós y sin disfrutar del entusiasmo que había provocado su operación en todo el planeta. Su nombre y su fotografía siguieron siendo publicados en las revistas durante muchos años, como ejemplo de belleza y glamour perdidos por un accidente, o como ejemplo de las consecuencias de haber jugado con la tecnología.

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