Madrid, 11 de septiembre de 2010.
¡Hoy te he vuelto a ver!
Algo más envejecido pero extraordinariamente físico. Warhol genera expectación pero una exigente audiencia se aburre rápido. Pronto, tus palabras resuenan como un eco sordo dando paso a mi creatividad que despierta observándote, imaginándote…
Termino de leer “mujeres” de Bukowski y me atrevo a escribirte. Por curiosidad, ¿cuántas lo han hecho por ser quien eres? Me atrae de ti tu expresionismo, tu dentadura escondida y audaz, tu mirada directa, tu cuerpo íntimamente atlético…
¡Siento cómo follaríamos! Sin preámbulos ni ensimismamientos. No hay ternura. No hay una gota de alcohol. Mi cuerpo se pega al tuyo como los dragones de Komodo. Más bien, tu cuerpo somete el mío. Te hago entrega de él segura de no desear que ames mi alma. El sudor recarga el ambiente, la luz se desvanece y como los dragones, la pelea continúa, continúa,…
No quiero conocerte (o sí) y sin embargo hoy he estado a punto de acercarme a ti y regalarte sin miedo mi esencia. ¡Estábamos tan cerca!
Sí. Nos miramos y no me he atrevido. He retrocedido un paso y respirado profundo. Tú te lanzas calle abajo y jugando con tu chaqueta de piel, te dispones a hacer una llamada. Te alejas y yo también me alejo. Inmediatamente paro y me digo: ¡no! ¡Él estaba frente a ti y has huido! ¡Estúpida! Casi siempre es lo mismo. Empequeñezco y desaparezco. Se llama falta de ambición.
No siempre tengo estos encuentros que atacan agudamente mi instinto más primario. Es ridículo no aprovecharlos pero es más sencillo para una mujer como yo imaginarse las historias. El riesgo es mínimo.
¡Y el dragón continúa en mi pensamiento! Y te volveré a ver. ¿Quién sabe dónde?
Mara
Rmte: marab@gmail.com
De: Claudio
Fecha: 17 de septiembre de 2010, 10:03
Para: Mara
Asunto: ¿quién eres?
Y sabes quién soy aunque me camufle.
¿Cuando me has visto antes del pasado Viernes? ¿Nos conocemos?
Esta es la carta más explícita que he recibido nunca. Por eso me intriga saber si nos hemos visto antes y dónde.
De: Mara
Fecha: 19 de septiembre de 2010, 21:40
Para: Claudio
Asunto: ¿un juego?
No nos conocemos. No hemos hablado nunca y tú no sabes quién soy pero la primera vez que te conocí fue en una mesa redonda en la Universidad de Roma. Yo acababa mis estudios, hace unos años y, gracias a mi expediente, conseguí una beca de seis meses para estudiar allí. Fue la primera vez que te vi.
Tu modo de mirar impenetrable me cautivó.
En los siguientes encuentros, tu inquietante presencia solo aumentó la curiosidad que sentía hacia ti. Y el pasado viernes, en la galería tuve suerte. Yo estaba sentada en segunda fila y me miraste. Acabó el debate y ya en la noche blanca lo hiciste de nuevo. Esta vez, el tiempo suficiente para hacer crujir algo en mi interior.
No intentes acordarte. Puedo comprender que esa mirada que atrae, que te envuelve y desnuda a la vez sea tu innato modo de mirar,… pero despierta en mí el ansia de descubrirte.
Si has contestado a mi primera carta, tal vez lo hagas de nuevo. Y si te provocan mis palabras tan solo escribe otra vez. Concíbelo, si quieres, como un juego. Quizás no llegue a nada o quizás sí.
Mara.
De: Claudio
Fecha: 21 septiembre de 2010, 11:55
Para: Mara
Asunto: ¿un juego?
En mi situación actual no puede ser más que un juego que no puede llegar a nada.
A pesar de todo, tus palabras me provocan y me intrigan. Estoy intentando acordarme de quién eras. ¿Cómo ibas vestida? ¿Eres rubia o morena? ¿Española?
De: Mara
Fecha: 19 septiembre de 2010, 21:40
Para: Claudio
Asunto: ¿un juego?
Me perdí tu exposición de hace dos años en la new gallery de Berlín por los pelos…
De: Claudio
Fecha: 27 septiembre de 2010, 09:58
Para: Mara
Asunto: algo más de mí
Aunque es poco explicito, al menos puedo asociar una fisionomía aproximada al correo. Antes, la comunicación era demasiado asimétrica. Pareces joven y vivaz. Tienes estilo.
Me pregunto por los motivos de tu carta.
¿Eres una espía? ¿Una coleccionista? ¿Realmente la apreciación profesional desencadena en ti puro deseo sexual?
Tal como escribías en la primera carta «no quiero que ames mi alma», «que tu cuerpo someta el mío»… ¿Cuántas lo han hecho por ser quien soy? Si te soy sincero, no lo sé realmente.
Quizás no debería seguir esta correspondencia pero me intriga tu
persona, aunque no puedo recordarte de la segunda fila. Y me excita tu propuesta.
A mí también me interesa el sexo como experiencia aunque entre los hombres no es tan infrecuente. Pero, realmente, ¿cuál es tu propuesta? ¿Una correspondencia explicita como juego erótico? ¿Un encuentro puntual que podría o no, conducir a una noche de sexo sin límites, sin alcohol? Estaré en tu ciudad la noche del siete de octubre. Si quieres quedamos para tomar algo. Desgraciadamente tengo una cena de negocios y me voy al día
siguiente. Si quieres cenar, tendrías que venir tú a mi ciudad. Este
fin de semana estoy aquí.
De: Mara
Fecha: 28 septiembre de 2010, 18:46
Para: Claudio
Asunto: conocernos
Ni espía ni coleccionista. Osada.
Y ¿por qué no un encuentro puntual?
Nos vemos, nos conocemos,… Y si no hay juego, no sabrás más de mí.
El lunes después de tu cena.
¿Qué tal Chicote a las once? Improviso algo por la zona. Estaré pendiente.
De: Claudio
Fecha: 29 septiembre de 2010, 08:01
Para: Mara
Asunto: conocernos
Perfecto.
De: Mara
Fecha: 8 de octubre de 2010, 13:00
Para: Claudio
Asunto: huelo a ti
¿Has visto sobre el escritorio el libro de Bukowski que dejé al irme?
Para mí es un pequeño símbolo de nuestro encuentro.
Lo puedes dejar olvidado sin más…
Huelo a ti y deseo seguir oliendo a ti mañana,…
De: Claudio
Fecha: 8 de octubre de 2010, 14:12
Para: Mara
Asunto: huelo a ti
No pensaba que te irías de incógnito…
Ha sido un encuentro muy excitante. Más de lo que imaginaba…
Tan segura de tu hermosura y tentando al deseo, apareciste con ese vestido vaporoso de color naranja mirando a tu alrededor con arrogante confianza. Los rasgos finos sin tensión y la curva de los labios perfecta.
Te paraste frente a mí y dijiste: Hola.
Creerás que exagero pero enseguida sentí un deseo que ahogó mis palabras. Nos miramos callados durante al menos ¿tres minutos? Me observabas sonriente, con descaro, sin vergüenza, sin pestañear. Sentí cómo te empapabas de mí intentando averiguar quién era para saber si tu intuición no te había fallado. Estoy convencido de que si no te hubiera gustado, te habrías largado en poco tiempo excusándote sin vacilar. No te gusta perder el tiempo ¿verdad?
Yo no podía dejar de mirar esos ojos marrones enormes, literalmente inundados de vida.
Un camarero mayor atravesado por una cicatriz diagonal en el mentón inquirió con mucha educación:Caballero, ¿qué desean tomar?
¿Whisky? Te pregunté sin saber qué te gusta. Solo. Contestaste.
El hombre de aspecto sufrido colocó sobre la barra oscura dos vasos redondos de cristal. A continuación echó un hielo en cada uno de ellos y se adelantó sirviendo un macallan de dieciocho años. Era de los que saben lo que el cliente necesita. Dimos el primer sorbo y,… ¿Cuánto tiempo más pasó hasta que te metí la mano por debajo del vestido sin importarme quién pudiera vernos?
Te confieso que soy tímido pero, quizás, lo atípico de las circunstancias en las que nos hemos conocido me hizo actuar con soltura.
Voy en un avión hacia Johannesburgo escribiéndote desde el ipad. Aún quedan seis horas de viaje y pienso en lo que pasó ayer y, me pierdo entre palabras que no sé cuando leerás. En otras ocasiones aprovecharía para terminar ese artículo que espera o dibujar las pautas de lo que será mi siguiente proyecto pero, tengo mucho tiempo por delante y este viaje te lo voy a dedicar recreándome en nuestro brutal encuentro.
¿Tú lo sientes así también?
Mara, al tocarte, cuando sentí esos ligueros pegados a tus muslos mi deseo se aceleró. Subí despacio por tus piernas largas hasta alcanzar directamente el pubis.
¡¡¡No llevabas bragas!!!
¡Dios!, ¡solo de pensarlo me pongo cachondo de nuevo!
Cualquiera de las putas azafatas que pasan por el pasillo puede sentir el entusiasmo de mis manos sobre el teclado escribiéndote.
Recuerdo que el bar estaba vacío. Claramente había desaparecido ese aire de júbilo del más distinguido referente de la cultura y el ocio de los cuarenta y cincuenta en Madrid. Cuando era apenas un adolescente mi, hoy anciana tía, bellísima miss del momento me contaba historias de las estrellas del cine y de la vanguardia artística que se dejaban caer por allí todas las noches. Intelectuales, monarcas, algún vividor y noctámbulos de todos los rincones degustaban perfectos cócteles como el yacaré o el más célebre “vasconcel”. Los conozco todos y los sé hacer, esos y muchos más (es una de mis pequeñas pasiones). ¿Sabes? el mismísimo Onassis quiso comprar (¡ya me gustaría a mí poder comprar tu rubicundo coño para poseerlo siempre que necesite vaciarme!) sin éxito, la colección de Perico de más de doscientos whiskies que guardaba en el sótano del local, un auténtico mausoleo de destilados y, al parecer, también puterío. Si tú hubieras vivido en esa época hubieras prendado a todos con tu hirviente luz.No tengo duda.
Mara, ¿a cuántos hombres has conquistado con tu sonrisa, con tus movimientos sexuales delirantes y desinhibidos? Me cabreo solo de imaginar que produces esa locura también en otros.
No tengo demasiados escarceos pero nunca había vivido una cita con una zorra como tú,.. Joder,¡¡¡¡estabas tan húmeda!!!
Uffff….voy a tener que ir al aseo…. No me aguanto. Se me ha puesto muy dura….
Ahora vuelvo…
De: Mara
Fecha: 8 de octubre de 2010, 14:33
Para: Claudio
Asunto: increíble
Creo que exageras….
Pero sigue, al parecer hay cobertura y,… me gusta leerte.
De: Claudio
Fecha: 8 de octubre de 2010, 14:56
Para: Mara
Asunto: increíble
¡Qué bien!
Me acabo de dar cuenta de que tienes la misma boca que mi tía cuando era joven, las mismas caderas marcadas y el mismo pecho fatalmente abultado. Mmm…
Las pocas veces que la veo me cuenta alguna historia nueva y siempre termina enseñándome una foto en la que aparece junto a un torero que fue muy famoso en su momento. Ella estaba enamorada perdidamente de él pero la dejó por otra. Mi tía nunca se casó. Ahora, con ochenta años, me habla una y otra vez del torero, del ferviente Madrid de aquella época y de sus largos viajes. Es una gozada escucharla porque, pese a su vejez, aún rebosa pasión.
Ayer tan solo había un grupo de extranjeros con traje oscuro y que, con toda probabilidad, estaban allí porque un guía de viajes astuto les habló de la historia que encerraba el Chicote y de que era visita obligada.
….Tú seguías observándome con esos ojos negros de gitana. Uff, ¡pero qué ojazos!
Empecé a acariciarte el culo, subí por la cintura y toqué tus pechos sobre la ropa interior. Te erizaste y mientras yo seguía sobándote diste un sorbo a tu copa. Dejaste el whisky sobre la encimera y te pegaste un poco más a mí susurrándome al oído:
¡Llévame a tu hotel!
¡Joder! ¿Siempre eres tan lanzada?
Sin pensar, dejé algo de dinero en la barra, te cogí de la mano, te dije: ¡vamos! y salimos del bar.
Subimos la Gran Vía abrazados como dos adolescentes hasta llegar al hotel. Apenas había gente, los locales estaban echando el cierre, y solo el cielo azul intenso que tantos maestros han plasmado nos acompañaba.
Pero mi genio favorito ahora eres tú, tu sexo, tu coño, tus sabrosas y grandes tetas, tu contagiosa risa…, tu aroma, tu melena negra brillante lisa y espesa, tu boca, tu nariz chata y perfilada, tu mirada, tu culo redondo y duro… mmm,.. Me lo comería a fastidiosos mordisquitos hasta irritarlo…
Recuerdo cuando llegamos al hotel, un cuatro estrellas sin reformar. La decoración era antigua, solemne y refinada pero algo decadente. Cruzamos recepción a pasos largos sin girarnos ni siquiera a saludar a la mujer de detrás del mostrador que, al vernos, se puso en pié de un respingo. Era la misma señora gorda que saludé por la tarde después de dejar la maleta. Aceleramos más el paso hasta el ascensor y una vez dentro, con las puertas cerradas, quedamos uno frente al otro. La cabina era amplia. Cabrían holgadamente al menos ocho personas. El botones, joven y con aire depresivo nos preguntó a qué piso íbamos. Quinta planta, contesté sin dejar de observarte.
Apoyaste la espalda sobre el paramento de estuco verde, adelantaste un poco las caderas y, cruzando las piernas despacio con una mirada seria, te metiste un dedo bajo las telas del vestido dirigiéndolo hacia el coño. El chico no podía vernos porque estaba algo adelantado. Seguidamente y con gran parsimonia recorriste tu cuerpo con el dedo ahora húmedo hasta introducirlo en tu boca. Con la otra mano levantabas las telas del vestido dejando entrever los ligueros negros de encaje. Quedé inmóvil contemplándote. Guau…A continuación, sacaste el dedito de la boca poco a poco rozándote el labio inferior hasta que finalmente me señalaste con él haciéndome ver que fuera hacia ti. ¡Joder Mara!, te hubiera roto el vestido delante de ese tío en la puta cabina del ascensor. Solo tuve que dar un paso hasta alcanzarte y empecé a besar esa boca carnosa, salobre y húmeda.
Enseguida se abrieron las puertas y nos separamos en un acto de vergüenza. Saqué del bolsillo la llave de mi habitación y mientras caminábamos por el pasillo tú te recolocabas el cabello, el vestido, sacaste la barra de labios de tu pequeño bolso metálico y con un espejito te los pintaste de nuevo.
Qué puta sensualidad…
Deseaba en ese mismo momento follarte.
Y lo que pasó en la habitación fue asombroso.
Abrí la puerta, te dejé pasar primero. Mientras caminabas despacio descubriendo el espacio a tu alrededor, te retiré el abrigo dejándolo caer al suelo.
¡Me gusta esta habitación! Es amplia y acogedora, tiene un aire distinguido. Dijiste acercándote al escritorio y dejando el bolso encima.
Sacaste el móvil e hiciste algo con él. Mientras tanto, yo me deshice del tirante del vestido que rodeaba tu cuello. Cayó resbalando deliciosamente por tu cuerpo. En un momento estabas prácticamente desnuda, con las medias negras, los ligueros y el sujetador de encaje. ¡Bella, bellísima! Tengo esa imagen grabada en mi cabeza y espero que se mantenga así siempre. Me preguntaste si me gustaba tu cuerpo y recuerdo decirte que dieras una vuelta para contemplarte entera. Di un paso hacia atrás y, sin pestañear, te fuiste girando despacio como si fueras un maniquí. Me encantó ver que tuvieras un buen pelaje en el pubis porque odio a esas zorras que van depiladas como si fueran niñas. Te paraste y soltaste una tímida carcajada. No pude contenerme más y me acerqué a ti. Empecé a sobarte. Quise quitarte el sostén pero me dijiste con cierta candidez:
No. Espera, prefiero quedarme con él.
Realmente, no me importó pero, ¿acaso, estar desnuda completamente te intimida?
Te acomodé suavemente sobre la cama. Estaba cubierta por grandes almohadones. Te besé el cuello, con la mano retiré parte de la tela del sujetador y empecé a lamer tus pechos grandes y turgentes. Tus pezones se endurecieron y comenzaste a gemir. Mientras seguía chupando tu carne, bajé la mano hasta tu vagina e introduje un dedo. Lo saqué y te lo metí en la boca. Te pregunté si te gustaba el sabor de tus entrañas y me dijiste que sí, que continuará, que comiera tu coño, que esta noche eras mi puta, que te hiciera cuanto deseara. Francamente, me sorprendió muchísimo esa forma tan desinhibida de hablarme en nuestro primer encuentro.
En realidad, pese a tu lenguaje, te diré que me sentí cómodo. Aunque te acababa de conocer, me dabas confianza. Entonces, bajé hasta tu vagina. Abriste las piernas instintivamente diciéndome ¡cómeme el coño! Disfrútalo, bébelo, sáciate de él y haz que me corra. Abrí los labios externos de tu vagina. Primero quería explorar con la mirada tu sexo.
¡Ah! ¡Es aún tan joven y fresco!
¿Qué tienes? ¿Treinta años? ¿Treinta y dos?
Yo acabo de cumplir cincuenta y esto es un lujo de dioses. Pensé.
Abrí con delicadeza tus labios mayores, luego los menores. Eran lábiles y carnosos mmm…. muy muy apetitosos. Declaraban ya la humedad propia de la excitación en una mujer y poco a poco iban cobrando brillo. Rozaba con mis dedos el labio izquierdo, luego el derecho, con movimientos lentos y continuos, sin prisa y poco a poco pude observar cómo tu vagina cobraba vida independientemente del resto de tu cuerpo con contracciones rítmicas y limpias, como buscando alimento, abriéndose y cerrándose una y otra vez. El lienzo de la curvatura de las partes escondidas de tu cuerpo era hermoso, vibrante, no asomaba una mínima expresión de rubor, tan solo dejaba ver alegría cuando iba cambiando de color en el resplandor verdoso de la noche. La piel de tu coño se fue transformando en una viva carta de colores, como las que usan los arquitectos, e iba cambiando de un pueril rosa a un rojo fresco baconiano hasta convertirse en un rubí intenso, sazonado, adulto y con apresto respeto.
Me atreví a husmear dentro de ti. Pasé la lengua, lentamente, por tu clítoris, esa arzolla redonda cada vez más dura, oscura e hinchada, tu legítimo y conspicuo corazón, que manda y dirige a la acción al siempre fútil macho.
Levanté la vista para mirarte. Quería saber cómo sentiste esa primera aproximación a tus tripas. Tu cara se movía de lado a lado. Podía sentir el placer que te estaba provocando el primer paseo por tu fondo preciado. Sin titubear, te dije que ibas a saber lo que es una buena comida de coño.
Te reíste contestando que en tus fantasías conmigo así es como lo imaginabas y que estabas segura de que te iba a hacer disfrutar. Saqué de nuevo la lengua, me acerqué más a tu rajita y empecé a lamerte de abajo hacia arriba. El olor de tu coño era limpio, sagrado, como el arco iris de la gravedad. Me embriagué de tu sabor. No tenía prisa. Exhalaba tus carnes frotando la lengua contra tu pubis cada vez con más fervor. Quería quedarme con el aroma de tus jugos que se dispararon conquistando mi virilidad. Mi boca se llenó de una humedad insolente, espesa y copiosa. Gemías, cada vez más continuadamente, gemidos cortos y contenidos y tu cuerpo se deslizaba entre las sábanas con suaves movimientos.
Mara, tu coño es PERFECTO y ¡cómo cobraba intensidad!
Me decías: ¡sigue así! mientras levantabas las caderas para que bebiera de tu coño más y más.
Sentía cómo ibas transformándote en una hembra caliente.
Abriste más las piernas y posaste tus zapatos negros de tacones infinitos sobre mi espalda para agarrarme fuerte. Yo seguía sorbiendo el líquido copioso que brotaba de tu hambriento coño corriendo ahora caprichosamente por las telas de la cama mientras intentaba observar esa cara a veces angelical, a veces diablesca. Levantabas la cabeza buscándome y me espetabas, más, másss, continúa. No pares, cabrón, me voy a correr en tu boca…Y yo me sumergía cada vez más acelerado en tu cuerpo. Me encantaba oírte hablar, gemir, que me dijeras esas cosas, que me chillaras y sabía que no aguantarías mucho más. Entonces te levantaste y me dijiste.
¡Fóllame!
Yo aún tenía la ropa puesta, me quitaste el cinturón del pantalón con rapidez diciéndome que te penetrara ya, que te follara.
Dios, ¡no aguanto mássss!, me decías.
Desabroché rápidamente los botones de mi camisa y comenzaste a lamer mi torso sacando la lengua entera, dándome lametones amplios y rotundos. Te torcías como una culebra ansiosa. De vez en cuando, mordías suavemente mi cuerpo. Te salían risas cortas desde la garganta y tus ojos negros me retaban maliciosamente. Eso me desbocó. Te iba a joder inmediatamente. Te agarré por la cintura con sequedad y te tumbé de nuevo en la cama. Tu larga melena revoloteó entre los almohadones tapando parte del rostro y tus ojos quedaron iluminados por la tenue luz de la única lamparilla encendida en el cabecero de piel. Con una mano te así los cabellos para retirarlos y, de ese modo, poder observar tu cara de zorra y con la otra me ayudé para penetrarte. Lo conseguí a la primera. Te introduje la polla de una vez. Entera. Tu espalda se arqueó y soltaste un largo gemido.
Te dije, apoyando ambas manos en la cama con los brazos estirados y mirándote fijamente: ¿esto es lo que quieres, pequeña puta?
Sí, sí, joder,…sííí, gritabas.
Y te follé con golpes directos mientras te morreaba, nos morreábamos, sin parar.
La noche dio paso a la lujuria.
¡Qué bien besas Mara! Qué pasión, qué entrega, me vuelves loco. Se me está poniendo dura otra vez y deseo tu boca ahora mismo.
¡Qué putada no tenerte!
Recuerdo cómo te corriste.
Me decías, No te cortes ¡más fuerte, cabrón! Tus palabras me envalentonaban, me excitaban violentamente. Hay pocas mujeres que sean tan explícitas verbalmente durante el sexo y escucharte era embrutecer. Tu lenguaje sucio me invitó a destrozar esa cueva, convertida ahora en una bestia oscura y continué empujando y empujando, como nunca lo había hecho antes, cada vez más rápido. Tú bramabas poseída. Dame más…..quiero más. Más, joderrrrrr.
¿Así, puta? Te espeté queriendo romper tu asqueroso coño de perra.
Oh, joder sí. Sí, SÍIIII! Si, cabrónnnn. Me voy a correrrrr yaaaaaa!!!!! Ahoraaaaa!!!! No pares….sí, joder, siiiii,,,,,,Diooooosssss,
¿Así que te gusta que te jodan duro? Te pregunté embistiéndote con todas mis jodidas fuerzas.
Síii, SÍIIII, joder, SÍIII, me corro, me corro, cabrón, Me agarraste las nalgas para sentirme más y seguías gritando, me corrroooo, sigueeee,
¿Así, maldita zorra?
Oh síiii, síii, me corro, ahora, ahora, ahoraaaaaaaa, me voy a correrrrrr, Diosssss, me corroooooo…….
¡Joder! ¡Qué orgasmo tuviste!, ¿verdad?
¡Qué pasada!
Cuando acabaste, te fuiste tranquilizando pidiendo mis brazos y mis caricias y diciéndome: no pares ahora, ¡Sigue tocando mi coño pero con cuidado!
Yo me tumbé a tu lado examinando tu cuerpo aunque aún tenía una erección considerable. ¡Qué hermosa estabas!
Al poco rato me pediste un cigarro y algo de beber. Me levanté y me dirigí al mini bar. En esos hoteles tienen de todo. Algo más de whisky. ¿Te pregunté?
No, prefiero algo fresco. ¿Qué tal un poco de agua?
Me pareció buena idea. Había bebido demasiado vino en la cena. Cogí dos copas, un botellín y el paquete de tabaco. Encendí dos cigarros. Me tumbé junto a ti de lado apoyando el codo entre los cojines y te puse el pitillo en los labios. Exhalaste profundamente.
Luego te giraste hacia mí y me dijiste sonriente:
Ha sido increíble – y diste otra calada.
Espero que no te hayas aburrido todavía pero quiero seguir deleitándome. Aún quedan horas de vuelo y no puedo parar de escribir fascinado con el regalo que me hiciste.
Comenzamos a charlar un rato. Las palabras fluían. Empecé a tener la sensación de que ya nos conocíamos por la tranquilidad de nuestros actos. Comentabas que te gustaban los cuadros de paisajes simbólicos que colgaban de las paredes al estilo Julio Romero de Torres. Los describías como escenarios oscuros y artificiosos con luces extrañas donde la perfilada figura humana miraba directamente al espectador intentando que adivináramos quienes eran. Hablabas lentamente, algo ensimismada, casi como si leyeras parte de una novela. Decías que todas esas personas ya estarían muertas. Te preguntabas cómo habrían sido sus vidas, si conocieron el amor, si alguna vez fueron abandonadas, si probaron las drogas, si sufrieron o si, por el contrario, habrían sido felices. ¿Habrán existido realmente? o ¿son tan solo producto de la imaginación del pintor? Me preguntabas.
¡Fíjate en ese! Señalaste un lienzo mal iluminado que estaba entre los dos ventanales corridos por espesas cortinas de terciopelo negro.
Obsérvalo detenidamente. Me dijiste.
Fíjate en su mirada. ¿Qué crees que piensa? Me preguntaste.
Yo te dije: pues,… no sé, Dime qué ves tú.
¡Vale!
Está claro que es una gitana. Hermosa y elegante. Nos mira segura de sí misma. Su pendiente en forma de perla y el pelo recogido en un moño bajo nos dice que está casada. Probablemente tenga treinta y cinco años pero aunque su expresión muestra serenidad está como,… enjaulada. ¿Qué le habrá pasado?
Yo te observaba mientras seguías hablando de ella. Contabas las cosas como si fueran un cuento o un relato, igual que Carmen mi tía. A veces era extraño escucharte. No sabía bien si tus opiniones eran reales porque muchas veces terminabas con un interrogante las frases, como si vacilaras de todo. Pero aunque no supiera qué era real y qué inventado, me gustaba oírte, me daba tranquilidad.
Diría que esconde algún secreto y nos reta a que, al menos, percibamos su desazón porque necesita liberarlo. Pero ella está atrapada en el lienzo de su vida y solo un desconocido como nosotros puede convertirse en su cómplice. Dijiste con cierto pesar.
Tu rostro se mimetizó con la mujer del cuadro y pude ver la tristeza en tus ojos que brillaban como si estuvieras a punto de llorar. Me acerqué y besé con delicadeza tu párpado.
Mara, ¿estás bien? Te pregunté.
Sé que esa mujer no es feliz. Dijiste sin responder a mi pregunta. De repente, estabas ausente. Te levantaste sin mirarme rodeando tu cuerpo con la colcha y te escondiste en el baño durante un largo rato.
Un poco después volviste con una sonrisa chispeante como si nada hubiera pasado. Te acercaste a mí haciéndote un moño alto y empezaste a tocar mi órgano con suavidad. Me susurraste: ¡qué dura la tienes!
Esa mezcla de ternura e invulnerabilidad me ponía muy cachondo, la verdad, y me entraron unas ganas terribles de joderte.
Te contesté que estaba esperando el momento perfecto para follarte y comenzaste a masturbarme.
¡Vaya! si la tienes grande, dijiste mientras cogías los huevos con la otra mano.
Te pregunté si iba en serio que esta noche serías mi puta y tú me dijiste con cierta provocación que estabas a mi disposición.
¿Ah sí? Te expresé.
¿Qué es lo que quieres que haga cabrón? Reíste.
Tu insolencia y atrevimiento me encendió más. Tú no vas a hacer nada. Te dije mientras me incorporaba sobre la cama.
Entonces te giré tendiéndote boca abajo.
Me encanta follarme los culos, ¿sabes? Te expresé.
Ta abrí un poco las piernas y te metí un dedo en el ano. Soltaste un pequeño grito y cogí mi polla para introducirla en tu trasero. Estaba muy caliente. Cuando empecé a penetrarte te zafaste suavemente de mí diciendo que eso era demasiado para un primer encuentro.
Cogiste el mando y me dijiste:
¡Vicioso reventador de culos!
Para eso tendrás que esperar, pero te voy a hacer una mamada con esta herramienta que poseo como ninguna otra zorra lo ha hecho antes. Te metiste en la boca la mano cerrada mordiendo algunos nudillos de tus dedos. ¡No lo pude creer! ¡Qué sexualidad! ¡Maldita zorra. ¡Qué frescura! Entonces me tumbaste sobre las sábanas y te acercaste a mi polla y empezaste a comértela. Poco a poco hasta conseguir introducirla entera en tu boca. Yo pensaba que sería difícil que lograras que me corriera con una mamada porque nunca, o casi nunca, ninguna otra lo había conseguido. Pero, ¡tu manera de hacerlo!, ¡cómo sentía que disfrutabas lamiéndome! ¡No tenías prisa alguna! Es como si sintieras que mi polla te pertenece. Me recordó a cómo se para el tiempo para una niña cuando disfruta lamiendo su piruleta. Esa misma sensación la notaba en ti. Empecé a ponerme enfermo de ardor, de calor, de excitación. Te cogí la cabeza para empujarte más y más. Te decía: ¡ay puta! ¿Cómo haces eso? ¿Quién te ha enseñado? Si sigues así me voy a correr en tu boca. Tú seguías saboreando tu piruleta y el semen empezó a subir por mi verga.
Me corro, Diossss, me corro…. Mara, me voy a correr ya en tu maldita boca de ramera… Y el semen salió entrando en tu paladar, hasta tu garganta. ¡Qué fantástica y nueva sensación! ¡Nunca antes! de verdad. Eres una PUTA y admirable diosa.
Mara… Te tragaste mi líquido por completo. Yo quedé exhausto mirando al techo de madera artesonado y tú te fuiste acomodando junto a mi cómo una discreta serpiente diciendo en un tono suave que mi semen estaba delicioso. Te besé suavemente y te pregunté de dónde habías salido. Tú simplemente sonreíste y nos quedamos abrazados mirándonos hasta que me quedé dormido.
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